Pu Wirife/ Cuatro esquinas en mi corazón

sobre poesía mapuche por Viviana Ayilef

Imagen de portada: catálogo del artista Santos Chavez «Xilografías. retrospectiva 1934 – 2001» (fragmento de reproducción de su obra en tapa)


Tañi pu che

Cada vez que me ocurre la posibilidad de decir algo sobre la poesía mapuche me quedo en suspenso. Lo dejo rondar unos días y vuelvo después, un tanto cansada de oír el hondo susurro de los asesinados, como decía el poeta Elicura. Un tanto temerosa también de arriesgarme a pisar el palito académico y sentir que de alguna forma contribuyo a un canon. Qué cosa tan a distancia de lo que aquí nos preocupa: la lucha por la existencia, por caso. Pero además quién soy yo –me reclamo-. Es inabarcable. Si yo pudiera decir todo lo que siento sobre esa potencia de la poesía mapuche que viene de tiempos antiguos y también sobre la que se está escribiendo hoy día en Wallmapu. ¿Cómo producir un recorte? ¿De qué manera organizo todo lo bueno y lo bello que pienso al respecto y sobre tanta gente, mi gente, pu wenüy, pu wirife, infinitas aristas de mi corazón que vive al leerlos? Entonces arrojo la duda hacia el sueño y el sueño me dice: Namunchoike, constelá tus corazones. Pisá como el avestruz, y poné una patita en Puelmapu y otra en Gulumapu. Después danzá alrededor de tu texto cual si fuera un rewe en que honrar la palabra.


Kiñe/ Liliana Ancalao

No nos sale”, escribe Liliana Ancalao en el poema Ngen Kütral, y retoma el gesto de poner en palabras la diferencia abismal que tenemos no con el mundo wigka, así nomás singular, universal y homogeneizante, en abstracto, como si las polaridades hoy fueran tan tibias. Por eso pasa de inmediato a la enumeración concreta. No nos sale como sí les sale a los genocidas perpetrar “horrores sin sutura”. Como sí les sale a los racistas “prender una hoguera”. Como sí le salió al salesiano el rezo “en los bautismos seriales/a la gente de Pincén”. Como regó el kerosén Nahuelpán. No nos sale el arreo, “el asesinato de las machi/brotadas en la vertiente/de la cordillera azul/lejos del rewe”. No nos sale toda la barbarie civilizatoria occidental, cristiana y estado-nacional argentino sobre la que ya había acusado Liliana en poemas y ensayos anteriores. En Ngen Kütral, sin embargo, y en ese mismo contexto de espanto se da el regreso sutil hacia la ternura concreta del mapu y la defensa completa de lo que le habita: lo que nos sale.

Lo que sí nos sale funciona como un desconcierto para la episteme afianzada en la idea de progreso. Los burlistas del multinaturalismo, los enemigos de la cosmopolítica, los geocidas perplejos nunca podrán entender estos versos ni dimensionar su fuerza. Nos sale escuchar “el quejido de los árboles/que pagan el tributo de ser bellos y libres/con raíces y hojas/que nos miran”. Sí nos sale “convocar al ngen/ para cocer los alimentos”. Nos sale “guardar en el cuerpo la memoria”, “las brasas despiertas todavía”. Porque la ternura nos sale.

Entonces, kiñe: ¿De qué asuntos habla la poesía mapuche? ¿De un gran dolor- nada más, o  de dolor-resistencia/existencia/agencia/respuesta?



del muro de Facebook de Daniel Rafalovich

Epu/ Adrián Moyano

En estos tiempos de confinamiento el lamngen Adrián Moyano desde su ruka ubicada en la negacionista ciudad Bariloche llevó adelante un programa radial llamado Sin Barbijo. En el programa de iniciocompartió un texto en el que vuelve también sobre el extractivismo, el agronegocio como modo de exterminio y otros temas de tratamiento vital pero silenciados no obstante en un contexto donde se supone que todo apunta a cuidar la vida. A salvo quedaremos “cuando las montañas recuperen silencio/y las grandes máquinas/ dejen de herir entrañas/de piedra”; “cuando comamos de huertas y granjas/sin sabores a veneno. / Cuando la lluvia sea lluvia y no agro-tóxico, /y sean abolidos los corrales de engorde/de cuentas/en dólares”; “Cuando la modificación genética/se declare crimen de lesa naturaleza.”

Una vez más la memoria mapuche invita al campo de la memoria adiestrada en hacer los reclamos –necesarios- sobre lesa humanidad a sumarse a esta lucha. “Füta newen autodefensa/ Ngen en resistencia”, dice la canción Wetruwe de Waikil. Probablemente ha llegado el momento en el que (todas) las personas reclamemos el cumplimiento de los derechos de la naturaleza con la misma certeza de verdad y justicia. A modo de boleadora, para seguir esa línea, el texto de Adrián aborda los daños del capital y su pulsión de muerte. Y en cada una de las variables que expone despliega a la vez -a modo de contraste- la alternativa de vida: “Quedaremos a salvo/ en bosques ancianos/distantes de pinos y eucaliptos”.

