EL ODIO A LA POESÍA

Dos posibles explicaciones y una propuesta de escape
por Paola Gallo


Rechazo frente a un lenguaje rebuscado, a poses afectadas, rabia contra lo que no puede entenderse fácilmente, o bien, incomodidad y tedio. Estas son algunas de las emociones que experimentan los enemigos de la poesía: un número cada vez más cuantioso de personas que lanzan burlas y gestos desaprobatorios al toparse con un acontecimiento poético. Todavía más, al parecer existe un trastorno o afección dentro de la psiquiatría que refiere a este tipo de síntomas con el nombre de “metrofobia”, un miedo irracional frente a la poesía, a leerla o a escucharla, a los poetas y a todo lo relacionado con ella. Más allá de este hallazgo curioso, nuestra intención en estas páginas procura ir un poco más lejos: alcanzar mayores fundamentos en la reflexión en torno a esta problemática, intentando averiguar cuáles son las causas profundas de esta enemistad con la poesía en el contexto de la sensibilidad de nuestra época.

Una acusación que el escritor y matemático francés Jacques Roubaud (1932) nombró explícitamente como “odio a la poesía” y refiere más a un estado general de incompatibilidad entre ésta y la situación actual: “una crisis que no es ya sólo crisis de versos: es odio a la poesía, tentación de negar la poesía, de eliminar la poesía” (251), y que otros escritores a lo largo del siglo —hemos escogido tres: Georges Bataille, Witold Gombrowicz y Charles Simic— han prefigurado y reafirmado como el síntoma de una época en declive.

Con esto queremos aludir al estado de derrumbamiento de un sistema de referencias caduco que no ha encontrado todavía reposición y que se manifiesta volviéndose intolerante porque ya no encaja; no identifica. Continúa Roubaud:

el hundimiento de un sistema de referencias largo tiempo admitido de manera implícita por todo el mundo; […] la imposibilidad, ya innegable después de un siglo de esfuerzos en tal sentido, de encontrar a cambio otro dotado de idéntico rango de muda universalidad, es decir, uno en el que la gente se reconociera sin tener conciencia de estarse reconociendo en él. (252)

Acompañando la pista de Roubaud, podríamos aventurarnos y proponer dos explicaciones para rectificar la siguiente intuición: esta aversión podría originarse como consecuencia de una insuficiencia, o mejor, de un desencuentro entre lo que socialmente se espera de la poesía —en tanto palabras de la tribu, en sintonía con lo que propone José Ángel Valente: “la poesía es, antes que cualquier otra cosa, un medio de conocimiento de la realidad” (14)— y lo que ésta entrega o devuelve a cambio. En la siguiente denuncia podría resumirse, de manera algo tosca, el núcleo duro de este descontento: el odio ante la poesía es consecuencia de la incapacidad de los poetas por adaptarse, adaptar sus versos para articular, dar testimonio de la sensibilidad de su época y producir sentidos que remuevan y hechicen, recopilen y desestabilicen la realidad. Dicho esto, no queda otra opción que buscar indicios que validen el riesgo de esta sospecha inicial.



1 – (el primer intento de explicación) La Poesía con mayúscula ha fracasado


En 1947 el escritor polaco Witold Gombrowicz (1904-1969) pronunció con actitud desafiante una conferencia en el Centro Cultural Fray Mocho de Buenos Aires (el texto permanecerá inédito hasta 1951 cuando Kultura, una revista polaca editada en París lo publique). Durante la conferencia, su público —un grupo de intelectuales de la vanguardia porteña— escucha atónito las siguiente sentencia del extranjero entre chiflidos e insultos a viva voz: “heme aquí, plantado ante ustedes para declarar que los poemas no me gustan en absoluto y que incluso me aburren” (26) y más adelante, la pregunta escabrosa: “¿Por qué el lenguaje de los poetas me resulta el menos interesante de todos los lenguajes posibles?” (27). Gombrowicz o Witoldo, como fue bautizado en la capital argentina donde permaneció afinacado por veinticuatro años, lanza en este texto “Contra los poetas” una provocadora acusación contra el canon literario de la época y contra un tipo de poesía consagrada a las formas fijas, que se refugia en una actitud evasiva de la realidad. En sus Diarios reafirma esta intención crítica: “Ataco a la Poesía por la misma razón que ataco la Nación o ataco el mito de la Madurez […] ataco todas esas formas que dejan de ser para el hombre un cómodo abrigo y se convierten en rígido y pesado caparazón” (Diario, 30). La invectiva del escritor polaco, se distancia de la condena que realiza Platón en La República al acusar a los poetas de imitadores, y se levanta principalmente (y esto es importante precisarlo) contra un cierto tipo de poesía solemne y rígida hecha de “sonidos huecos” (38), lo que él llama “poesía pura”, aquella concentración purista o “extracto farmacéutico” (26) que se despega de la realidad y se recluye en la intemporalidad celestial de su propia mística. De esta manera argumenta su rechazo a la poesía con mayúscula y en verso: “Lo que cansa de la Poesía pura es el exceso de poesía: el exceso de palabras poéticas, el exceso de metáforas, en suma, de la condensación y de la depuración de todo elemento antipoético” (31). A lo que Gombrowicz aspira, en cambio, es a un tipo de poesía que entable un vínculo con la gente, que hable de sus dilemas y conflictos sin poses de superioridad. Así lo formula en el papel: “si queremos que la cultura no pierda todo contacto con el ser humano, debemos interrumpir de vez en cuando nuestra laboriosa creación y comprobar si lo que creamos nos expresa o no” (32) y lo recupera más tarde en sus Diarios en 1954: “Hoy en día abundan estilos que aburren, que cansan, que revuelven las tripas, porque son producto de una receta intelectual […] Con las palabras hay que intentar alcanzar a la gente y no a las teorías, a la gente y no al arte” (107).

