sobre «Corre, corre» (ConTexto Libros, 2021) de Teresa Korondi
por Gerardo Ciancio
“Cada cual va definiendo su existencia
en la medida del contenido y jamás de la longitud de las horas”
T.K.
“Como en una road movie con vaticinio” dice la voz narrativa de La enunciación (2016)1, primera nouvelle de Teresa Korondi. Y es que su literatura tiene mucho de eso: viaje, recorrido, corrrida en avance, discurso proliferante, palabra que se proyecta hacia. Es decir, el viaje, como metáfora que nuclea su trabajo literario, experimenta una doble vertiente: el andar sobre el paisaje de la ficción, sus personajes caminan o “corren” los escenarios narrativos; y, al mismo tiempo, el viaje del decir poético, la dinámica de su proyecto estético como una apuesta al movimiento perpetuo de las palabras lanzadas hacia adelante. La literatura del camino (Jack Kerouac) y los ‘signos en rotación’ (Octavio Paz) podrían ser los sostenes de una tradición literaria en la que se enmarca la obra de la autora uruguaya2. La noción de viaje afecta aquí a los personajes, a las coordenadas espacio-temporales en las que ellos habitan, pero también afecta al lector, lo invita y emplaza a montarse en la experiencia del movimiento por las páginas del texto y por la conciencia del receptor.
Es en Corre corre (ya desde la reiteración verbal que da título a la nouvelle) donde la “road movie”, la novela on the road se enfatiza más. La protagonista y voz narrativa avanza por la costa del este de Uruguay, posiblemente por una playa del departamento de Rocha, en un viaje “real” y metafórico, empírico y sImbólico, posible y surrealista, repleto de seres familiares y, al mismo tiempo, extraños, por momentos, inquietantes o inexplicables, que van generando una lógica narrativa singular, con visos de novela fantástica, por momentos de realismo mágico, novela de aventuras, novela de iniciación. Las opciones léxicas, en particular verbos y adverbios, van configurando esa prosa móvil y en permanente desplazamiento que supone un viaje de estas características.
Por un lado, la narradora va mostrando signos que avisan del viaje: lugares, hitos del paisaje, puntos cardinales, faja costera y mar, cielo y tierra. La novela espacializa la escritura y evoca en la conciencia del lector los pasos del personaje: “Eso pasaba porque iba siguiendo las curvas de la costa con oscilaciones entre sur y norte yendo hacia el este. Tan solo me faltaban las estrellas para convertirme en una navegante experimentada.”
Por otra parte, desde el comienzo se establece, aunque a priori podría pasar desapercibido en una lectura apurada, el pacto lector en cuanto al tratamiento del tiempo. Un tiempo que también es espacio, una torsión en la doble coordenada que nos pauta nuestra existencia. Hay un enrarecimiento de la dimensión temporal3, una detención, un retener, una suspensión, y, simultánemamente, un proliferar, un avanzar, un marchar irrefrenable de la línea temporal que se proyecta, en tanto se viaja, se corre, hacia el futuro: “No se trataba del tiempo que se estaba moviendo hacia el futuro, sino que para mí era como un cambio en el presente, como si el tiempo también pudiese tener forma y ocupase un espacio concreto y no algo que percibía.”
En ese juego de tensiones transcurre casi toda la nouvelle. Es más: podría sostenerse que el viaje aquí planteado es un sueño, es un efluvio de la experiencia onírica; o bien, un cruce al otro lado, un pasaje por un portal hacia esa otra dimensión que raramente, o nunca, podríamos vivenciar.
Lo cierto es que a medida que recorremos el paisaje costero (perturbado por lo que ya he referido) junto con la protagonista, se le (nos) cruzan una serie de seres alucinados, personajes más o menos reconocibles, actantes variopintos, que ‘interactúan’ con ella, dejan su huella, la obligan, a veces, a detener la marcha para encontrar una explicación o ensayar una respuesta a lo que, generalmente, no la tiene. Es así como vemos desfilar por estas páginas, entre otras criaturas, a un aviador, un dragón, un misterioso jinete, una niña que llora, una mujer, unos seres liliputienses (Jonathan Swift y Lewis Carroll ofician de sustrato de este relato), un sepulturero, una muchacha que recoge caracolas y canta canciones propias del nonsense, un niño, una familia de picnic, por citar algunos. Pero también acuden a la trama narrativa una ballena encallada, una tortuga atrapada en una red, toninas, cangrejos, libélulas, un tiburón ‘que vuela’. La novela opera, metonímicamente, como un friso que representa al mundo, el que vemos y el oculto, el de la vigilia y el del sueño, el tangible y el que está al otro lado de lo que convenimos en llamar “realidad”.
Asimismo, las fuerzas de la naturaleza y los elementos que la integran y dibujan tienen un rol clave para representar y comprender el motivo central del viaje y sus circunstancias: olas desmesuradas, la tormenta, la lluvia de peces, el mar, la vegetación de las dunas, el crepúsculo, la luna, el sol, un tifón, o una misteriosa puerta, una foca convertida en piedra. En Corre corre se crea mundo autónomo. Existe una fuerza centrífuga movida por la imaginación que produce sentido y construye su propio universo. Las lógicas del relato son autónamas a las de nuestras vidas más acá del libro, pero en algún punto son tangenciales, y es debido a ello que admitimos que una hilera de aves levante a la protagonista por los aires o que diminutos hombrecillos armados y fortificados habiten en las arenas de las playas del este del país. Asistimos a lo que la protagonista denomina “mi película privada”, a su viaje interior, a su exploración de lo que subyace a esto que somos en la cotidianeidad.