Entonces, epu: ¿de qué temas trata la poesía mapuche? ¿Del árbol a-temporal? ¿De la naturaleza callada y pasiva, aunque “sabia”? ¿De unas personas arcaicas, quillango en torno al fogón, “buen salvaje”?



Küla/ José Vargas

José es rütrafe, lo que es decir, según su poesía, aquel que convierte el agua en plata. Hay un poema que aviva el interrogante sobre los modos mapuche de ser y existir como tales. Desde distintas esferas (qué palabra tan ajena, “esferas”) la gente mapuche está descascarando la idea de que exista un modo estándar mapuche de ser y haber sido. Nos detendremos en el haber sido. Entre otros asuntos de importancia se habla actualmente de reconocer la diáspora. Pero este poema se mueve en sentido inverso y pregunta sobre las fronteras del origen. Se trata de un ejercicio que pone en disputa un aspecto para el poeta negado de la mapuchidad. Qué otra cosa más compleja que hablar sobre los Kuriche, los Kurruwinka, sobre la negra Nekul, la “negra blanca con rulos”, “la india esa de pelo crespo”. Tiembla “la frontera de los quiénes” cuando José reclama respuestas. Ya nos pudimos reconocer en la piel de los barrios, ahora vamos a (re)conocernos también en los otros Otros negados. “Mi abuela la kalfukir/la presentada en pewma/la que dice quién soy…/Ella era llena de rulos/Ahora me acuerdo de la otra negra/como del carbón…/La chilena/La guluche/La temucana/La memoria se me oscurece/Porque ella era lamgen/pero más/negra que la noche sin luna.”

Nada más necesario que conversar con la gente que se supone de acuerdo con uno. Ahora que predicamos las múltiples fallas y ausencias en lo que los estados ofrecen como Historia Oficial, ¿qué vamos a hacer con lo afro? “¿Sabrán ustedes asumir/ su negridad?”, cierra ese poema.

Entonces, küla: ¿cuántas otras formas de ser y estar y habitar lo mapuche tenemos la gente mapuche todavía que aceptar? ¿Cuántos más incisos de la mapunorma habrá que descartar en el siglo XXI?


fotografía alojada en https://www.uestatales.cl/

Meli/ Daniela Catrileo

En el ensayo poético “Antes de escribir, leer” se cruzan distintas formas de habitar este sujeto que somos, súper heterogéneo y diverso, que puede enunciar desde un locus ya cosmovisional, ya como agencia política, sin que ambos se opongan (como quisiera el folklore). Se pueden leer bien los pewmas y las tramas de un witral sin dejar por ello de leer a la vez y con igual competencia “los perdigones incrustados en el bosque nativo para que retornen a quienes los arrojaron”, o “Leer los surcos de la Cordillera de los Andes como un cordón umbilical, para que nuestrxs lamngen del Puelmapu nos abracen más seguido”.

En eso es que estamos, volviendo a poner en palabras con dignidad y persistencia las obvias razones por las que somos un pueblo allá y deste lado (¡Puelmapu la abraza, ñañita!). En este territorio ancestral sobre el que se construyó el país que nombraron luego Argentina nos dicen a los mapuche que somos indios chilenos; en aquél estado racista les dicen el indio argentino. Cosa de la esquizofrenia. Y Daniela propone: “Leer con ternura, con deseo, con risa, con rabia”.

Entonces, meli: ¿de qué habla la poesía mapuche? ¿De la vida antigua muy quieta o sobre el pasado-presente? ¿De la impermanencia o de lo que persiste todavía en los cambios? (de lo que persiste gracias a los cambios)



Esta Lucha es por Ternura

Cada vez que me ocurre la posibilidad de sentir una emoción fuerte debo quedarme guardada unos días hasta recuperar la palabra y poder saber -mientras digo- de dónde proviene el dolor, o ese arrebato de amor y de vida. Habitamos un tiempo de tan poquita alegría y de tan constante injusticia, que al menor asomo de algún elemento concreto de la realidad que nos dé más aire, presentamos el gesto, limpio y dispuesto, para la libertad.

Hace años que me escapo del esencialismo. Pero además: lo combato. Lo combato desde todos los frentes en los que me toca porque creo que hoy el mayor riesgo que tenemos es desvirtuar una causa noble con argumentos porfiados. Las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo o su ruka, por caso.

Al enemigo clásico como al racismo clásico es sencillo definirlo y reconocerlo para mantener distancia, y para resguardarse, porque está hoy activo. A las nuevas formas multiculturales, etnoculturales, paraculturales, mapuculturales, poliesencialistas, es muy difícil correrles el cuerpo. El fundamentalismo hace estragos, siempre.