Para conseguir esta conexión con lo humano es vital, según el escritor, que el poeta esté presente en el mundo en que vive: “debe cuidar que su manera de hablar se corresponda con su situación real en el mundo, debe expresar no solamente su actitud ante el mundo, sino también la del mundo ante él” (33).

El cortocircuito ocurre, siguiendo a Gombrowicz, cuando los poetas le dan la espalda a lo que ocurre en la realidad y envuelven su escritura en un fuego sagrado. La Poesía se convierte en una ceremonia pretenciosa y endogámica para los mismos de siempre: “lo que irrita en los poetas no es sólo esa religiosidad suya […] sino también su política de avestruz ante la realidad: porque ellos se defienden de ella, no quieren verla ni reconocerla, la rechazan, y al hacerlo se abandondan a un estado de trance que no es una fortaleza sino una debilidad” (34). El escritor argentino y amigo íntimo de Gombrowicz, Juan Carlos Gómez, rescata uno de los aspectos fundamentales para entender esta propuesta del polaco: “El punto de partida de Gombrowicz, su exigencia, es que el arte esté unido a la vida” (81). Sin este encuentro entre lo que se escribe y lo que le sucede al hombre que escribe en el afuera, el arte recae en expresiones grandilocuentes y artificiales. Sumado a esto, la ausencia de este encuentro supone, pues, una debilidad que se refuerza por el hábito instalado de someterse a formas prestadas y anquilosadas, en lugar de luchar por encontrar una forma propia, auténtica. Dice Gombrowicz: “Pero lo más grave […] ha de [ser] valerse de las formas heredadas de otros poetas, formas que perdieron hace ya mucho tiempo todo contacto directo con la sensibilidad humana” (37).

Charles Simic (1938), el poeta yugoslavo, escribe sobre esta problemática con el lenguaje suelto, sujetándose la víscera en su texto “El lío con la poesía” (1997): “Lo único para lo que siempre ha sido buena la poesía es para hacer que los niños odien la escuela y brinquen de alegría el día que no tengan que ver más otro poema. Todo el mundo entero coincide en ello. Nadie en su juicio, jamás, lee poesía” (Web) y luego: “Los padres de familia todavía prefieren que sus niños sean taxidermistas y recaudadores de impuestos en vez de poetas. ¿Quién puede reprocharles?” (Web).

Ambos textos indagan sobre el aburrimiento o el desinterés que despierta la poesía y arriban a conclusiones similares: la poesía basada en el ego del poeta, en el culto romántico al yo que prefiere tomar distancia de la barbarie para refugiarse en su torre de marfil narcisista está condenada a fracasar y a ser objeto de risa y abucheo. Continúa Simic: “¿Quién quiere oír acerca de la vida de seres insignificantes, mientras los grandes imperios se erigen y caen? Todas esas fruslerías sobre estar enamorado, besuquearse y experimentar detenidamente la alborada del día mientras canta el gallo, es de lo más risible” (Web).

Luego del derrumbe, para contrarestar este fracaso rotundo, la propuesta de fondo en ambos casos será sugerir un cambio de actitud por parte de los poetas: “Hay que abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar a sus habitantes al aire fresco […] mis palabras están destinadas a la nueva generación” (23), arenga Gombrowicz y justamente de esta manera cierra su texto: “el arte no es una ficción y un rito, sino una verdadera comunión del hombre con el hombre” (46) mientras Simic por su parte sentencia: “Si no podemos ver el mundo tal como es en realidad, se debe a las capas de metáforas muertas que los poetas han dejado en todas partes” (Web). Para ello, urge desempolvarse de la pesadez de las formas artificiales y sus reglas preestablecidas, y abrir, en cambio, espacios vivos de creación que embrujen al hombre de carne y hueso, que logren decir algo nuevo sobre su condición humana; modular con un matiz aquella “voz de la humanidad” que nombraba Gombrowicz.



2 – (segundo intento de explicación) La poesía es difícil


El segundo recorrido para despejar la hipótesis que nos planteábamos al inicio de la mano de Roubaud [entender de dónde proviene el odio y el rechazo a la poesía], está relacionada con su dificultad. Advierte el escritor francés desde su ya ejercitada radicalidad lúcida: “La dificultad principal de la poesía de hoy día es que es poesía” (265).

