Dos posibles explicaciones y una propuesta de escape
por Paola Gallo
Rechazo frente a un lenguaje rebuscado, a poses afectadas, rabia contra lo que no puede entenderse fácilmente, o bien, incomodidad y tedio. Estas son algunas de las emociones que experimentan los enemigos de la poesía: un número cada vez más cuantioso de personas que lanzan burlas y gestos desaprobatorios al toparse con un acontecimiento poético. Todavía más, al parecer existe un trastorno o afección dentro de la psiquiatría que refiere a este tipo de síntomas con el nombre de “metrofobia”, un miedo irracional frente a la poesía, a leerla o a escucharla, a los poetas y a todo lo relacionado con ella. Más allá de este hallazgo curioso, nuestra intención en estas páginas procura ir un poco más lejos: alcanzar mayores fundamentos en la reflexión en torno a esta problemática, intentando averiguar cuáles son las causas profundas de esta enemistad con la poesía en el contexto de la sensibilidad de nuestra época.
Una acusación que el escritor y matemático francés Jacques Roubaud (1932) nombró explícitamente como “odio a la poesía” y refiere más a un estado general de incompatibilidad entre ésta y la situación actual: “una crisis que no es ya sólo crisis de versos: es odio a la poesía, tentación de negar la poesía, de eliminar la poesía” (251), y que otros escritores a lo largo del siglo —hemos escogido tres: Georges Bataille, Witold Gombrowicz y Charles Simic— han prefigurado y reafirmado como el síntoma de una época en declive.
Con esto queremos aludir al estado de derrumbamiento de un sistema de referencias caduco que no ha encontrado todavía reposición y que se manifiesta volviéndose intolerante porque ya no encaja; no identifica. Continúa Roubaud:
el hundimiento de un sistema de referencias largo tiempo admitido de manera implícita por todo el mundo; […] la imposibilidad, ya innegable después de un siglo de esfuerzos en tal sentido, de encontrar a cambio otro dotado de idéntico rango de muda universalidad, es decir, uno en el que la gente se reconociera sin tener conciencia de estarse reconociendo en él. (252)
Acompañando la pista de Roubaud, podríamos aventurarnos y proponer dos explicaciones para rectificar la siguiente intuición: esta aversión podría originarse como consecuencia de una insuficiencia, o mejor, de un desencuentro entre lo que socialmente se espera de la poesía —en tanto palabras de la tribu, en sintonía con lo que propone José Ángel Valente: “la poesía es, antes que cualquier otra cosa, un medio de conocimiento de la realidad” (14)— y lo que ésta entrega o devuelve a cambio. En la siguiente denuncia podría resumirse, de manera algo tosca, el núcleo duro de este descontento: el odio ante la poesía es consecuencia de la incapacidad de los poetas por adaptarse, adaptar sus versos para articular, dar testimonio de la sensibilidad de su época y producir sentidos que remuevan y hechicen, recopilen y desestabilicen la realidad. Dicho esto, no queda otra opción que buscar indicios que validen el riesgo de esta sospecha inicial.