Por suerte la poesía está unida ante esto porque la poesía sabe. Intenté compilar y comentar brevemente los textos de cuatro poetas amigos que dinamitan esas formas. Desde un locus distinto se corren del modo esperado de ser y de hacer la poesía según los indigenismos arcaicos que se quedan mudos ante estos textos, para poner en presente las luchas y deudas del tiempo.

El 1 de septiembre se le otorgó al poeta Elicura Chihuailaf el Premio Nacional de Literatura en Chile. Destaco la idea del poeta Elicura de que esto se trata de una Lucha por Ternura. Si tuviera espacio en el pequeño cuerpo que habito me tatuaría esa frase. “Una lucha por ternura”. Y a aquel que me diga que no es de mapuche tatuarse le respondería: “no eres mi interlocutor”. Y seguiría haciendo de mi vida un modo antiesencialista de ser, de estar y de hacer. Como los poetas que aquí compartimos.

Entonces, ¿de qué habla la poesía mapuche?

Que la poesía diga.




Viviana Ayilef

Trelew (Puelmapu/Argentina), 1981. Es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de la Patagonia, donde trabaja como docente.

Publicó Agua de Otoño/ Kelleñü (2009), Cautivos (2013), Meulen (Lo que puede un cuerpo) (2017) y Mailen (2020) en poesía. Malvinas en fragmentos (narrativa histórica, 2012) y Los Cositos (literatura infantil, 2017) son sus otros libros. Sus poemas fueron publicados en las antologías Desorbitados. Poetas Novísimos del Sur de la Argentina. (Cristian Aliaga, FNA, 2009); Kümedungun/ Kümewirin. Antología poética de mujeres mapuche (siglos XX-XXI) (Mabel Mora Curriao y Fernanda Moraga, LOM, 2010); Antología Federal de Poesía Región Patagonia. (Samuel Bossini, CFI, 2014); Con nuestra voz estamos. Escritos plurilingües de docentes, alumnos, miembros de pueblos originarios y hablantes de lenguas indígenas. (Ministerio de Educación de la Nación, Plan Nacional de Lectura, 2015); Reuëmn. Poesía de mujeres mapuche, selk´nam y yámana (Cristian Aliaga y Juan Paulo Huirimilla, Espacio Hudson, 2017 y 2020) y Antología de poesía del sur argentino: Patagonia literaria VI (Claudia Hammerschmidt y Luciana A. Mellado, INOLAS, 2019).

Fotografía tomada del muro de Atelier de la Palabra y la Poesía.

ANTITOUR

Una deriva para el éxtasis


sobre 7 (Estudio Modulo, 2020) de UOH!
por Martín Palacio Gamboa

Uoh! ya cuenta con una larga trayectoria entre nosotros. Aparte de la publicación de su demo en 2007, se le suman siete álbumes de estudio cuya tónica ha sido el de una exploración instrumental que abarca el noise, la neopsicodelia y el post-rock. Su último ep, que justamente se llama «7», no es más que la confirmación decantada de una serie de búsquedas signadas por un fuerte melodicismo con tendencias texturales que apelan a lo introspectivo. También a cierto onirismo cinematográfico. Es difícil no escuchar «Capicúa» y «Zeko», los dos temas que conforman su último lanzamiento, y no pensar en escenas de Fisher Stevens, David Fincher o Jonathan y Josh Baker que oscilan entre la road movie por carreteras que parecen ir a ninguna parte y la ciencia ficción.


Demo (2007)
Uncle John’s Backyard Sessions (2009)
EP (2001)
¡PA! (2013)
Uoh! & Juan el Alto
(2015)
Umo (2018)

Para eso desarrollan un sonido que, en muchos casos, evita estar demasiado apoyado en guitarras fuertes. La distorsión es de uso muy contenido al igual que los riffs y los power chords. Uoh! se centra, más que nada, en la creación de ambientes por medio de la repetición y superposición casi minimalista de una serie de patrones rítmicos, melódicos, armónicos y tímbricos que en muchas ocasiones se dirigen hacia un clímax por medio de un crescendo. Más aún, los dos tracks de esta entrega se estructuran de manera análoga: un patrón rítmico constante sobre el que se asientan una serie de patrones melódicos que oscilan sobre dos acordes que se mantienen fijos toda la canción. Estos patrones se verán alterados en secciones, que a modo de estribillo o sección B, hacen que todos los instrumentos interpreten los acordes homorrítmicamente. El resultado: un viaje.
Y más en «Zeko» que bien podría escucharse, progresivamente, casi en clave de rave.

Sin embargo, Uoh! marca allí su diferencia con el concepto de «viaje» de estirpe lisérgica o setentista. La utopía hippie tenía sentido de futuro, y la utopía raver, no. Parafraseando a Jaime Gonzalo en «Poder freak», la cultura de la rave y las nuevas vertientes instrumentales de la neopsicodelia y el post-rock no tiene ninguna utopía fuera de sí misma. O sea, ya no existe la promesa de que la fiesta será mucho mejor después de la revolución o la revelación. Lo único que hay ahora es esta fiesta de un trance que sobrevuela los distintos ensamblajes de lo real y por eso da la sensación de que no termina ni puede terminar. Es que «ya no hay liberación ni gnosis, sino el máximo éxtasis posible sin trascendencia». Y quizá sea ese detalle que hace de Uoh! un caso peculiar de persistencia, la banda sonora de una época marcada por el estallido de la historia entendida como linealidad o finalidad última.


Discografía disponibe en https://uohpower.bandcamp.com/



7 (ep)
de OUH!

En este disco Uoh! es: Pablo Durán, Marcos Miranda, Hiram Miranda, Juan Bra, Miguel Recalde, Dardo Marcher, Nacho Colom

Grabado por Uoh! en Estudio Modulo / Mezclado por Nicolas Demczylo en Estudio de Los Aliados
Masterizado por Harris Newman en Grey Market Mastering / Arte de disco por Lorena Canelas

Un librero alerta

Sobre Crónicas desde el piso de ventas (Paraíso Perdido, Guadalajara, 2018, 90 pp.) de Iván Farías
por Jaime Muñoz Vargas


Apenas tres libreros he conocido en Torreón (Coahuila, México) con un bagaje de respeto. El primero fue don Javier Lazalde, ya fallecido, dueño de la librería Renacimiento ubicada hace años sobre la Morelos al lado de la panadería La Giralda; el segundo es Jaime Martínez, dueño de la librería Otelo hoy ubicada sobre la Hidalgo y Treviño; y la tercera es Ruth Castro, de la librería El Astillero, situada sobre la Morelos casi esquina con Ildefonso Fuentes. Lo común es, sin embargo, tratar con dependientes de librerías que en general no saben de libros, sobre todo jóvenes que por necesidad podrían trabajar en eso o en cualquier mostrador. El librero de la vieja guardia, el librero que sabe de autores, libros y editoriales, está pues en peligro de extinción.


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Crónicas desde el piso de ventas (Paraíso Perdido, Guadalajara, 2018, 90 pp.) es el título del más reciente libro del escritor Iván Farías. En él ofrece veinte crónicas (incluyo la presentación y la despedida) en las que despliega su experiencia como librero in situ, es decir, como trabajador de librería al que le ha tocado lidiar con la curiosa fauna de cientos de clientes entre los que hay de todo. Se trata pues de un libro con una temática harto singular, pues gracias a que su autor no sólo sabe de libros, sino que además escribe, puede dar testimonio de lo que hacemos los compradores cuando nos movemos en aquellas ínsulas atestadas de papel.


Las crónicas de Farías son muy agudas y en ellas no escasea el humor. Gracias a estas páginas podemos internarnos en el comportamiento y la mentalidad de muchos clientes, de otros vendedores de piso, de clientes que además son autores de libros y de varios locos que en silencio, como escarabajos, hacen de las extrañas suyas entre los pasillos y los anaqueles. Memorable, por ejemplo, es el caso de aquellos clientes que sistemáticamente van a la librería, toman un libro y le quitan el celofán, pagan un café y luego de leer y leer como si estuvieran en una biblioteca, dejan perjudicado el ejemplar; o de aquellos autores con autoestima mal calibrada que a cualquier hora llegan con el fin de que sus mamarrachos figuren siempre en la mesa de novedades.

Iván Farías ha escrito un libro muy original; si usted pertenece a la secta de los lectores, se lo recomiendo sin duda.



GALAXIAS DE MAL DE AUSENCIA

sobre Los abismos (2019) de Ovejas Eléctricas
por Martín Palacio Gamboa


Con una sonoridad y cierta pegada rítmica que parecen remitir a The Smiths pero también a The Verbe y Echo and The Bunnymen, Ovejas Eléctricas despliega en «Los abismos» otra expansión de su universo lírico. Con canciones en donde la guitarra tiene una función más textural que armónica, sostenidas por las líneas de un bajo pródigo de recursos tan sencillos como efectivos, la voz de Federico Tabaj —quebrada, jugando por momentos con el fuera de tono— adquiere una suerte de espacialidad por el movimiento del delay en el espectro estéreo.

Esta observación no es meramente técnica. Se corresponde con la escena de escritura de los temas que conforman el álbum. A lo largo de siete tracks parece configurarse allí un repertorio extraterrestre en el que el yo se halla siempre en tránsito en medio de un cosmos atravesado por zonas inhóspitas, planetas o naves fuera del radar. Los ejemplos son varios e, incluso, parecen continuar con nitidez a los que ofrece su anterior trabajo, «Ídolo» (2016): «tu nave a la deriva es tan extraña/ ya no guardé palabras /y al viento disparé (…)/ triste piloto automático/ quise alcanzarte sin éxito/ sembré canciones tan lejos de casa» («Piloto automático»); «viaja a otro lugar por el espacio/ lejos/ tiene en sus ojos la verdad/ y la tristeza de los viejos tiempos/ se pregunta dónde está/ se pregunta dónde estás/ ya no quiere ver galaxias que murieron/ solo quiere ver tus ojos lejos del suelo» («Lejos del suelo»); «sobre los mares pasaste vos/ pasan los aviones/ quiero estar lejos de acá/ (…) pasás vos/ pasa dios/ y el dolor/ gira otra vez la ruleta» («Nada que temer»), Por momentos, estas composiciones parecen botellas de náufrago arrojadas a la deriva de un universo que se nos presenta como una desierta inmensidad hecha de ausencias.