Ahora bien, ¿qué significa esto? ¿cuál es la razón, según él, de esta dificultad que termina abonando el rechazo frente a un poema? La respuesta a estas preguntas está relacionada con la tendencia contemporánea hacia la información digerida y de fácil acceso. La comunicación de la transparencia y el mensaje sin ruido alguno. Con el hecho, también, de que cada vez más en nuestras prácticas cotidianas nuestra civilización esté habituada a comprender, a buscar un sentido (una funcionalidad) desde una racionalidad económica o utilitaria. Dice a propósito de esta circunstancia Jean-François Lyotard que la cultura postmoderna tiende a “una ideología de la transparencia comunicacional” por eso “La sociedad no existe y no progresa más que si los mensajes que circulan son ricos en informaciones y fáciles de decodificar” (7). La pregunta inmediata, entonces, que surge ante un poema es para qué sirve y he allí la causa del problema. De esta manera lo argumenta Roubaud:

Es indudable que eso tiene que ver con la naturaleza tan singular de la noción de sentido en poesía. […] En toda forma-poesía del presente, de nuevo tipo, hay dificultades para captar ese sentido, para admitirlo, para reconocerlo; porque estamos acostumbrados […] a buscar otra cosa, una de las formas de sentido habituales. […] el crimen esencial de la poesía es su incomprensibilidad. (266)

Ante la imposibilidad de acceder al confort de un sentido único la sensación que queda es que la poesía nos estafa; leer poesía es una pérdida de tiempo porque no aporta un conocimiento práctico y sobre todo de rápida absorción: “La acusación de incomprensibilidad está asociada de manera implícita a la exigencia de comprensión inmediata” (266).

Yendo a contrapelo, enfrentarse a la poesía, en cambio, entrañará siempre una alta dosis de riesgo e incertidumbre: nos ubica al borde del sinsentido, consume tiempo y nos cuesta trabajo y para colmo nos deja muchas veces con las manos vacías. Con ella no llegamos a ninguna parte y esto en sí mismo paradójicamente es un hallazgo, un aprendizaje que implica perder el control y entregarse al no saber. Así lo explica el poeta Wallace Stevens en uno de sus ensayos: “Si el filósofo no llega a nada porque falla, quizá el poeta no llegue a nada porque triunfa” (69). El poema nos enseña a no llegar a ninguna parte —a un núcleo o centro comprensible— porque, quizá, la deriva por los márgenes sea la experiencia válida, sustanciosa.

Esta dificultad, sin embrago, en tanto experiencia que niega la clausura a un sentido único es condición inherente al misterio que encierra la poesía. Ya en sus últimos años de vida, J.W. Goethe durante una conversación con su secretario Eckermann lo confirma: “cuanto más inconmesurable y menos se preste a ser captada una producción poética, tanto mejor” (507). Otro escritor que hizo hincapié en esta condición inasible de la práctica poética como misterio fue el pensador y escritor francés Georges Bataille (1897-1962). Curiosamente, el mismo año que Gombrowicz dicta la conferencia en el Centro Fray Mocho de Buenos Aires, Bataille publica un libro extraño e inclasiflicable titulado El odio de la poesía (1947), que quince años más tarde se convertirá en Lo imposible (1962). En el caso de Bataille, este sentimiento como él mismo señala: “subrayaba solamente el odio a una poesía pretendidamente ligada al gusto de lo posible” (168). La poesía posible es aquella que se ajusta al lenguaje y a la comunicación y se encuentra, por tanto, restringida a lo intelectual —“La clara reflexión siempre tiene a lo posible como objeto” (169)— o bien, adormecida por una exigencia de belleza, por eso confiesa: “Hace quince años quise hablar del odio de la poesía. Este primer título no era claro. Había pensado en la aversión que me inspiraba entonces la «bella poesía» […] detestaba la insulsez del lirismo” (170).

Lo imposible es para Bataille el lenguaje de la poesía orientado hacia la violencia de la revuelta, lo trágico y la muerte: “Lo imposible es un desorden, una aberración […] Sólo está ávido de lo imposible quien se dibuja un destino trágico. Para lograrlo tiene que enceguecer” (169). La poesía encierra esta noción caótica y apasionada de imposibilidad; imposible de decir e imposible de explicar:

Imposible no en el sentido de una renunciación aceptada, sino de una exasperación dolorosa e insuperable. Esta exasperación no puedo definirla de ninguna manera. Si puedo definirla es al sesgo, que yo llamaría el sesgo poético. No puedo abordar ese sesgo más que renunciando al conocimiento (180).