1 – (el primer intento de explicación) La Poesía con mayúscula ha fracasado
En 1947 el escritor polaco Witold Gombrowicz (1904-1969) pronunció con actitud desafiante una conferencia en el Centro Cultural Fray Mocho de Buenos Aires (el texto permanecerá inédito hasta 1951 cuando Kultura, una revista polaca editada en París lo publique). Durante la conferencia, su público —un grupo de intelectuales de la vanguardia porteña— escucha atónito las siguiente sentencia del extranjero entre chiflidos e insultos a viva voz: “heme aquí, plantado ante ustedes para declarar que los poemas no me gustan en absoluto y que incluso me aburren” (26) y más adelante, la pregunta escabrosa: “¿Por qué el lenguaje de los poetas me resulta el menos interesante de todos los lenguajes posibles?” (27). Gombrowicz o Witoldo, como fue bautizado en la capital argentina donde permaneció afinacado por veinticuatro años, lanza en este texto “Contra los poetas” una provocadora acusación contra el canon literario de la época y contra un tipo de poesía consagrada a las formas fijas, que se refugia en una actitud evasiva de la realidad. En sus Diarios reafirma esta intención crítica: “Ataco a la Poesía por la misma razón que ataco la Nación o ataco el mito de la Madurez […] ataco todas esas formas que dejan de ser para el hombre un cómodo abrigo y se convierten en rígido y pesado caparazón” (Diario…, 30). La invectiva del escritor polaco, se distancia de la condena que realiza Platón en La República al acusar a los poetas de imitadores, y se levanta principalmente (y esto es importante precisarlo) contra un cierto tipo de poesía solemne y rígida hecha de “sonidos huecos” (38), lo que él llama “poesía pura”, aquella concentración purista o “extracto farmacéutico” (26) que se despega de la realidad y se recluye en la intemporalidad celestial de su propia mística. De esta manera argumenta su rechazo a la poesía con mayúscula y en verso: “Lo que cansa de la Poesía pura es el exceso de poesía: el exceso de palabras poéticas, el exceso de metáforas, en suma, de la condensación y de la depuración de todo elemento antipoético” (31). A lo que Gombrowicz aspira, en cambio, es a un tipo de poesía que entable un vínculo con la gente, que hable de sus dilemas y conflictos sin poses de superioridad. Así lo formula en el papel: “si queremos que la cultura no pierda todo contacto con el ser humano, debemos interrumpir de vez en cuando nuestra laboriosa creación y comprobar si lo que creamos nos expresa o no” (32) y lo recupera más tarde en sus Diarios en 1954: “Hoy en día abundan estilos que aburren, que cansan, que revuelven las tripas, porque son producto de una receta intelectual […] Con las palabras hay que intentar alcanzar a la gente y no a las teorías, a la gente y no al arte” (107).
Para conseguir esta conexión con lo humano es vital, según el escritor, que el poeta esté presente en el mundo en que vive: “debe cuidar que su manera de hablar se corresponda con su situación real en el mundo, debe expresar no solamente su actitud ante el mundo, sino también la del mundo ante él” (33).
El cortocircuito ocurre, siguiendo a Gombrowicz, cuando los poetas le dan la espalda a lo que ocurre en la realidad y envuelven su escritura en un fuego sagrado. La Poesía se convierte en una ceremonia pretenciosa y endogámica para los mismos de siempre: “lo que irrita en los poetas no es sólo esa religiosidad suya […] sino también su política de avestruz ante la realidad: porque ellos se defienden de ella, no quieren verla ni reconocerla, la rechazan, y al hacerlo se abandondan a un estado de trance que no es una fortaleza sino una debilidad” (34). El escritor argentino y amigo íntimo de Gombrowicz, Juan Carlos Gómez, rescata uno de los aspectos fundamentales para entender esta propuesta del polaco: “El punto de partida de Gombrowicz, su exigencia, es que el arte esté unido a la vida” (81). Sin este encuentro entre lo que se escribe y lo que le sucede al hombre que escribe en el afuera, el arte recae en expresiones grandilocuentes y artificiales. Sumado a esto, la ausencia de este encuentro supone, pues, una debilidad que se refuerza por el hábito instalado de someterse a formas prestadas y anquilosadas, en lugar de luchar por encontrar una forma propia, auténtica. Dice Gombrowicz: “Pero lo más grave […] ha de [ser] valerse de las formas heredadas de otros poetas, formas que perdieron hace ya mucho tiempo todo contacto directo con la sensibilidad humana” (37).
Charles Simic (1938), el poeta yugoslavo, escribe sobre esta problemática con el lenguaje suelto, sujetándose la víscera en su texto “El lío con la poesía” (1997): “Lo único para lo que siempre ha sido buena la poesía es para hacer que los niños odien la escuela y brinquen de alegría el día que no tengan que ver más otro poema. Todo el mundo entero coincide en ello. Nadie en su juicio, jamás, lee poesía” (Web) y luego: “Los padres de familia todavía prefieren que sus niños sean taxidermistas y recaudadores de impuestos en vez de poetas. ¿Quién puede reprocharles?” (Web).