Pueblo de fantasmas (2012)
Ídolo (2016)

Hablar de ausencia parece ya de entrada un ejercicio paradójico: implica mencionar algo que ya no está, que se rememora con nostalgia y con el dolor de una pérdida, como si en su ausencia lo ausente fuera más real que en su pasada presencia, como si en su falta se revelara la completa magnitud de sus posibilidades, ahora perdidas. De allí que solo quepa decir que estamos «solos otra vez,/ olvidando ser lo que no fuimos anteayer/ (…) rotos otra vez,/ cargando en las espaldas la pared/ que fue construida por lo que no fuimos («Rotos»). Y esa rotura, la forma en la que Ovejas habla de la ausencia, supone de alguna manera una amplificación dolorosa de esta serie de matices que para nosotros «ausencia» connota. La ausencia es una instancia que resulta siempre más real que lo realmente presente: Lo presente, lo mentado, se revela prácticamente como una pura fantasmagoría. La existencia se desliza a un plano en el que lo que existe sólo es real en la medida en que lo que no existe —y lo que no puede existir— existe con mayor intensidad, más realmente, y revela lo existente como poco más que una sombra o un mero matiz suyo. Son los campos de luz con los que se sueña en «Cara de piedra», es el acto de cargar «con los restos/ de los muros que inventás/ hasta que tu cabeza explote» en «Ruido blanco».


.Sin embargo, ese posicionamiento de lo ilusorio del mundo, su devenir escombro, adquiere una tonalidad casi hímnica en el cierre del disco con «La casa en el árbol:«imagino un campo al amanecer/ de un último día entre los dos./ La casa en el árbol siempre guardó/ olor a madera (…)/ Los gritos del mundo asomarán». Y a través de ellos se vislumbra lo impensable, y el sufrimiento y la falta de pertenencia se mezcla con el goce cual si fuera un regreso al punto de origen, a lo más elemental.


La ausencia causa dolor. Pero sienta las bases para una experiencia y una comprensión más luminosamente cruda de lo real, allí donde «caen las ramas» y «perdemos los nombres». Allí donde todo recomienza.



https://ovejaselectricas.com.uy/album/los—abismos


Fotografía en https://indiehoy.com/

Tarjetas de memoria para el androide

sobre «El replicante» (Kaos, 2020) de Roy Berocay
por Martín Palacio Gamboa


No deja de ser curioso, pero tampoco significativo, que Roy Berocay haya titulado su primer disco solista como «El replicante». En un formato despojadamente folk, donde parecen resonar Donovan y los primeros discos de Crosby, Stills & Nash, van desfilando catorce canciones que funcionan perfectamente como viñetas, como microrrelatos por donde asoman las más diversas aristas del imaginario colectivo.

Desde los vaivenes de la obsolecencia ontológica en «Game over» («pasamos de pantalla o perdemos el tren/ vacío y distancia, lo que es y lo que fue./ Nada nunca se termina, solo comienza otra vez») a la reutopización del mundo en «La resistencia» («los idiotas que coronan al rey/ queman tus libros/ (…) nos salvaremos por los amigos/ y los amores tendrán abrigo/ aunque haya noche (…)/ siempre las luces se vuelven a encender»); desde el deseo de una redención en tiempos viciados de mesianismos inauténticos en «Ícaro» («el sol quema las alas, el tiempo es ilusión./ Después de la caída quizá haya salvación/ porque las aves vuelan, los ángeles también/ porque mis sueños quedan, tendidos del revés») al compromiso político declarado con mefistofélica ironía en «La guita» («la guita está en la derecha, botija./ No ves que a los 17, botija/ todos fuimos… de izquierda»). Todo está allí.


..
Si bien la impresión primera es que el yo de esos textos es el de un hippie sobreviviente a varios cataclismos de época, justamente en un contexto neofascista donde se escucha que hay que exterminarlos, el que habla allí no entra ni en lo pos ni moderno. Es un replicante.


Quien haya visto una y otra vez «Blade Runner», incluso su versión más reciente, podrá captar que el replicante —en cuanto organismo fabricado en un laboratorio— aglutina aquello que ya somos y aquello que podemos ser, porque es futuro presente. En el universo del replicante se ve con claridad que ya no existe una referencia obligada a un principio originario que funge de referencia canónica determinada por la creación divina o por la evolución natural. No es un sujeto sino un transujeto, no es una identidad sino una di-identidad, es algo «entre-lo-uno-y-lo-otro». Se encuentra en lo limítrofe, en lo transicional, que puede ser lo uno o lo otro. En Roy tanto puede ser el persistente en sus causas («Espalda con espalda», «Aguante el coyote») como el desencantado que espera una respuesta que no llega («El pasajero»).