Podríamos admitir, entonces, que efectivamente, el sesgo poético conlleva una dificultad y esta condición no es reprobable, en tanto que, como señalaba Roubaud, la inasibilidad es requisito mismo de su existencia y eficacia: “La dificultad de la poesía es una e indivisible. Dimana de que es poesía” (270). La alternativa que nos queda, pues, frente a este obstáculo que despierta resistencias en el público general es aceptarlo: la poesía no es para cualquiera, hay que decirlo, pero no como justificación de una cierto aire acartonado de superioridad o elitismo, sino como reconocimiento de la exigencia que implica entrar en contacto íntimo y verdadero con ella. El mismo Gombrowicz en su conferencia reconoce que no es recomendable pedirle a los poetas que escriban de manera comprensible para todos: “sería tanto como pretender que voluntariamente renuncien a los valores más esenciales […] para descender a un nivel medio. ¡No! ¡Ningún arte que se respete lo aceptaría jamás!” (34-5). Sin embargo, esto no implica que por admitir su dificultad se convierta en una secta de iniciados que se dedican a intercambiar fórmulas desde la comodidad inocua de estereotipos heredados y la salvaguarda de premios y becas cuantiosas, pero, sin conseguir encender la chispa, moverle un pelo a la platea que, sin duda, los escuchará y aplaudirá mansamente en bloque. Remata al respecto Gombrowicz: “no encuentro nada de malo en que la poesía actual no sea accesible para cualquiera, pero sí me resulta problemático que haya surgido de la convivencia unilateral y restringida de unos hombres muy parecidos entre sí” (35).



Por último, la propuesta de escape que prometíamos desde el título. Ya hemos dicho que para adaptarse a los tiempos actuales los poetas necesitan encontrar imágenes y formas que nos identifiquen, que sean afines al ritmo y a las precariedades de la nueva época que enfrentamos. Porque, siguiendo a Paul de Man: “el acto poético […] es el acto histórico por antonomasia: el acto que nos hace conscientes del carácter escindido de nuestro ser y, por consiguiente, de la necesidad de realizarlo, de cumplirlo en el tiempo” (36). Emplazados en este contexto actual, ya no es posible sostener el mito de la plenitud de un discurso así como la pretensión imaginaria de una identidad estable y cerrada que lo consigne. La palabra poética que quiera conmover, mover la sensibilidad, sin fosilizarse debe por tanto evidenciar estas problemáticas actuales intentando horadar las formas establecidas que promueve la cultura hegemónica.

En medio de la carrera vertiginosa de seres que van y vienen a diario por las calles, compran el pan, vuelven a sus casas y hacen la cena para terminar otro día igual al anterior y al siguiente, hay momentos en que la poesía consigue detener el tiempo y mostrar ese misterio que habita en las rendijas de la realidad de todos los días. Multiplicar estos segundos de gozo en que un hombre logra conectarse con otro, con un igual, y le muestra con un uso inédito o desacostumbrado del lenguaje que hay belleza en alguna de las múltiples capas que componen un instante conocido, podría ser un posible escape. La manera, quizá, en que la poesía como reducto consiga revertir en pequeñas y humildes dosis todo ese caudal de descrédito y aburrimiento en un fulgor cada vez más extendido.




Obras citadas

Bataille, Georges, Lo imposible. Trad. Margo Glantz. México: Ediciones Coyoacán, 2000. Impreso.
De Man, Paul, Ensayos críticos. XXX: XXX. Impreso.
Eckerman, Johann Peter, Conversaciones con Goethe. Buenos Aires: Jackson, 1949. Impreso.
Gombrowicz, Witold, Contra los poetas. Trad. Sebastián Pilovsky. México: Tumbona Ediciones, 2015. Impreso.
—. Diario (1953-1969). Trad. Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles. Barcelona: Seix Barral, 2005. Impreso.
Lyotard, Jean-Francois, La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Trad. Mariano Antolín Rato. Madrid: Cátedra, 1987. PDF.
Roubaud, Jacques. Poesía, etcétera: puesta a punto. Trad. José Luis del Castillo Jiménez. Madrid: Hiperión, 1999.Impreso.
Simic, Charles. “El lío con la poesía”. Transtierros. Trad. Oscar Pinto Siabatto. Mayo 2015. Web. 23. Abr. 2016. http://transtierros.blogspot.mx/2015/05/el-lio-con-la-poesia-por-charles-simic.html
Stevens, Wallace. El elemento irracional en la poesía. Trad. Patricia Gola. Córdoba: Alción Editora, 2000. Impreso.
Valente, José Ángel. Las palabras de la tribu. Madrid: Siglo XXI, 1971. Impreso.



PAOLA GALLO

Montevideo, 1980. Poeta, ensayista y docente. Vive en Ciudad de México desde hace 10 años. Es doctora en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Profesora de Literatura, Estética y Redacción en la misma universidad.

En poesía publica Alimaña (Editorial Estuario, 2011) y Ov Fab (Editorial Literal, 2016). Publica también el ensayo El decir de lo indecible: los rodeos del deseo en la obra de Alejandra Pizarnik (Premio Nacional 2010 de Ensayo por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay). Actualmente coordina el espacio de indagación interior a través de la lectura y escritura: Curso/taller Escritura y deseo.  

