por Diego Tatián
Esta breve invocación evoca y conjunta los nombres de Jorge Luis Borges y de Rodolfo Walsh para explorar en ellos una idea que incorporar -aunque resulte paradójico- a la perspectiva social y colectiva que procura desencadenar la obra democrática. La idea en cuestión es la de individuo.
Se trata de una idea no muy antigua, una invención liberal que desvanece las jerarquías del Antiguo Régimen y se orienta a desplazar de las representaciones sociales la preponderancia del linaje, la herencia y la alcurnia, en favor del mérito. Definido por el autointerés, la utilidad, el amor propio, el egoísmo y las pasiones que les son concomitantes, el individualismo moderno es la base antropológica del capitalismo.
Sin embargo, la noción de individuo que se busca aprehender en la obra de Borges y en los relatos de Walsh no remite a lo anterior; se trata más bien de un individuo no burgués. Las fuentes teóricas del individualismo ácrata borgiano son en primer lugar -la más reconocida e inmediata, herencia de la biblioteca paterna- El individuo contra el Estado que Herbert Spencer escribió en 1884, cuya teoría afirma una evolución social que culmina en un individualismo pacífico y radical. “Sigo siendo discípulo de Spencer -declaraba el joven Borges-; no digamos el individuo contra el Estado, pero sí el individuo sin el Estado”.
No menos importante, aunque más secreta, es la lectura juvenil de Max Stirner, cuya obra El único y su propiedad -a cuyo combate Marx y Engels dedicaron la mayor parte de La ideología alemana-, contrapone un nominalismo político a la dominación de los seres humanos por las ideas abstractas (no sólo de Dios, Estado o Nación, sino también de Socialismo, Revolución o Proletariado), abstracciones a las que llamaba “fantasmas” y denunciaba como dispositivos de dominación de los cuerpos concretos. Borges leyó apasionadamente a Max Stirner en Ginebra hacia 1920.
Pero seguramente la influencia decisiva en la formación del individualismo anarquista de Borges fue la de Macedonio Fernández, quien afirmaba: “Soy antiestatal: toda civilización verdaderamente avanzada en lo sincero es antiestatal”1. Contrapunto exacto de la deriva política lugoniana, la opción de Macedonio -por la que Borges toma partido- es la exigencia de un mínimo Estado político, en su caso menos liberal que anarquista (en 1921 Borges presentaba en la revista Cosmópolis de Madrid un poema de Macedonio, a quien adjudicaba ser el “iniciador -allá por el borroso 99- de una comunidad anarquista en el Paraguay”2 -en referencia a la aventura náutica hacia tierra guaraní junto a Julio Molina y Vedia y Arturo Múscari-).
Pocos meses después de la muerte de Macedonio en 1952, Borges publicó Otras inquisiciones, una de las cuales lleva por título “Nuestro pobre individualismo”. “El argentino, a diferencia de los americanos del norte y de casi todos los europeos -escribe en un conocido pasaje de ese texto-, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. Aforismos como el de Hegel: ‘El Estado es la realidad de la idea moral’ le parecen bromas siniestras”3. Frente al nazismo y al comunismo, frente al Estado que tiende a su totalización (“el más urgente de los problemas de nuestra época”), “el individualismo argentino -concluye-, acaso inútil o perjudicial hasta ahora, encontraría justificación y deberes”. Esa justificación es política.
A la idea fuerte de “individuo”4, Borges articula, desde una época muy temprana, la de “conjura”. La primera mención de “conjurados” aparece cincuenta años antes del poema de 1985, pero la geografía que entonces invoca no es Ginebra: “En esta casa de América -decía Borges en 1936-, los hombres de las naciones del mundo se han conjurado para desaparecer en el hombre nuevo que no es ninguno de nosotros aún y que predecimos argentino, para irnos acercando así a la esperanza”. La Argentina como tierra de conjura donde seres humanos de todas las naciones han depositado el patrimonio del universo, dejará su lugar, en la vejez del escritor, a la tranquila Suiza. Habrá que demorarse en este itinerario que es a la vez geográfico y político.
La idea de individuos que secretamente están salvando el mundo gracias a la conjura que su sola existencia pone en marcha, se halla diseminada en varios pasajes de la obra borgiana. “En general, el argentino descree de las circunstancias. Puede ignorar la fábula de que la humanidad incluye treinta y tres hombres justos -los Lamed Wufniks- que no se conocen entre ellos pero que secretamente sostienen el universo; si la oye, no le extrañaría que esos beneméritos fueran oscuros y anónimos”5. Acaso también “El congreso” -según Borges su mejor cuento- pueda ser leído en clave panteísta, anarquista y antirrepresentativa como la historia de una conjura, que logra su objetivo no gracias al éxito del emprendimiento sino por revelación.
Antes del desplazamiento de la ficción a la investigación periodística a partir de Operación masacre (1956), encontramos una idea fuerte de individuo en algunos de los más importantes cuentos de Walsh (que por ahora solo dejaremos enunciada). Así como en Borges el viejo individualismo solitario y ácrata encontraba su emblema en las figuras de Martín Fierro -manifiesto antisarmientino mayor que la peripecia borgiana oponía al peronismo en 1946- o Don Segundo Sombra (“¿Habré de recordar a los lectores de Martín Fierro y de Don Segundo Sombra que el individualismo es una vieja virtud argentina?”, escribía en 1946), se trata asimismo en los relatos walshianos de un individualismo -o más bien de una idea de individuo- de origen popular, que ya había sido detectado por Sarmiento en tantas páginas del Facundo.