Aunque se pretenda, por parte de su diseñador o de los famosos «ingenieros del alma», que desarrolle una conciencia posthumana, semejante a la del superhombre nietzscheano, de donde se haya extirpado cualquier indicio emocional como el amor o la alteridad que le permite pensarse en cuanto prójimo próximo, el replicante empieza a recordar al igual que los humanos. Sus historias no rompen el vínculo con las historias de aquellos que lo rodean.



Desde sus tarjetas de memoria, Roy despliega «Silos», un claro homenaje a su primera banda; también la regrabación en clave más intimista de «Pink Floyd», cuyo tema ya había salido en el primer y único trabajo de El Conde de Saint Germain (1994); o «Marcos y Lydia», donde se cuentan las vicisitudes de una pareja que sobrevivió al horror y al exilio pero no a sus desgastes. De ahí que, en su desesperación, aparezca en este replicante la obsesión de guardar fotografías. O escribir canciones que, en el fondo, son fotografías. Y no precisamente digitales, sino analógicas. Como la voz misma de Roy, que logra aunar —sin autotune de por medio— el registro de cierto dejo adolescente con el de ese hippie sobreviviente, veterano, que se encuentra entre los vibratos contenidos y justos desde donde largar su big data.

Pese a que los blade runners se encuentran otra vez al acecho, nuestro replicante sabe que su palabra está implicada en el principio de la contingencia radical de todo lo que existe. Y esa radicalidad, necesaria, comienza a ganar terreno.



El disco se encuentra disponible en Bandcamp: https://royberocay.bandcamp.com/album/el-replicante



El replicante (2020)

Folk en español
Roy Berocay (voz y guitarra).

Invitados: Pablo Berocay (teclados y bajo), Bruno Berocay (percusión).
Mezcla y producción: Pablo Berocay.

Grabado en estudios Kaos, las Toscas, Uruguay. Todos los temas letra y música Roy Berocay (AGADU)

ACORDEONA TRANSATLÁNTICA

sobre «La cumbia del gallo» (Worldbeatsnetlabel, 2020) de Andrés Sanfoneiro
por Martín Palacio Gamboa


La figura de Andrés Sanfoneiro (seudónimo de Andrés Melgar Conforte, quien integró varios combos como La Motta, Regalaplanta, La Ojah, Vaimaca Dub) es quizá algo esquiva para el gran público de la vuelta, pero su propuesta tiene indudablemente seguidores muy fieles entre México y Uruguay. Cual si fuera una auténtica batidora de ritmos, la cumbia se encuentra en él con el hip hop, la milonga con el electro-dub y el tango con el reggae. Tecladista consumado y de un virtuosismo técnico muy depurado, el acordeón gana protagonismo junto a los sintetizadores y el Ableton Live (un secuenciador de audio cuyo arsenal de efectos a la hora de producir música es casi inabarcable).



De allí que a lo largo de toda una discografía solista constituida por singles, eps y álbumes que comenzó a registrar desde 2018, nos encontremos con una reelaboración continua de la cumbia, con una forma de reestructurar los cánones simbólicos asociados a dicho género. Además, Andrés es perfectamente consciente de que sus discos se afianzan en una constante re-contextualización no sólo de la vida cultural de la región, sino también de los modos de producción musical global y local. Y ni hablemos de su repolitización, lo que por momentos lo acerca a la movida porteña del Colectivo Zizek.


Singles demo

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Respecto a este último punto, los sampleos de fragmentos de discursos de Pepe Mujica sobre la distribución de la riqueza y el ambientalismo en «La cumbia del gallo» o los de Salvador Allende durante su visita a la Universidad de Guadalajara en 1972 en «Cumbiacetamol», son más que explícitos.


En la perspectiva ofrecida por Andrés en cada uno de sus trabajos, y en especial éste último, la dimensión política en las nuevas vertientes de la música electrónica da cuenta de que las prácticas artísticas o bien cumplen una función en la constitución y mantenimiento de un orden simbólico dado, o bien tienen un rol en su desafío. Es decir, operan hegemónica o contrahegemónicamente. Para Andrés, al igual que para sus colaboradores Ram Anahuac en «Cumbia fresa» y López L. Vecino en «Somos una película», el lugar del arte es potencialmente crítico en tanto puede promover espacios públicos agonistas, posicionándose en el marco de las luchas contrahegemónicas con las cuales puede articularse. Desde su militancia, Andrés sugiere que la confrontación no se limita jamás a las instituciones políticas tradicionales. Asimismo, la modalidad de su cumbia mestiza en tiempos de digitalización (con sus técnicas de mashup, remixado o beatmaker, por citar algunas) logra hacernos acceder a las cosas de otro modo y desde otro lugar.