LA TEORÍA DEL OTRO

sobre la novela «Estrella distante» (Anagrama, 2000, Barcelona, España) de Roberto Bolaño

por Sergio Schvarz


«Je est un Autre»
Arthur Rimbaud


El mundo novelístico de Roberto Bolaño tiene muchas aristas que hubiéramos querido que se continuaran desarrollando y que han quedado, por decirlo de alguna manera, como la manifestación visible de un iceberg. En sus novelas encontraremos guerrilleros, dictaduras, asesinatos, una forma policial disgregada en el marco de una literatura más o menos politizada, de pretensión realista aunque a menudo distorsionada.

En Estrella distante se trata de la construcción del “otro”, el otro en el sentido antropológico de diverso, no de distinto. Tan es así que podría decirse que aquí está, en embrión, la teoría Bolaño del otro, que no es más que la continuación del nosotros por otros medios, a veces terribles. Si admitimos que “nosotros” somos los que tenemos elementos comunes, podremos darnos cuenta que, efectivamente, el otro también tiene algo en común con nosotros (una unidad biopsíquica, un idéntico origen y una igualdad de condiciones), por lo tanto es —o deberíamos ser— lo mismo.

Al principio el autor chileno nos ubicará en el tiempo, es 1971 o 1972, “cuando Salvador Allende era presidente de Chile”, y describe al personaje del que tratará su novela: Alberto Ruiz-Tagle, protagonista un tanto misterioso, que no habla demasiado, autodidacta, “que se vestía demasiado bien para no haber pisado nunca una universidad”. Como antecedentes tenemos que su padre o su abuelo había sido propietario de un fundo cerca de Puerto Montt, y “decidió dejar de estudiar a los quince años para dedicarse a los trabajos del campo y a la lectura de la biblioteca paterna”. Vive solo, como si no tuviera más que confianza y seguridad en sí mismo, y además parece que nunca le ha faltado dinero.

El lugar donde inicia la novela es Concepción, en Chile, bajo el amparo del taller literario de Juan Stein, uno de los dos talleres de la ciudad, rivales pero que, a la vez, caminan en la misma dirección de creación artística. Allí se encuentran las hermanas Garmendia (gemelas monocigóticas), Verónica y Angélica, “tan iguales algunos días que era imposible distinguirlas y tan diferentes otros días (pero sobre todo otras noches) que parecían mutuamente dos desconocidas cuando no dos enemigas” (p. 15); Bibiano O´Ryan, Marta “la Gorda” Posadas, que “quería convertirse en una especie de Marta Harnecker de la crítica literaria”, y él, que adopta el nombre de Arturo Belano (clásico alter ego del autor).

El trato de Ruiz-Tagle con ellos era de “cordialidad distante” (y aquí aparece el término distante, como de alguien que participa de algo pero sin emoción alguna): “nos saludaba, nos sonreía, (y) cuando leíamos poemas era discreto y mesurado en su apreciación crítica…”. Por cierto, “la mayoría éramos miembros o simpatizantes del MIR o de partidos trotskistas, aunque alguno, creo, militaba en las Juventudes Socialistas o en el Partido Comunista o en uno de los partidos de izquierda católica”. (p. 16) En ese sentido, hay un trasfondo político, un marco de irrupción dictatorial en que se desarrolla la novela y una posdictadura como luz al final del túnel que, sin embargo, no revela del todo la incógnita que va a plantear la novela.

El otro taller literario, el taller de poesía de Diego Soto, se llevaba a cabo en la Facultad de Medicina, “separado tan sólo por un pasillo del anfiteatro en donde los estudiantes despiezaban cadáveres en las clases de anatomía”. (p. 20) “Los asiduos al taller de Stein no iban al taller de Soto y viceversa, salvo Bibiano O`Ryan y yo, que en realidad compensábamos nuestra inasistencia crónica a clases acudiendo no sólo a los talleres sino a cuanto recital o reunión cultural y política se hiciera en la ciudad”. (p. 21) En el taller de Diego Soto parecía haber una mayor influencia de Teillier. Allí hizo su aparición, también, Ruiz-Tagle, como quien no quiere la cosa.

La narración comienza inmediatamente antes del golpe militar y nuestro personaje se transforma, definitivamente, en Carlos Wieder, de quien sospecharemos que en realidad es un tira, que se ha infiltrado, aunque sus actos parecen formar parte de una guerra propia. O de que, sueltos los demonios, cada quien se puso el sayo que mejor le cuadrara y ejecutó su oportuna venganza o dio rienda suelta a su locura personal. En este caso lo encontraremos piloteando un caza Messerschmitt de la Luftwable, donde escribe frases sobre el cielo de Concepción, como una especie de acción poética, y nos habla sobre el principio del mundo, la luz y las tinieblas.