En los relatos de Walsh6, en efecto, el individuo tiene sus avatares -como en los de Borges- en el detective y en el hombre de letras: el traductor (“Nota al pie”) y el corrector de pruebas que, al igual que el investigador policial, deberá lidiar con indicios y prestar atención a lo minúsculo (“La aventura de las pruebas de imprenta”) -también en individuos oscuros y marginales, como el periodista de “Esa mujer” o el fotógrafo de “Fotos” (todos estos oficios -traductor, corrector de pruebas, investigador de asuntos policiales, periodista, fotógrafo, a los que debemos agregar el de criptógrafo en Cuba tras la Revolución- fueron practicados por Walsh)7. Sin embargo, en sintonía con la obra “periodística”, otro conjunto de relatos walshianos pone en crisis la idea de individuo, como la última historia de la llamada “saga de los irlandeses” –“Un oscuro día de justicia”, escrito a fines de los 60, que en la conocida entrevista que le realizara Ricardo Piglia con motivo de ese cuento el propio Walsh lo considera una “metáfora política”8-, y tal vez también “Zugzwang” -palabra que designa una situación en el ajedrez donde cualquiera sea la jugada que se realice produce pérdida-.
Abjurando de cualquier espíritu sacrificial, la conjunción (la constelación más bien) que revelan los nombres de Borges y de Walsh asume de manera explícita el método que compone el paraguas y la máquina de coser sobre una mesa de disección -en este caso el individualismo y los procesos populares de emancipación colectiva- como una configuración posible9 de las tantas que puede adoptar la búsqueda de un pensamiento paradójico y abierto, capaz de contribuir a una duración política en condiciones de resistir el poder destituyente de la fortuna.
Notas
1 Macedonio Fernández, Teorías, Corregidor, Buenos Aires, 1974.
2 Citado por Álvaro Abós, Macedonio Fernández. La biografía imposible, Plaza y Janés, Buenos Aires, 2002, p.43.
3 Jorge Luis Borges, “Nuestro pobre individualismo”, en Obras completas, Emecé, Buenos Aires, 1974, p. 658.
4“Avelino Arredondo” (recreación borgeana de un hecho real, el asesinato en Montevideo del presidente colorado Juan Bautista Idiarte Borda, en 1897) es un relato en el que el individuo actúa (comete el magnicidio) siguiendo solamente el dictado de su conciencia. Es un elogio del individuo solitario y heroico que cumple con lo que considera su deber (“Unos muchachos nacionalistas me preguntaron: ¿pero cómo; entonces cuando él [Avelino Arredondo] tomó esa decisión, a quién representaba? A nadie -respondí yo-, sólo representaba a su conciencia… No, pero está mal, me dijeron. Quiere decir que ya no se entiende un acto individual. Si hubiera sido enviado por un Partido, sí se entendería. Parece que la violencia está bien si se decide en el comité… Se rechaza que uno tome decisiones ante su propia conciencia y luego asuma toda la responsabilidad. Precisamente lo heroico es eso”).
5 “Nuestro pobre individualismo”, op. cit., p. 659. Esta misma idea se repite en “El hombre en el umbral” (íbid., p. 614) y en el poema “Los justos” (La cifra, Emecé, Buenos Aires, 1981, p. 79).
6 Rodolfo Walsh, Cuentos completos, Edición y prólogo de Ricardo Piglia, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2013.
7 Recordemos que una común afición por el cuento llevó a Borges y a Walsh a preparar dos antologías míticas que Borges (junto a Bioy Casares y Silvina Ocampo) llamó Antología de literatura fantástica (Sudamericana, 1940; segunda edición de 1965) y Rodolfo Walsh Antología del cuento extraño (Hachette, 1956 -luego reeditada en cuatro volúmenes por la editorial El cuenco de plata [2014]-).
8 “…hay una cierta evolución en la serie [de los irlandeses], en este cuento aparece… una nota política… en este cuento se empieza a hablar del pueblo y sus expectativas de salvación representadas por un héroe… Creo que ese es el pronunciamiento más político de toda la serie de los cuentos y muy aplicable a situaciones muy concretas nuestras: concretamente al peronismo, e inclusive a las expectativas revolucionarias que aquí se depositaban o se despertaron con respecto a los héroes revolucionarios, inclusive con respecto al Che Guevara, que murió en esos días…”, Ibid., p. 508.
9 Mariana de Gainza [“Spinozianas argentinas”, en La biblioteca, n° 14, Buenos Aires, primavera de 2014] y antes David Viñas [“Borges y Perón”, en La biblioteca, n° 4-5, Buenos Aires, verano de 2006 -originalmente publicado en el número de Les Temps Modernes dedicado a la Argentina en 1981 bajo el seudónimo Antonio J. Cairo-], conjuntaron a Borges y a Perón en otra configuración posible.
Diego Tatián
Córdoba, Argentina, 1965
Doctor en filosofía (Universidad Nacional de Córdoba) y doctor en ciencias de la cultura (Scuola di Alti Studi di Modena, Italia); investigador del CONICET y profesor de filosofía política en la Universidad Nacional de San Martín. Ha sido profesor invitado por universidades americanas y europeas. Algunos de sus títulos publicados son “Desde la línea. Dimensión política en Heidegger” (1997), “La cautela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza” (2001), “La conjura de los justos. Borges y la ciudad de los hombres” (2010), “Lo impropio” (2013), “Lo interrumpido. Escritos sobre filosofía y democracia” (2017), “Lecturas imaginarias” (2020). Ha sido director de la Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba.