Las dunas del lenguaje

sobre «Corre, corre» (ConTexto Libros, 2021) de Teresa Korondi
por Gerardo Ciancio



“Cada cual va definiendo su existencia
en la medida del contenido y jamás de la longitud de las horas”

T.K.


“Como en una road movie con vaticinio” dice la voz narrativa de La enunciación (2016)1, primera nouvelle de Teresa Korondi. Y es que su literatura tiene mucho de eso: viaje, recorrido, corrrida en avance, discurso proliferante, palabra que se proyecta hacia. Es decir, el viaje, como metáfora que nuclea su trabajo literario, experimenta una doble vertiente: el andar sobre el paisaje de la ficción, sus personajes caminan o “corren” los escenarios narrativos; y, al mismo tiempo, el viaje del decir poético, la dinámica de su proyecto estético como una apuesta al movimiento perpetuo de las palabras lanzadas hacia adelante. La literatura del camino (Jack Kerouac) y los ‘signos en rotación’ (Octavio Paz) podrían ser los sostenes de una tradición literaria en la que se enmarca la obra de la autora uruguaya2. La noción de viaje afecta aquí a los personajes, a las coordenadas espacio-temporales en las que ellos habitan, pero también afecta al lector, lo invita y emplaza a montarse en la experiencia del movimiento por las páginas del texto y por la conciencia del receptor.


Es en Corre corre (ya desde la reiteración verbal que da título a la nouvelle) donde la “road movie”, la novela on the road se enfatiza más. La protagonista y voz narrativa avanza por la costa del este de Uruguay, posiblemente por una playa del departamento de Rocha, en un viaje “real” y metafórico, empírico y sImbólico, posible y surrealista, repleto de seres familiares y, al mismo tiempo, extraños, por momentos, inquietantes o inexplicables, que van generando una lógica narrativa singular, con visos de novela fantástica, por momentos de realismo mágico, novela de aventuras, novela de iniciación. Las opciones léxicas, en particular verbos y adverbios, van configurando esa prosa móvil y en permanente desplazamiento que supone un viaje de estas características.


Por un lado, la narradora va mostrando signos que avisan del viaje: lugares, hitos del paisaje, puntos cardinales, faja costera y mar, cielo y tierra. La novela espacializa la escritura y evoca en la conciencia del lector los pasos del personaje: “Eso pasaba porque iba siguiendo las curvas de la costa con oscilaciones entre sur y norte yendo hacia el este. Tan solo me faltaban las estrellas para convertirme en una navegante experimentada.”


Por otra parte, desde el comienzo se establece, aunque a priori podría pasar desapercibido en una lectura apurada, el pacto lector en cuanto al tratamiento del tiempo. Un tiempo que también es espacio, una torsión en la doble coordenada que nos pauta nuestra existencia. Hay un enrarecimiento de la dimensión temporal3, una detención, un retener, una suspensión, y, simultánemamente, un proliferar, un avanzar, un marchar irrefrenable de la línea temporal que se proyecta, en tanto se viaja, se corre, hacia el futuro: “No se trataba del tiempo que se estaba moviendo hacia el futuro, sino que para mí era como un cambio en el presente, como si el tiempo también pudiese tener forma y ocupase un espacio concreto y no algo que percibía.”





En ese juego de tensiones transcurre casi toda la nouvelle. Es más: podría sostenerse que el viaje aquí planteado es un sueño, es un efluvio de la experiencia onírica; o bien, un cruce al otro lado, un pasaje por un portal hacia esa otra dimensión que raramente, o nunca, podríamos vivenciar.