Las exhibiciones de escritura aérea, se realizaban

sobre el aeródromo de Las Tencas, para un público compuesto por altos oficiales y hombres de negocios acompañados de sus respectivas familias —las hijas casaderas se morían por Wieder y las que ya estaban casadas se morían de tristeza— (y) dibujó, justo pocos minutos antes de que la noche lo cubriera todo, una estrella, la estrella de nuestra bandera, rutilante y solitaria sobre el horizonte implacable”. (p. 41)

Allí estará, entonces, la estrella, única, distante, que simboliza la patria chilena.

El método parece extraído de Isidore Isou y el letrismo, y en la exhibición aérea de El Cóndor, Wieder, ya transformado en su verdadero papel, de aviador y quizá soplón y asesino, escribe “aprendices de fuego”, y según sus más íntimos, supieron que “estaba nombrando, conjurando, a mujeres muertas”, a poetas que desaparecían o a los que, con suerte, sus restos pudieran aparecer un día.

Será “la gorda” Posadas, sin embargo, quien descubrirá que Ruiz-Tagle y el teniente Carlos Wieder son el mismo personaje, y si bien en uno se hace pasar por poeta interesado en la aviación, en otro se presenta como aviador que escribe poemas (y otras referencias bíblicas) en el aire, lo que nos da la pauta para pensar en la duplicación de la persona y afirmar, una vez más, que el otro es el nosotros, es decir el Yo. Si lo que sale a la luz de nosotros es una cara distinta a la del otro, seguramente lo que no sale a la luz, lo que está dentro de nosotros y sólo vive en nosotros, tendrá muchos puntos de coincidencia con aquél.


Después del temblor, el exilio

No quedarán muchas opciones para los asistentes a los talleres literarios. Para unos será el temblor, la tumba o el exilio.

Stein “tenía muchos mapas, como suelen tenerlos aquellos que desean fervientemente viajar y aún no han salido de su país”. Mirista (MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria) pero de tendencia trotskista, tenía un retrato de Cherniakouski, general al mando de un ejército de la ex Unión Soviética, “muerto en primera línea, en 1945, cuando ya la guerra estaba ganada, a los treinta y nueve años de edad”. El repaso de la vida militar del general judío y civil del héroe, sirve para desplegar una cierta ironía retrospectiva, hablando de los honores en sitios o realidades que ya no existen más, como muchas ciudades o instituciones de la ex Unión Soviética, incluido el traslado de monumentos del general Cherniakovski a los lugares que defendió, con éxito, así como su nuevo enterramiento en Moscú cuando Lituania fue un Estado independiente.

Después del golpe militar Stein desapareció, y tanto Bibiano como el yo del personaje-narrador lo dan por muerto.

El narrador se exilia y cuando está en México, ¿o en Francia?, recibirá una carta de Bibiano con un recorte de prensa donde hacía alusión “a varios “terroristas chilenos” que habían entrado a Nicaragua por Costa Rica con las tropas del Frente Sandinista. Era Juan Stein”. (p. 67) Luego éste sigue una “carrera” como guerrillero por todos los conflictos de la época, Angola, Colombia, Mozambique, Guatemala o en El Salvador.

Sin embargo, el autor se pregunta:

¿Cómo conciliar en el mismo sueño o en la misma pesadilla al sobrino de Cherniakovski, el judío bolchevique de los bosques del sur de Chile, con los hijos de puta que mataron a Roque Dalton mientras dormía, para cerrar la discusión y porque así convenía a su revolución?”. (p. 69)

Stein, finalmente, es presuntamente muerto en El Salvador, en la última ofensiva del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), “la que llegó a conquistar algunos barrios de San Salvador…”. Dice: “En la Dirección de Información de la policía el desconocido rubio figura con el nombre de Jacobo Sabotinski, ciudadano argentino, antiguo miembro del ERP” (Ejército Revolucionario del Pueblo). (p. 70) Pero no dará con sus restos, como si se hubiese desvanecido en el aire.

Diego Soto, del otro taller literario, también desapareció de Chile a finales de 1973 o en los primeros días de 1974.

Soto era simpatizante del Partido Socialista, era un izquierdista pesimista, que se exilia en la República Democrática Alemana (RDA), luego Francia, donde dio clases de español y de inglés e hizo algunas traducciones. Luego se estabiliza en París y vive bien, tiene mujer y dos hijos; “no es que Soto se hubiera aburguesado, sino que siempre había sido así”. Pero la felicidad termina abruptamente, en manos de tres jóvenes neonazis, que lo acuchillan al defender a una vagabunda que era golpeada salvajemente.

La manera de narrar de Bolaño, que es distraernos del asunto principal pero que sin embargo sirve para redondear todo el cuadro, es decir sin quedarse en una sola imagen sino en toda la composición entera, nos agrega un nuevo personaje al que llamarán “la acróbata ermitaña”, que entrará en escena como contrapunto y luego desaparecerá. Es Lorenzo (transformado en Petra), que le gustaba jugar y subirse a los árboles y a los postes de alta tensión, donde un día “recibió una descarga tan fuerte que perdió los dos brazos”, amputándoseles, y se convierte en artista (¿en qué otra cosa podía convertirse?). Intenta suicidarse, saltando al mar desde una roca usada exclusivamente por suicidas, pero no lo logra. Entonces este personaje disminuido se va a Europa. En los momentos en que vivió allí sólo decía que “con ingenio uno o una se las apañaba para hacer de todo” con tal de mantenerse vivo. La prótesis que se compró en Alemania “parecían brazos de verdad y le gustaron más que nada por la sensación de ciencia ficción, de robótica, de sentirse ciborg…”. (p. 84) Finalmente, se convierte en Petra, emblema de los Juegos Paralímpicos, y tres años después muere de sida.