De ahí que aceptamos lo representación de esta suerte de universo paralelo que registra la protagonista en permanente actividad, pactamos con que ‘ve’ en su movimiento proyectivo: nos convencemos de que el dragón “era gigante, tal como me había imaginado siempre a los dragones, con su piel rugosa y dura, gris verdosa pero con cierta transparencia”. Este otro atributo del dragón, la transparecia, es el plus que agrega la autora, su aditamento a una figura legendaria, cristalizada en nuestro imaginario colectivo. Esa “cierta transparencia” de su piel es el elemento nuevo que cala en nosotros y que damos por bueno, lo incorporamos al estereotipo del dragón que ya poseíamos.
En Corre corre parecería que todo es visto con “una mirada vidriosa, esa misma que tienen los ancianos casi ciegos de ya haber visto demasiado”. Hay una forma de mirar desde la “portagonista-cámara” y eso implica un cuestionamiento a lo apariencial, a lo que creemos percibir, a lo que parece ser y se nos presenta como dado. Además de un punto de vista poético (“esa melancolía que solamente entienden los poetas” dice la narradora de La enunciación) asistimos a un enfoque filosófico que el lector podrá inferir cuando culmine el relato. Esto otorga espesor a la nouvelle, permite otras interpretaciones posibles, otras lecturas atentas a eso que la narradora llama “lo microscópico y lo invisible”, incluyendo, claro está, lo que aporta nuestra vida onírica.
NOTAS
1 En esa misma novela las referencias al cine están presentes, connotan, de alguna forma, la condición de cinéfila de la autora y la relación que establece entre las narrativas literarias y las del cine: “Estaba comenzando a sentir que pronto sería el día que, como en una escena de Hitchcock, me arrastraría hasta su cara desde los hombros, y tan cerca, tan lejos, respiraría el aire de su boca, desde el costado más clásico y nada creíble.” O bien: “La historia se multiplicaba, porque algunos buenos guiones padecen de cross roads y shortcuts. En algún momento se fundirían todas las escenas y habría un desenlace.” La enuncación, Montevideo, Editorial Yagurú, 2016, pp. 51 y 12. En la novela que el lector tiene en sus manos encontrará también esta implicancia del cine en la trama ficcional, incluso, asistirá a una suerte de guion incrustado en la historia central del viaje de la protagonista.
2 Podríamos afirmar que no sólo en su obra narrativa, que tiene un carácter poético por su concepción y por sus definiciones escriturales, sino también en su obra ‘estrictamente’ poética, es decir, su producción en verso, la noción de viaje está en la base de su textura. El caso más evidente es el libro Escandinavia que contiene un extenso poema donde a partir de un “accidente geográfico” que sufre y enuncia la voz lírica, se emprende un recorrido por el cuerpo, la geografía, la conciencia, el erotismo. Un viaje subjetivo que vertebra el poema y dispara al lector por una exploración incesante del ser y del lenguaje: “Me dije una y mil veces / Estaba teniendo un accidente /Geográfico en pleno cinturón /De estrellas arrojadas por tormentas /Nacía un terremoto y su gran ola /Ese escalón gigante /Para devorar la ciudad de los escombros /Con sus rocas apiladas como muelles”. Escandinavia, Montevideo, Ediciones del Azahar, 2018. En Escandinavia los lectores nos vernos reflejados en el espejo de una paisaje visionario, cuasi onírico, erótico, con una geografía que se postula radical, imaginada pero con visos de realidad: hay acantilados, fiordos, mar, despeñaderos; hay “otoño helado”, hay la palabra “vikingo”, hay hielo, témpanos, “rocosas bálticas”, en ese “reino forastero que ocupaba Escandinavia”. Aunque el ideologema predominante en la poética de Korondi consigne que nunca “hay noción de nuestras naciones”, ni límites, ni fronteras, ni patrias posibles, excepto las del lenguaje y del amor.
3 En la novela anterior ya había planteado este extrañamiento del tiempo lineal que damos por bueno: “El cuento es intemporal, sin embargo se nota cuando pasan las horas. No importa ni cómo ni dónde, pero finalmente el tiempo siempre pasa, como pasa el dolor o el peor recuerdo. Pasa su aguja, aunque la memoria no siempre falla. Jugamos con los relojes dándole marcha, pero sabemos que las horas solo habitan en el cuerpo y su ritmo; acelerando y poniendo freno como en un violento parque de diversiones.” La enuncación, p. 11.
Gerardo Ciancio
Nació en Montevideo, es Profesor de Literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas y Máster en Educación (Universidad Complutense). Realizó cursos de capacitación en temas de Educación en la Universidad de Beijing (2011) y en Kiushu. Se desempeña como Director de un liceo de Bachillerato en Montevideo. Ha publicado los libros de ensayo La crítica literaria integral (Academia Nacional de letras,1997), La ciudad inventada, (Academia Nacional de letras, 1997), La cultura en el periodismo y el periodismo en la cultura. De Mario Benedetti a Maldoror (Universidad de la República, 2007), Soñar la palabra (Planeta, 2012); y de poesía Arquitrabe (Editorial Aedas, 2010), Cieno (Editorial Yaugurú, 2011), Haikus de Kiushu (Editorial Yaugurú, 2017), Los ojos críos (Editorial Yaugurú, 2021), Linaje (Premio Onetti de Poesía 2020 editado por la Intendencia Municipal de Montevideo, 2021).
ph: Paola Scagliotti