Ambos textos indagan sobre el aburrimiento o el desinterés que despierta la poesía y arriban a conclusiones similares: la poesía basada en el ego del poeta, en el culto romántico al yo que prefiere tomar distancia de la barbarie para refugiarse en su torre de marfil narcisista está condenada a fracasar y a ser objeto de risa y abucheo. Continúa Simic: “¿Quién quiere oír acerca de la vida de seres insignificantes, mientras los grandes imperios se erigen y caen? Todas esas fruslerías sobre estar enamorado, besuquearse y experimentar detenidamente la alborada del día mientras canta el gallo, es de lo más risible” (Web).
Luego del derrumbe, para contrarestar este fracaso rotundo, la propuesta de fondo en ambos casos será sugerir un cambio de actitud por parte de los poetas: “Hay que abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar a sus habitantes al aire fresco […] mis palabras están destinadas a la nueva generación” (23), arenga Gombrowicz y justamente de esta manera cierra su texto: “el arte no es una ficción y un rito, sino una verdadera comunión del hombre con el hombre” (46) mientras Simic por su parte sentencia: “Si no podemos ver el mundo tal como es en realidad, se debe a las capas de metáforas muertas que los poetas han dejado en todas partes” (Web). Para ello, urge desempolvarse de la pesadez de las formas artificiales y sus reglas preestablecidas, y abrir, en cambio, espacios vivos de creación que embrujen al hombre de carne y hueso, que logren decir algo nuevo sobre su condición humana; modular con un matiz aquella “voz de la humanidad” que nombraba Gombrowicz.
2 – (segundo intento de explicación) La poesía es difícil
El segundo recorrido para despejar la hipótesis que nos planteábamos al inicio de la mano de Roubaud [entender de dónde proviene el odio y el rechazo a la poesía], está relacionada con su dificultad. Advierte el escritor francés desde su ya ejercitada radicalidad lúcida: “La dificultad principal de la poesía de hoy día es que es poesía” (265).
Ahora bien, ¿qué significa esto? ¿cuál es la razón, según él, de esta dificultad que termina abonando el rechazo frente a un poema? La respuesta a estas preguntas está relacionada con la tendencia contemporánea hacia la información digerida y de fácil acceso. La comunicación de la transparencia y el mensaje sin ruido alguno. Con el hecho, también, de que cada vez más en nuestras prácticas cotidianas nuestra civilización esté habituada a comprender, a buscar un sentido (una funcionalidad) desde una racionalidad económica o utilitaria. Dice a propósito de esta circunstancia Jean-François Lyotard que la cultura postmoderna tiende a “una ideología de la transparencia comunicacional” por eso “La sociedad no existe y no progresa más que si los mensajes que circulan son ricos en informaciones y fáciles de decodificar” (7). La pregunta inmediata, entonces, que surge ante un poema es para qué sirve y he allí la causa del problema. De esta manera lo argumenta Roubaud:
Es indudable que eso tiene que ver con la naturaleza tan singular de la noción de sentido en poesía. […] En toda forma-poesía del presente, de nuevo tipo, hay dificultades para captar ese sentido, para admitirlo, para reconocerlo; porque estamos acostumbrados […] a buscar otra cosa, una de las formas de sentido habituales. […] el crimen esencial de la poesía es su incomprensibilidad. (266)
Ante la imposibilidad de acceder al confort de un sentido único la sensación que queda es que la poesía nos estafa; leer poesía es una pérdida de tiempo porque no aporta un conocimiento práctico y sobre todo de rápida absorción: “La acusación de incomprensibilidad está asociada de manera implícita a la exigencia de comprensión inmediata” (266).