La conclusión, con algo de ironía:

A veces creo que Lorenzo fue mejor poeta que Stein y Soto. Pero usualmente cuando pienso en ellos los veo juntos. Aunque lo único que los une fue la circunstancia de nacer en Chile”. (p. 85)




“Como si detrás de sus ojos tuviera otro par de ojos”

Carlos Wieder le servía al régimen para demostrar al mundo “que el nuevo régimen y el arte de vanguardia no estaban, ni mucho menos, reñidos”. (p. 86

La pretensión de ser vanguardia, de estar al frente, de dirigir los destinos (de un país, de la cultura o de la política) es, cuando menos mesiánica y expulsa del paraíso a los otros, porque si sólo lo mío es lo correcto los demás están, inequívocamente, equivocados.

Por ello Bolaño nos presenta la extraña exposición de fotos que Wieder montará en el departamento de un compañero de promoción, “cuya inauguración hizo coincidir con su exhibición de poesía aérea”.

Las invitaciones para la fiesta en Providencia, por supuesto, fueron restringidas, selectivas: algunos pilotos, algunos militares jóvenes (el más viejo no llegaba a comandante) y cultos o al menos con fundadas sospechas de serlo, un trío de periodistas, dos artistas plásticos, un viejo poeta de derechas que había sido vanguardista y que tras el Golpe de Estado parecía haber recuperado los ímpetus de su juventud, alguna dama joven y distinguida (…) y el padre de Carlos Wierder, que vivía en Viña del Mar y cuya salud era delicada”. (p. 87-88)

Hará su sesión de escritura aérea que termina con “La muerte es resurrección”,

y los fieles que permanecían abajo no entendieron nada pero entendieron que Wieder estaba escribiendo algo, comprendieron o creyeron comprender la voluntad del piloto y supieron que aunque no entendieran nada estaban asistiendo a un acto único, a un evento importante para el arte del futuro”. (p. 91-92)

Porque eso es ser vanguardia, en todo caso, ser capaz de enseñar el camino a realizar, realizándolo. La exposición, parece, efectivamente, algo inusual, de otro mundo:

Las fotos, en general, son de mala calidad, aunque la impresión que provocan en quienes las contemplan es vivísima. El orden en que están expuestas no es casual: siguen una línea, una argumentación, una historia (cronológica, espiritual…), un plan. Las que están pegadas en el cielorraso son semejantes al infierno, pero un infierno vacío. Las que están pegadas (con chinchetas) en las cuatros esquinas semejan una epifanía. Una epifanía de la locura. En otros grupos de fotos predomina un tono elegíaco…” (p. 97). Y después, “mientras algunos se iban sin despedirse una extraña sensación de fraternidad quedó flotando en el piso entre los que optaron por quedarse”. (p. 98).

Sí, debemos decir que este es el evento central de toda la novela, puesto que estas fotos nos muestran de lo que es capaz de hacer Wieder.

Según Muñoz Cano, en algunas de las fotos reconoció a las hermanas Garmendia y a otros desaparecidos. La mayoría eran mujeres. El escenario de las fotos casi no variaba de una a otra por lo que deduce es el mismo lugar. Las mujeres parecen maniquíes, en algunos casos maniquíes desmembrados, destrozados, aunque Muñoz Cano no descarta que en un treinta por ciento de los casos estuvieran vivas en el momento de hacerles la instantánea”. (p. 97)

Al parecer los de Inteligencia van a arrestarlo por el revuelo que genera dicha exposición entre los presentes, pero lo cierto es que las noticias sobre él “son confusas, contradictorias, su figura aparece y desaparece en la antología móvil de la literatura chilena, envuelto en brumas, se especula con su expulsión de la Fuerza Aérea en un juicio nocturno y secreto al que él asistiría con su uniforme de gala”. (p. 103)

Entonces es cuando comienza la investigación sobre su trayectoria y paradero:

pero Bibiano O´Ryan descubre accidentalmente un apartado de autor en los Archivos de la Biblioteca Nacional y allí, juntos, están las poesías aéreas de Wieder, la obra de teatro de Pacheco y textos firmados con tres o cuatro nombres más aparecidos en revistas de escasa circulación, algunas marginales y hechas con muy pocos medios y otras de lujo, con un papel excelente, profusión de fotos (en una se reproduce casi toda la poesía aérea de Wieder, con una cronología de cada acción) y diseño aceptable” (p. 104).