Lo cierto es que a medida que recorremos el paisaje costero (perturbado por lo que ya he referido) junto con la protagonista, se le (nos) cruzan una serie de seres alucinados, personajes más o menos reconocibles, actantes variopintos, que ‘interactúan’ con ella, dejan su huella, la obligan, a veces, a detener la marcha para encontrar una explicación o ensayar una respuesta a lo que, generalmente, no la tiene. Es así como vemos desfilar por estas páginas, entre otras criaturas, a un aviador, un dragón, un misterioso jinete, una niña que llora, una mujer, unos seres liliputienses (Jonathan Swift y Lewis Carroll ofician de sustrato de este relato), un sepulturero, una muchacha que recoge caracolas y canta canciones propias del nonsense, un niño, una familia de picnic, por citar algunos. Pero también acuden a la trama narrativa una ballena encallada, una tortuga atrapada en una red, toninas, cangrejos, libélulas, un tiburón ‘que vuela’. La novela opera, metonímicamente, como un friso que representa al mundo, el que vemos y el oculto, el de la vigilia y el del sueño, el tangible y el que está al otro lado de lo que convenimos en llamar “realidad”.


Asimismo, las fuerzas de la naturaleza y los elementos que la integran y dibujan tienen un rol clave para representar y comprender el motivo central del viaje y sus circunstancias: olas desmesuradas, la tormenta, la lluvia de peces, el mar, la vegetación de las dunas, el crepúsculo, la luna, el sol, un tifón, o una misteriosa puerta, una foca convertida en piedra. En Corre corre se crea mundo autónomo. Existe una fuerza centrífuga movida por la imaginación que produce sentido y construye su propio universo. Las lógicas del relato son autónamas a las de nuestras vidas más acá del libro, pero en algún punto son tangenciales, y es debido a ello que admitimos que una hilera de aves levante a la protagonista por los aires o que diminutos hombrecillos armados y fortificados habiten en las arenas de las playas del este del país. Asistimos a lo que la protagonista denomina “mi película privada”, a su viaje interior, a su exploración de lo que subyace a esto que somos en la cotidianeidad.


De ahí que aceptamos lo representación de esta suerte de universo paralelo que registra la protagonista en permanente actividad, pactamos con que ‘ve’ en su movimiento proyectivo: nos convencemos de que el dragón “era gigante, tal como me había imaginado siempre a los dragones, con su piel rugosa y dura, gris verdosa pero con cierta transparencia”. Este otro atributo del dragón, la transparecia, es el plus que agrega la autora, su aditamento a una figura legendaria, cristalizada en nuestro imaginario colectivo. Esa “cierta transparencia” de su piel es el elemento nuevo que cala en nosotros y que damos por bueno, lo incorporamos al estereotipo del dragón que ya poseíamos.


En Corre corre parecería que todo es visto con “una mirada vidriosa, esa misma que tienen los ancianos casi ciegos de ya haber visto demasiado”. Hay una forma de mirar desde la “portagonista-cámara” y eso implica un cuestionamiento a lo apariencial, a lo que creemos percibir, a lo que parece ser y se nos presenta como dado. Además de un punto de vista poético (“esa melancolía que solamente entienden los poetas” dice la narradora de La enunciación) asistimos a un enfoque filosófico que el lector podrá inferir cuando culmine el relato. Esto otorga espesor a la nouvelle, permite otras interpretaciones posibles, otras lecturas atentas a eso que la narradora llama “lo microscópico y lo invisible”, incluyendo, claro está, lo que aporta nuestra vida onírica.




NOTAS

1 En esa misma novela las referencias al cine están presentes, connotan, de alguna forma, la condición de cinéfila de la autora y la relación que establece entre las narrativas literarias y las del cine: “Estaba comenzando a sentir que pronto sería el día que, como en una escena de Hitchcock, me arrastraría hasta su cara desde los hombros, y tan cerca, tan lejos, respiraría el aire de su boca, desde el costado más clásico y nada creíble.” O bien: “La historia se multiplicaba, porque algunos buenos guiones padecen de cross roads y shortcuts. En algún momento se fundirían todas las escenas y habría un desenlace.” La enuncación, Montevideo, Editorial Yagurú, 2016, pp. 51 y 12. En la novela que el lector tiene en sus manos encontrará también esta implicancia del cine en la trama ficcional, incluso, asistirá a una suerte de guion incrustado en la historia central del viaje de la protagonista.