Y el baile recién comienza.


Ph: Edmundo V. Correu


ÁLBUMES
-Momento de kaoss (2018): https://andresmelgar.bandcamp.com/album/momento-de-kaoss
-Quién te quiere (2019): https://andresmelgar.bandcamp.com/album/quien-te-quiere-ep
-Dub Sides (2019): https://andresmelgar.bandcamp.com/album/dub-sides
-La cumbia del gallo (2020): https://andresmelgar.bandcamp.com/album/la-cumbia-del-gallo-ep



LA CUMBIA DEL GALLO
(Worldbeatsnetlabel, 2020)

Andrés Melgar Conforte (Andrés Sanfoneiro)
Fusión de Ableton Live con Acordeón , sintetizadores y colaboraciones en voces de diferentes artistas. EP grabado y mezclado en Ciudad de México , Montevideo y Tulum en Estudio Rodante.
Blythe Gruda voz y letra en 7
Dreckras bajo, machine y guitarra en 3 y 4 / Ram Anahuac voz y letra en 5 / Mariano Iñiguez violín en 6
Lopez L. Vecino voz y letra en 8

AMORES PERROS

sobre Oxxo (Feel de agua, 2019) de Amigovio
por Martín Palacio Gamboa


Para quien no esté muy al tanto, Amigovio es el nuevo proyecto de Flavio Lira, una de las figuras principales del actualmente disuelto Carmen Sandiego. Y si la cuestión es buscar algunas claves que ayuden a aproximarse a su nueva entrega de canciones, Lira las explicita en una entrevista concedida a Federico Medina (La Diaria, 16/11/2019): “Creo que hay una influencia bastante grande de cantautores con tecladito. Tipo Magnetic Fields, Molly Nilsson, Casiotone for the Painfully Alone. Fue un poco lo que pensé para el proyecto: “Estoy solo y tengo más teclados. me gustan las canciones pop, y me gustan las canciones pop que tengan letras buenas y gancho”. Es ese universo. También tuve muy en cuenta al Leonard Cohen enamorado del casio de los 80 (de Various Positions, de I’m your Man), del disco homónimo de Julie Ruin con ese pop desprolijo y adictivo. Todos ellos para mí son eso, gente que hace canciones, que cuenta historias y describe lugares y personajes, pero que escapan a la tentación de la guitarrita, de los sonidos más obvios”.

Si van hacia su página de Bandcamp, se encontrarán con un ep de dos canciones, “Oxxo”. Y su propuesta es tal como la describe. Con recurrencias constantes al synth pop, que consiste en evitar el uso de los sintetizadores como imitación de un instrumento acústico, logrando texturas mecánicas, sus temas producen una suerte de viaje tan hipnótico como intimista aunque signado por el distanciamiento irónico. Quizá su mejor manera de graficarlo es el uso de los estacionamientos como alegoría de lo transitorio en la composición que da nombre el disco. Y esa transitoriedad, propia del amor y de las canciones de amor en épocas de modernidades líquidas, expone sin culpa la ausencia de un espaciotiempo para el éxtasis. Allí lo físico no conduce a lo metafísico y su misterio ha desaparecido.

Por ende, las promesas del amor y sus canciones sólo pueden quedar insatisfechas. El problema es que terminan dando lugar a declaraciones mordaces que trasvisten con negra elegancia un vacío aparentemente light: “Te puedo comparar con un animal:/ un cervatillo de ojos gigantes que me desesperan./ Se queda a mi lado para que le inflija toda violencia./ No vas a ser feliz conmigo./ Pero tampoco con alguien más”. Ese aspecto también se traduce en la casi no-vocalización barítona de Lira. Su registro linda constantemente con la modulación propia de la conversación más que con lo cantado al punto que, en la personalísima versión que realiza de “Si estuviésemos juntos”, hace que Bad Bunny resurja ante nosotros como un compositor de fuerte cuño existencialista.


https://amigovio.bandcamp.com/releases



Oxxo de Amigovio

Montevideo 2019. Feel de Agua.

Amigovio es Flavio Lira
Producido e interpretado por Flavio Lira, Fabrizio Rossi, Francisco Trujillo / Mezclado por Fabrizio Rossi y Francisco Trujillo / Masterizado por Fabrizio Rossi / Coros en #2 por Karen Halty / Si estuviésemos juntos es un cover de Bad Bunny / Foto de portada por Agustín Fernández y Diego Pereira. / Arte y diagramación por Martín Batallés y Gabriela Costoya.