La leyenda de Wieder crece como la espuma en algunos círculos literarios. Se dice que se ha vuelto rosacruz, que un grupo de seguidores de Joseph Peladan han intentado contactar con él, que una lectura en clave de ciertas páginas del Amphithéâtre des sciencies mortes preludia o profetiza su irrupción “en el arte y en la política de un país del Lejano Sur” ”. (p. 107)


Juegos de guerra desde el sillón

Buscando atar cabos, Bibiano O´Ryan descubre un juego, llamado Wargame, que “cubre en turnos quincenales la totalidad de la guerra que desde 1879 enfrentó a Chile con la Alianza Peruano-Boliviana”, y que “no obtuvo el éxito esperado y arruinó a los propietarios de la casa editora…”. Un juego con dobles o terceras lecturas, es una singularidad de Bolaño y, como todo en él, de estatura irónica.

En la investigación sobre Carlos Wieder, surge otro personaje estrafalario, un coleccionista de rarezas literarias, estudioso de las obras de Philip K. Dick, Graham Greenwood que, por ejemplo, “creía, a la manera norteamericana, decidida y militante, en la existencia del mal, el mal absoluto”. (p. 110) Sin embargo, pese a efímeros poemas publicados aquí y allá, “todo lleva a pensar que ha renunciado a la literatura”.

Finalmente,

Wieder abandona Chile, abandona las revistas minoritarias en donde bajo sus iniciales o bajo alias inverosímiles habían ido saliendo sus últimas creaciones, trabajo hechos a desgana, imitaciones cuyo sentido escapa al lector, y desaparece, aunque su ausencia física (de hecho, siempre ha sido una figura ausente) no pone fin a las especulaciones, a las lecturas encontradas y apasionadas que su obra suscita”. (p. 112-113).

Su presencia se torna fantasmal, haciéndonos dudar de su verdadera existencia:

Los años y las noticias adversas o la falta de noticias, contra lo que suele suceder, afirman la estatura mítica de Wieder, fortalecen sus pretendidas propuestas. Algunos entusiastas salen al mundo dispuestos a encontrarlo y, si no a traerlo de vuelta a Chile, al menos a hacerse una foto con él. Todo es en vano. La pista de Wieder se pierde en Sudáfrica, en Alemania, en Italia…”. (p. 116)

Además, “tras un largo peregrinaje, que otros llamarían viaje turístico de uno, dos y tres meses, los jóvenes que han ido en su busca regresan derrotados y sin fondos”. (p. 116)

“En 1992 su nombre sale a relucir en una encuesta judicial sobre torturas y desapariciones. Es la primera vez que aparece públicamente ligado a temas extraliterarios. En 1993 se le vincula con un grupo operativo independiente responsable de la muerte de varios estudiantes en el área de Concepción y en Santiago”. (p. 116)

“En 1994 aparece un libro de un colectivo de periodistas chilenos sobre las desapariciones y se le vuelve a mencionar. También aparece el libro de Muñoz Cano, que ha abandonado la Fuerza Aérea, en uno de cuyos capítulos se relata pormenorizadamente (si bien la prosa de Muñoz Cano peca en ocasiones de un fervor excesivo, de nervios a flor de piel) la velada de las fotos en el departamento de Providencia”. (p. 116-117)

Se le hacen algunos juicios, sobre todo “por el asesinato de Angélica Garmendia y por la desaparición de su hermana y de su tía (Amalia Maluenda, la empleada mapuche de las Garmendia, que logra escapar la noche en que Wieder, como Ruiz-Tagle, las asesinó, se presenta como testigo sorpresa), pero sigue sin comparecer. “En su defensa salen únicamente tres antiguos compañeros de armas”. Y para la última parte de la investigación entra en acción uno de los policías más famosos de la época de Allende: Abel Romero, el que resuelve dos casos valiéndose de la lógica y el ingenio, y en esta ocasión irán, junto al yo-narrador, tras lo que queda de las huellas de Ruiz-Tagle o Carlos Wieder, ese otro que anda por las calles, banalizando el mal.




Sergio Schvarz Castro

Montevideo, 1965. Es poeta, escritor y periodista cultural. Colabora con varios medios digitales nacionales (La Onda Digital, Granizo.uy) y del extranjero (Revista Crítica de Chile, Asociación Cultural Retratos Abiertos de Perú) y con el Semanario Sol y Luna (Salto, Uruguay) desde el año 2016.

Escribe poesía desde la adolescencia, participando de un taller literario en la Biblioteca Nac. de México. Trabaja en el desaparecido diario El Día (México), entre 1990-1995 y en el diario El Universal. Participa del taller literario de la poeta Suny Brandi (1997-1998) y luego integra dos libros colectivos (Espigas Literarias I y II) con poesía y cuento. En 2006 y 2007 edita un suplemento cultural (La Sierra Cultural) en el diario La Unión (Minas) y posteriormente es encargado de su edición diaria y una columna de opinión. Vive en la ciudad de Tranqueras (Rivera). Continúa publicando poesía y prosa.