2 Podríamos afirmar que no sólo en su obra narrativa, que tiene un carácter poético por su concepción y por sus definiciones escriturales, sino también en su obra ‘estrictamente’ poética, es decir, su producción en verso, la noción de viaje está en la base de su textura. El caso más evidente es el libro Escandinavia que contiene un extenso poema donde a partir de un “accidente geográfico” que sufre y enuncia la voz lírica, se emprende un recorrido por el cuerpo, la geografía, la conciencia, el erotismo. Un viaje subjetivo que vertebra el poema y dispara al lector por una exploración incesante del ser y del lenguaje: “Me dije una y mil veces / Estaba teniendo un accidente /Geográfico en pleno cinturón /De estrellas arrojadas por tormentas /Nacía un terremoto y su gran ola /Ese escalón gigante /Para devorar la ciudad de los escombros /Con sus rocas apiladas como muelles”. Escandinavia, Montevideo, Ediciones del Azahar, 2018. En Escandinavia los lectores nos vernos reflejados en el espejo de una paisaje visionario, cuasi onírico, erótico, con una geografía que se postula radical, imaginada pero con visos de realidad: hay acantilados, fiordos, mar, despeñaderos; hay “otoño helado”, hay la palabra “vikingo”, hay hielo, témpanos, “rocosas bálticas”, en ese “reino forastero que ocupaba Escandinavia”. Aunque el ideologema predominante en la poética de Korondi consigne que nunca “hay noción de nuestras naciones”, ni límites, ni fronteras, ni patrias posibles, excepto las del lenguaje y del amor.

3 En la novela anterior ya había planteado este extrañamiento del tiempo lineal que damos por bueno: “El cuento es intemporal, sin embargo se nota cuando pasan las horas. No importa ni cómo ni dónde, pero finalmente el tiempo siempre pasa, como pasa el dolor o el peor recuerdo. Pasa su aguja, aunque la memoria no siempre falla. Jugamos con los relojes dándole marcha, pero sabemos que las horas solo habitan en el cuerpo y su ritmo; acelerando y poniendo freno como en un violento parque de diversiones.” La enuncación, p. 11.




Gerardo Ciancio 

Nació en Montevideo, es Profesor de Literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas y Máster en Educación (Universidad Complutense). Realizó cursos de capacitación en temas de Educación en la Universidad de Beijing (2011) y en Kiushu. Se desempeña como Director de un liceo de Bachillerato en Montevideo. Ha publicado los libros de ensayo La crítica literaria integral (Academia Nacional de letras,1997), La ciudad inventada, (Academia Nacional de letras, 1997), La cultura en el periodismo y el periodismo en la cultura. De Mario Benedetti a Maldoror (Universidad de la República, 2007), Soñar la palabra (Planeta, 2012); y de poesía Arquitrabe (Editorial Aedas, 2010), Cieno (Editorial Yaugurú, 2011), Haikus de Kiushu (Editorial Yaugurú, 2017), Los ojos críos (Editorial Yaugurú, 2021), Linaje (Premio Onetti de Poesía 2020 editado por la Intendencia Municipal de Montevideo, 2021).

ph: Paola Scagliotti

Redescubrimiento del fuego

sobre «Poseías para escuchar con los ojos cerrados. Homenaje a Clemente Padín» (producción independiente, 2021), proyecto de Santiago Pereira y Juan Ángel Italiano