Yendo a contrapelo, enfrentarse a la poesía, en cambio, entrañará siempre una alta dosis de riesgo e incertidumbre: nos ubica al borde del sinsentido, consume tiempo y nos cuesta trabajo y para colmo nos deja muchas veces con las manos vacías. Con ella no llegamos a ninguna parte y esto en sí mismo paradójicamente es un hallazgo, un aprendizaje que implica perder el control y entregarse al no saber. Así lo explica el poeta Wallace Stevens en uno de sus ensayos: “Si el filósofo no llega a nada porque falla, quizá el poeta no llegue a nada porque triunfa” (69). El poema nos enseña a no llegar a ninguna parte —a un núcleo o centro comprensible— porque, quizá, la deriva por los márgenes sea la experiencia válida, sustanciosa.
Esta dificultad, sin embrago, en tanto experiencia que niega la clausura a un sentido único es condición inherente al misterio que encierra la poesía. Ya en sus últimos años de vida, J.W. Goethe durante una conversación con su secretario Eckermann lo confirma: “cuanto más inconmesurable y menos se preste a ser captada una producción poética, tanto mejor” (507). Otro escritor que hizo hincapié en esta condición inasible de la práctica poética como misterio fue el pensador y escritor francés Georges Bataille (1897-1962). Curiosamente, el mismo año que Gombrowicz dicta la conferencia en el Centro Fray Mocho de Buenos Aires, Bataille publica un libro extraño e inclasiflicable titulado El odio de la poesía (1947), que quince años más tarde se convertirá en Lo imposible (1962). En el caso de Bataille, este sentimiento como él mismo señala: “subrayaba solamente el odio a una poesía pretendidamente ligada al gusto de lo posible” (168). La poesía posible es aquella que se ajusta al lenguaje y a la comunicación y se encuentra, por tanto, restringida a lo intelectual —“La clara reflexión siempre tiene a lo posible como objeto” (169)— o bien, adormecida por una exigencia de belleza, por eso confiesa: “Hace quince años quise hablar del odio de la poesía. Este primer título no era claro. Había pensado en la aversión que me inspiraba entonces la «bella poesía» […] detestaba la insulsez del lirismo” (170).
Lo imposible es para Bataille el lenguaje de la poesía orientado hacia la violencia de la revuelta, lo trágico y la muerte: “Lo imposible es un desorden, una aberración […] Sólo está ávido de lo imposible quien se dibuja un destino trágico. Para lograrlo tiene que enceguecer” (169). La poesía encierra esta noción caótica y apasionada de imposibilidad; imposible de decir e imposible de explicar:
Imposible no en el sentido de una renunciación aceptada, sino de una exasperación dolorosa e insuperable. Esta exasperación no puedo definirla de ninguna manera. Si puedo definirla es al sesgo, que yo llamaría el sesgo poético. No puedo abordar ese sesgo más que renunciando al conocimiento (180).
Podríamos admitir, entonces, que efectivamente, el sesgo poético conlleva una dificultad y esta condición no es reprobable, en tanto que, como señalaba Roubaud, la inasibilidad es requisito mismo de su existencia y eficacia: “La dificultad de la poesía es una e indivisible. Dimana de que es poesía” (270). La alternativa que nos queda, pues, frente a este obstáculo que despierta resistencias en el público general es aceptarlo: la poesía no es para cualquiera, hay que decirlo, pero no como justificación de una cierto aire acartonado de superioridad o elitismo, sino como reconocimiento de la exigencia que implica entrar en contacto íntimo y verdadero con ella. El mismo Gombrowicz en su conferencia reconoce que no es recomendable pedirle a los poetas que escriban de manera comprensible para todos: “sería tanto como pretender que voluntariamente renuncien a los valores más esenciales […] para descender a un nivel medio. ¡No! ¡Ningún arte que se respete lo aceptaría jamás!” (34-5). Sin embargo, esto no implica que por admitir su dificultad se convierta en una secta de iniciados que se dedican a intercambiar fórmulas desde la comodidad inocua de estereotipos heredados y la salvaguarda de premios y becas cuantiosas, pero, sin conseguir encender la chispa, moverle un pelo a la platea que, sin duda, los escuchará y aplaudirá mansamente en bloque. Remata al respecto Gombrowicz: “no encuentro nada de malo en que la poesía actual no sea accesible para cualquiera, pero sí me resulta problemático que haya surgido de la convivencia unilateral y restringida de unos hombres muy parecidos entre sí” (35).