por Martín Palacio Gamboa
fotografías de Paola Scagliotti



Se vuelve difícil no pensar en el disco-homenaje a Padín como una puesta polifónica en voz. No sólo por la cuestión obvia de que los participantes, múltiples en registros y decires, formen a lo largo del álbum una suerte de coro cuyo punto en común es la desarticulación de las convenciones literarias que la tradición de Occidente impone. Es una puesta polifónica en voz porque la vasta y proteica producción de Padín, si bien la reflexión sobre el lenguaje ocupa un lugar protagónico, la misma no intenta desplazar al sujeto, sino que, por el contrario, lo configura como uno de los ejes que articula las constelaciones de sentido de toda su poética. Y para lograrlo, Padín ha planteado desde sus primeros trabajos teóricos que el texto experimental, la poesía experimental, tiene que perder su carácter estático, objetual, y pase, con la más declarada intencionalidad, a formularse como un proceso dinámico y no cerrado. Por eso nos encontramos con “L3TRISMOS”, cuya vocalización en clave de canto lírico y de mutación idiomática por parte de Sabrina Lastman, remite a una búsqueda de los cimientos lingüísticos de la torre de Babel; por eso nos encontramos con la milonga pop que Bardo Kan entona para ironizar sobre las estructuras morfológicas que encapsulan lo poético en cuanto vivencia fenomenológica; por eso la torsión huidobriana que Luis Bravo hace, junto a una serie de arreglos musicales emparentados con el free jazz, de “El descubrimiento del fuego” parezca un retorno al grito primal.


¿A qué vamos con estas observaciones? A que se lleva a cabo toda una escenificación descoyuntada de la palabra a la lectura pública, pero no precisamente concebida como espejo de la letra impresa sino como desborde total de la página, algo que ya se previó en los poemas radiofónicos del estridentista mexicano Manuel Maples Arce o los experimentos de nuestro Alfredo Mario Ferreiro. Por eso nos resulta lógico que los textos de Padín permitan -y se permitan- las vocalizaciones atonales o el ruidismo, así como las desarmonías, las vibraciones inestables y las afinaciones cambiantes que se emparentan con la sensibilidad cruda y descuidada del post-rock. O sea, destruyen la linealidad melódica del poema mediante un juego de celeridades rítmicas y la ruptura de la sintaxis. Esa textualidad logra travestirse en melopea mordaz para dar memoria a la afasia de los años de plomo y al período de la «transacción» a la democracia, aspecto notoriamente realizado por el colectivo de La Coqueta cuando interviene en “Soneto” y “Paso Molino”. Tanto el colectivo en sí como el propio Padín han trabajado en la infiltración constante de las «hablas» recolectadas sistemáticamente para describir con densidad contextos socio-culturales, epocales o políticos específicos. En ese sentido, La Coqueta logró graficar otros de los aspectos de la poética padiniana: la absoluta falta de temor al entorno del poema, al voceo contextual ya que anula -de algún modo- la posibilidad de caer en la ventriloquia, la representación de la otredad excluida de los discursos hegemónicos.


La voz que invade un lenguaje y se aposenta en él, las voces que atraviesan el enunciado en fusión o confusión para enriquecerlo con nuevos timbres y tonos o poblarlo de un estruendo ininteligible (pensemos aquí en Wasem y sus autosampleos robotizados en una pronunciación continua de dígitos a partir de uno de los poemas que aparecen en el libro “Sonetario digital” -hablamos aquí del track 6, #Yu{|{|{|{uW$$Wu{|{|{|– así como de la interpretación que Los Palos realizan de “Platos rotos”, muy en la línea de los primeros discos de Einstürzende Neubauten), libran una lucha sin tregua contra la intención de un hablante que busca someterlas en el acto mismo de crearlas. Genera un conjunto de espacios abiertos para la improvisación dentro de una atmósfera extravagante, muy cercana a lo que entenderíamos como un «debraye», una exacerbación desorganizada y tensa de los sentidos que nos aleja de cualquier estructura poética o musical fija (que si bien las hay, quedan monstrificadas).




En “Un manifiesto menos”, Deleuze afirma que el teatro debe ser entendido como una crítica. Ésta comienza con la desvinculación de la triada autor-director-actor, lo cual implica que el teatro ya no puede ser entendido como la reproducción de un texto. Por lo tanto, hay que abordar la teatralidad como una producción de operaciones. Creo que es pertinente cambiar aquí “teatralidad” por “poesía” y, muy en particular, por “poesía vanguardista”. Si hacemos ese cambio, entenderemos que esto significa, en primer lugar, remitirla a un movimiento de sustracción. Es necesario sustraer algo de la obra para ponerla en un movimiento distinto al de la representación, al de una lectura lineal y estática, hacer que la obra experimente y se halle en estado de devenir. Hablamos de producir un nuevo reparto de lo sensible, donde la obra experimenta otra organización de los tiempos, de los espacios, de las formas. Y como anotaría Ranciére, “las prácticas artísticas son maneras de hacer que intervienen en la distribución general de las formas de hacer y en sus relaciones con las maneras de ser y las formas de visibilidad”. Desde este punto de vista, la operación de sustracción trabaja sobre un recorte de las posibilidades escénicas o recitativas para configurar un plano donde las visibilidades aparecen como un dispositivo que desarma las formas adocenadas de lo performático. Al mismo tiempo, permite que el reparto de lo sensible haga hablar a lo que no tenía voz, aspecto que se hace posible en la patafísica silábica-sonora de algunos proyectos como los de Goes to Goes, Igtoluh y el Dúo Pereira-San Martín.


Hay algo del orden de lo irrepresentable que aparece como el reverso de la representación, cuando ésta es abordada de un modo paranoico-crítico, es decir, con las heramientas de la sospecha pop que da las más contemporáneas perspectivas del arte. Se trata de que la obra abandone el carácter de reproducción con vistas a volverse productiva. Eso es lo que constituye la operación de sustracción que mencionamos a partir de los aportes de Deleuze. Cuando el filósofo habla de sustraer, se refiere a una amputación de los elementos de poder, esto es, de todo aquello que funcione de manera regularizadora. De acuerdo con ello, el texto y el yo lírico son elementos que deben ser desplazados, como el sampleo que Barea Mattos hace de la voz de Padín con la enunciación de “este verso” para un trabajo de reflexión metapoética en el track 19 o la consigna de Wasem en “Padín, escucha” por la que el autor -o su nmbre- deja de ser como tal para transfigurarse en consigna, en el espectro de una barricada que nos quedó pendiente frente a las metástasis del poder. La sustracción no implica una desaparición, sino una reconfiguración no orgánica (en el sentido de organización jerárquica), otra forma de repartir lo sensible.


Poseías para escuchar con los ojos cerrados” logra ese objetivo con solvencia en un homenaje al gran vanguardista que fue y seguirá siendo Clemente Padín, tan particular en matices como merecido.


Link del disco: https://santiagoperreira.bandcamp.com/album/pose-as-para-escuchar-con-los-ojos-cerrados

Fotografías de la Presentación del disco «POSEÍAS PARA ESCUCHAR CON LOS OJOS CERRADOS» (Homenaje a Clemente Padín). Participan: Luis Bravo, Colectivo editorial La Coqueta (Lucía Delbene, María Laura Pintos y Marcos Ibarra), Sabrina Lastman, Martín Palacio Gamboa, Yanina Vidal y Goes to Goes (Hoski, Raúl Garrido y Mateo San Martín).

Sábado 06 de noviembre a las 17:00 horas- Fundación Mario Benedetti , Montevideo, Uruguay.

LOS NIETOS DE LA REPUBLICA ESPAÑOLA

sobre «Todo lo que no te pude decir» (Casa editorial HUM, 2018, Montevideo) de Cristina Peri Rossi,
por Sergio Schvarz


En «Todo lo que no te pude decir», la última novela de Cristina Peri Rossi (2018), deberemos advertir que nada es lo que parece, que si bien al principio creeríamos estar frente a un texto liviano, casi anodino, de a poco se va complejizando el mismo hasta alcanzar una espesura y una profundidad únicas, en donde los destinos se cruzan, se encuentran y se pierden.

La historia con la que iniciamos la lectura, al parecer inventada comienza con un “joven mono capuchino (que) se rebela a sus jefes y se escapa de la cárcel/zoo de Madrid”. El contexto general es de crisis económica, cosa que se ve reflejada, cada tanto, en el texto. Por ejemplo, dice: “Pensó que la crisis había diezmado el negocio y dejado las noches solitarias como viudas”. (p. 57) Efectivamente, un mono llamado Bubú se escapa junto a una mona, de la cual está enamorado. Al plantear así el tema, aparentemente casi imposible —pero que bien puede ser real y desde la novela plantada en “su” realidad— anota con precisión que compartimos, con los monos, el 98% del ADN. Por supuesto que el 2% restante es la diferencia “entre hablar y no hablar, entre gobernar el mundo o ser metido en una jaula”, es decir, “la diferencia entre ser dominadores o dominados”.