Por último, la propuesta de escape que prometíamos desde el título. Ya hemos dicho que para adaptarse a los tiempos actuales los poetas necesitan encontrar imágenes y formas que nos identifiquen, que sean afines al ritmo y a las precariedades de la nueva época que enfrentamos. Porque, siguiendo a Paul de Man: “el acto poético […] es el acto histórico por antonomasia: el acto que nos hace conscientes del carácter escindido de nuestro ser y, por consiguiente, de la necesidad de realizarlo, de cumplirlo en el tiempo” (36). Emplazados en este contexto actual, ya no es posible sostener el mito de la plenitud de un discurso así como la pretensión imaginaria de una identidad estable y cerrada que lo consigne. La palabra poética que quiera conmover, mover la sensibilidad, sin fosilizarse debe por tanto evidenciar estas problemáticas actuales intentando horadar las formas establecidas que promueve la cultura hegemónica.
En medio de la carrera vertiginosa de seres que van y vienen a diario por las calles, compran el pan, vuelven a sus casas y hacen la cena para terminar otro día igual al anterior y al siguiente, hay momentos en que la poesía consigue detener el tiempo y mostrar ese misterio que habita en las rendijas de la realidad de todos los días. Multiplicar estos segundos de gozo en que un hombre logra conectarse con otro, con un igual, y le muestra con un uso inédito o desacostumbrado del lenguaje que hay belleza en alguna de las múltiples capas que componen un instante conocido, podría ser un posible escape. La manera, quizá, en que la poesía como reducto consiga revertir en pequeñas y humildes dosis todo ese caudal de descrédito y aburrimiento en un fulgor cada vez más extendido.
Obras citadas
Bataille, Georges, Lo imposible. Trad. Margo Glantz. México: Ediciones Coyoacán, 2000. Impreso.
De Man, Paul, Ensayos críticos. XXX: XXX. Impreso.
Eckerman, Johann Peter, Conversaciones con Goethe. Buenos Aires: Jackson, 1949. Impreso.
Gombrowicz, Witold, Contra los poetas. Trad. Sebastián Pilovsky. México: Tumbona Ediciones, 2015. Impreso.
—. Diario (1953-1969). Trad. Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles. Barcelona: Seix Barral, 2005. Impreso.
Lyotard, Jean-Francois, La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Trad. Mariano Antolín Rato. Madrid: Cátedra, 1987. PDF.
Roubaud, Jacques. Poesía, etcétera: puesta a punto. Trad. José Luis del Castillo Jiménez. Madrid: Hiperión, 1999.Impreso.
Simic, Charles. “El lío con la poesía”. Transtierros. Trad. Oscar Pinto Siabatto. Mayo 2015. Web. 23. Abr. 2016. http://transtierros.blogspot.mx/2015/05/el-lio-con-la-poesia-por-charles-simic.html
Stevens, Wallace. El elemento irracional en la poesía. Trad. Patricia Gola. Córdoba: Alción Editora, 2000. Impreso.
Valente, José Ángel. Las palabras de la tribu. Madrid: Siglo XXI, 1971. Impreso.
PAOLA GALLO
Montevideo, 1980. Poeta, ensayista y docente. Vive en Ciudad de México desde hace 10 años. Es doctora en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Profesora de Literatura, Estética y Redacción en la misma universidad.
En poesía publica Alimaña (Editorial Estuario, 2011) y Ov Fab (Editorial Literal, 2016). Publica también el ensayo El decir de lo indecible: los rodeos del deseo en la obra de Alejandra Pizarnik (Premio Nacional 2010 de Ensayo por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay). Actualmente coordina el espacio de indagación interior a través de la lectura y escritura: Curso/taller Escritura y deseo.