Para capturar, en primera instancia, a la mona, y luego llevar a cabo algunas investigaciones policiales que parecen estar en realidad al margen, aparecerá el comisario Fonseca, ubicado en ese edad en que la carrera de la vida ha dejado de ser a fondo y se necesita un poco de estabilidad, y equilibrio. Aquí no hay una escritura experimental sino un modo directo de decir, una importancia que se da más que en las palabras —aunque hay, como siempre, en Peri Rossi un trabajo sobre la construcción y la deconstrucción de las palabras— en los hechos que estas palabras trasmiten. Lo surreal, el elemento fantástico, en este caso, es la historia en sí misma, planteada con tanta naturalidad que parece extraída de la realidad: la relación entre un humano y un animal, en base a estímulos y respuestas. Aunque después el tema pasa a ser más general, y trata sobre el amor, se mantiene una estructura en donde el sexo, y la libertad sexual, pasa a ser fundamental en pos del placer. Hedonismo, entonces.

En ese primer relato, donde lo sexual adquiere característica predominante, fundamental y hasta fundacional, sirve para comprender que “los machos del mundo animal eran tan fatuos y vanidosos como los humanos”. De ese modo, relatará cómo las vidas se cruzan con otras y establecen ciertas conexiones. La narración se nos hará algo extraña, sobre todo por el tema, la zoofilia y su aspecto moral.

La visión de Suárez, que estaba allí investigando sobre el comportamiento de los gorilas, y sobre todo de Lucila, que había sido recogida bebé y ahora era una “hembra bien dotada, sana y feliz” y tenía especial apego con él, se despoja de todo su “bagaje” cultural y moral. Con su novia, Claudia, de treinta y dos años, mientras tanto, que “era enfermera, trabajaba en un hospital, y tenía una idea muy clara de lo que era sano y enfermo”. Por ello, “Suárez pensaba que a Claudia le gustaba demasiado hacer el amor, pero que quizá se debía a su profesión”, (era “muy desinhibida y gozosa”)y agrega, reflexivamente:

El contacto cercano con la muerte (Tanatos) provocaba un aumento del deseo sexual (Eros) como contraste, como reafirmación de la vida”. (p. 33)

Sin embargo, ella tiene a su madre, postrada en el cuarto de al lado a causa de una esclerosis degenerativa, y está allí mientras hacen el amor, lo que le da un cuadro extraño a la relación entre ellos.

Por supuesto que todo entra en una vorágine, en la vorágine del deseo, y en esa red cae Suárez, convirtiéndose en un animal mitológico, mitad hombre mitad mono, y luego también todos los personajes caerán en el deseo, uno a uno, entrecruzando sus historias. Allí instalados el pasado no se puede eludir, a pesar de que hay cosas que no se pueden decir, justamente, porque duelen y porque lastiman. En ese caso, entonces, el conflicto, tanto el de la novela como al interior de los personajes, parece apuntar a una dualidad en torno a la sexualidad, particularmente la sexualidad femenina, tanto humana como animal.

El objeto de estudio sexual es el comportamiento sexual de la mujer, en todas sus variantes. En el caso masculino la sexualidad parece ser algo impulsivo y repentino, incontrolable. De ese modo Suárez rechaza a Claudia, entrevera todos los papeles, pierde y se pierde, la ofensa moral ante la sociedad no es permitida, él lo sabe y actúa en consecuencia, alejándose de escena.

Lo bueno de Peri Rossi es que termina el conflicto de un golpe, cerrando todo, y con Suárez infectado de VIH por la prostituta, y, por lo tanto, decide terminar con la existencia tanto de Claudia como de Lucila. Y lo hace en nombre del amor, lo cual plantea el sacrificio romántico (una cuota ideal del romanticismo).





La libertad de ser quien se quiere ser


Y aquí reaparece el comisario, puesto que Suárez le envía una carta, un video de sus acciones sexuales con la mona y su ensayo, “Apuntes de psicología de los chimpancés en reclusión”, y Fonseca parece comprenderlo, incluso cuando, a su turno, nos explique, con lujo de detalles, la forma que toma su deseo, esa descripción tiene mucha semejanza a como Suárez nos describe el sexo de Lucila, la mona. Y Fonseca tiene, dos veces por mes, la visita de una prostituta. Silvia, cuarenta años, la uruguaya, y una historia detrás que te voglio dire, que incluye su colaboración con el MLN Tupamaros. “Silvia fue elegida por la dirección de la guerrilla tupamara para una tarea muy especial: seducir al comisario jefe de los Servicios de Inteligencia y Enlace encargados de la represión”. (p. 90)

Esas historias que hurgan en el pasado, incluso en una parte del pasado que ella misma, la autora, vivió. Y la vivió, sino en primera persona como parte del decorado y el miedo instalado que la obligó a exiliarse, igual al personaje. Atrapada entre esas historias, un efecto colateral (eufemismo) hace que una muchacha dominicana, empleada de una hamburguesería, sea violada y asesinada. La explicación puede entenderse, en este caso, por un hombre que es una y otra vez rechazado (por la dependienta), y comete tan brutal acto. Es una reacción que parte, también, del deseo, sin embargo. Esta pequeña historia, inserta en la otra, es utilizada para insistir en que las cosas del deseo, los vericuetos brutales del deseo, hacen explosión de diversas formas, eludiendo —de alguna forma— la represión moral y el impulso de muerte, el Thanatos.

Esta historia se ve replicada, en la última parte, en una obra de teatro que dirige Laura, que será la amante con la que Silvia se va a vivir y deja su oficio de prostitución, que intenta adaptar el texto de Dorfmann (La doncella y la muerte), que es el mismo que el guión que Silvia escribió con su cuerpo. Ese guión es lo que le tocó en desgracia, que pasó por la violación y la tortura, y luego ser amante del que hizo eso, escapar juntos y finalmente ella huir, en una fuga hacia el futuro del nunca más.

Pero aquí aprovechará para contarnos cómo es la homosexualidad femenina, y hará acto de fe. No debe asombrarnos, por cierto. La dulzura no oculta el dolor, que siempre está, de uno u otro modo. Peri Rossi es ella misma, no puede, ni quiere, traicionarse, traicionar lo que cree: el amor puro. El amor en donde hay ternura existe, es posible, y a él hay que entregarse. En definitiva, porque se ha de tener “la libertad de ser quien se quiere ser, no de quien se nace”.

Mientras tanto, la autora se las arregla para eludir la simplicidad lésbica y trascender, trascender hacia algo más general pero también más arriesgado, pues se trata de la capacidad de sentir de las personas, a la que muchos se resisten, por prurito moral.

En apoyo a todo lo que va diciendo, más allá de lo anecdótico, los ejes temáticos del amor y del deseo, busca relacionar todo lo que está al alcance, desde todos los ángulos posibles —investigadores, poetas, pintores, ensayistas, psicólogos, etc.— y nos ofrece sus hallazgos que van en línea, claramente, con el discurso que se elabora. Sucede eso, también, con la obra de teatro, que se apoya en obras de arte anteriores, cuadros, ópera e incluso una película y hasta el mito del rapto de Proserpina, “condenada a regresar siempre durante seis meses al inframundo”. Lo que significa, sin ninguna duda, que el secreto que posee Silvia la atormenta permanentemente.



La necesidad de la expresión de todos los elementos constitutivos


Con una consigna que podría expresarse como una imperiosa necesidad de insertar todos los elementos que giran alrededor de tema, la película que se verá (que verá uno de los personajes y con ella llegará la reflexión en torno), película que nosotros recordaremos fácilmente, ya que es uno de esos grandes episodios del cine mundial, estará King Kong. Lo cierto es que todos elegiríamos la libertad del simio cuando está encadenado y derramaríamos “lágrimas de tristeza y de rebeldía” cuando los aviones terminen de matar al gigante gorila. “Para él, tan feo, ella representaba a la belleza. La fuerza no pudo seducir a la belleza”. (p. 119)

Porque “hay en la percepción de la belleza algo perturbador y doliente. No en la belleza clásica; esa es armoniosa, fría, áurea” (p. 122), y también porque evidencia que “la fantasía es la única verdad de los amantes”. Aquí podríamos hablar del síndrome de Stendhal, que puede catalogarse como una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo o incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una suerte de sobredosis de belleza, similar a la que ocurre con Silvia al contemplar a Laura.

Pero el secreto, tan doloroso y terco, la hacía llorar. “Lloraba porque cuando somos felices comprendemos cuánto hemos sufrido calladamente y tememos que esta felicidad de ahora se escurra, también, por algún desaguadero, el del tiempo, el de la memoria, el de la mala salud, el de las guerras, las violaciones, los tormentos y las enfermedades”. (p. 125)

A decir verdad, en esta novela lo esencial es lo que está antes, que es lo que configura nuestra historia (y la de la novela), aunque está en duda si estaremos predestinados de antemano. Y eso que está antes, que es la dictadura en el caso de Silvia, como es como arrancaría esta historia si fuera contada según la evolución del tiempo histórico, desde el inicio hasta el fin temporal, es el nudo central. Porque si no hubieran habido las condiciones —socio-económicas y políticas— y una crisis que se iba profundizando año a año, Silvia aún estaría en la escuela de Arte Dramático, dispuesta a llevarse el mundo por delante.

Sobre el final, la autora se despoja, totalmente, de cualquier resto de piedad y, por consiguiente, es despiadada, no será clemente porque la vida es compleja —vaya si lo sabemos— y, después de todo, nadie es juez como para andar dando veredictos. Lo otro es que a medida que vamos viviendo —y para eso hay que haberlo vivido, experimentado, sufrido, y no hay otra manera— sumamos ayeres, episodios definitorios —en uno u otro sentido— y que conforman “nuestros” secretos, esos que se revuelven en el interior, y con suerte sólo nos dan una visión cíclica, repetitiva, despojada ya de moral alguna.

Por último, el violador y torturador, que también ha perdido su amor, aunque su amor sea enfermizo, se pregunta y nos pregunta cuánto años serán necesarios para olvidar de las cosas de la dictadura —es decir: los muertos, los desaparecidos—, y una funcionaria de la embajada de España le dice que se lleva dos generaciones enteras. Debo discrepar, sin embargo, pues es sabido que los nietos y los hijos de los nietos siguen buscando los cuerpos, la memoria y la justicia de quienes defendieron la República española. Y lo mismo, exactamente, ocurrirá en nuestro país.

Pero esa es otra novela.




Sergio Schvarz Castro

Montevideo, 1965. Es poeta, escritor y periodista cultural. Colabora con varios medios digitales nacionales (La Onda Digital, Granizo.uy) y del extranjero (Revista Crítica de Chile, Asociación Cultural Retratos Abiertos de Perú) y con el Semanario Sol y Luna (Salto, Uruguay) desde el año 2016.

Escribe poesía desde la adolescencia, participando de un taller literario en la Biblioteca Nac. de México. Trabaja en el desaparecido diario El Día (México), entre 1990-1995 y en el diario El Universal. Participa del taller literario de la poeta Suny Brandi (1997-1998) y luego integra dos libros colectivos (Espigas Literarias I y II) con poesía y cuento. En 2006 y 2007 edita un suplemento cultural (La Sierra Cultural) en el diario La Unión (Minas) y posteriormente es encargado de su edición diaria y una columna de opinión. Vive en la ciudad de Tranqueras (Rivera). Continúa publicando poesía y prosa.