Rescate y retorno del axolotl

sobre El libro de los peces y otros relatos (Trópico Sur, 2014) de Lucía Delbene
por Martín Palacio Gamboa


Publicado primeramente en 2013 y ampliado en su reedición de 2014 por el ya extinto sello Trópico Sur, «El libro de los peces y otros relatos» es el primer libro de narrativa publicado por la poeta Lucía Delbene. Hoy se encuentra casi sumergido en el limbo de los «raros». Poder dar con un ejemplar se ha vuelto una hazaña digna de quien recorra ferias y casas especializadas. Pero también es la constatación de que supo anticipar un conjunto de títulos que, en manos de otros autores, transitarán por vías similares pocos años más tarde. Incluso en su tono: pienso, por ejemplo, en «La epopeya de las pequeñas muertes» de Fabián Muniz, «El caso Virginia Tiresias» de Mariana Figueroa Dacasto o «Raras» de María Gueçaimburu.

Esas vías mencionadas se conjugan en un constante ejercicio lúdico de la intertextualidad con la hibridación de géneros y subgéneros, al punto de terminar dando inicio a otra modalidad. No se trata de la humorada subversiva en clave pop que signó la producción más experimental que fue de los sesenta hasta fines de los ochenta. Hablamos de un registro signado por el retorno, la copia, la pervivencia de una Modernidad débil y que en la escritura se traduce en la configuración de una zona transitada —transcendente y aparencial a la vez— por todas las tendencias, los recuerdos, las posibilidades. Su extremo sincretismo da origen a una suerte de «multicronía», pero no inocente o celebratoria como la que requería la versión más hegemónica de lo que se entendió por posmodernidad. Si bien la narrativa de Delbene y de una constelación de autores afines es imagen, serie, barroco de fuga y autorreferencia, catástrofe, bucle, reiteración fractal, su clave no es el post o la ruptura. Es la transubstanciación vasocomunicada de los paradigmas.


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Más que hablar del abandono de la representación, se trata ahora del reino de la simulación, de la simulación que se sabe real. Parecería que estuviéramos frnte a un acto de canibalismo y la intención de la autora respecto al Libro de los peces y otros relatos es completamente explícita en los epígrafes de los seis textos que lo conforman: el dar cuenta de los procesos caníbales en la literatura respecto a la representación. Ese dar cuenta se realiza, en primera instancia, con la multiplicidad de interpretaciones que Lucía Delbene propone con la ya mencionada hibridación de géneros.De allí que decante en lo que podríamos llamar un género axolotl —una de las recurrencias más patentes, en claro homenaje a Cortázar—.


Y si el axolotl es ese ser larvario que, en la escala evolutiva, quedó entre lo pisciforme y lo anfibio, no nos costará entender que este género traspasa los límites entre el yo que escribe y el otro que lee, realiza un trueque de identidades o territorios.

Veamos: tenemos secuencias estrictamente narrativas que se ensamblan con —y se travisten de-— fragmentos cuyo lirismo intercala lo fáctico y lo reflexivo; tenemos el entramado conceptual del ensayo al tiempo que se consustancia con el discurso acotacional de un script. El género axolotl, según este dispositivo de estrategias, se va mostrando no como un género en crisis sino como un conjunto de irregularidades temáticas, retóricas y enunciativas que saquea, usa, se apropia de elementos formales establecidos desarmando repertorios y cruzando elementos «incompatibles». De allí que el género axolotl comporte además la organización de un efecto poliedro, es decir, el efecto de no-linealidad del flujo de argumentos e imágenes que la escritura, en cuanto acto, ofrece aquí de un modo casi arborescente.

Ya en segunda instancia, contamos con la profusión intertextual de cada uno de estos «relatos». Y quizá por eso vale recordar el intento de Fredric Jameson al buscar superar la idea de intertextualidad proponiendo la noción de wrapping (envoltura). Jameson, tomando este término de la arquitectura, indica que todo lo que está cubierto puede utilizarse como envoltorio y, a la vez, puede ser envuelto. Por lo tanto, podemos aventurarnos y decir que el acto de envolver es una metáfora antropófaga. El envolver como fauces devoradoras, hecho que adquiere su carga monstruosa para el personaje de «En blanco pie», una escritora lisiada que descubre que la mutilación de la que padece tiene el mismo origen que la del capitán Acab en «Moby Dick». Para ser más explícitos aún, Jameson diagnostica lo que Delbene hará patente a lo largo de su libro: la generalización de este envolvimiento como una imposibilidad de diferenciar el contenido de su continente. Continente que se presenta como embalaje simulacral y cuyo rasgo predominante es la producción estética frente al contenido (di)simulado por dicho envoltorio y que, según reza el epígrafe de Helio Oiticica que encabeza el cuento mencionado, «para llegar al estado de invención pura hay que pasar por el blanco sobre el blanco». Por lo tanto, estas envolturas superan las teorías intertextuales que exponen la filiación de textos, la presencia de éstos en otros y el sostenimiento, al mismo tiempo, de su legitimidad. Obviamente, como afirma la voz narradora en el texto que da nombre al libro y le sirve de apertura, «en literatura todo (es) susceptible de relacionarse debido a la memoria que cada libro (lleva) codificada en su sistema. Dicha filiación (integra) a la obra en una serie de cuya orden no sería más que otro ejemplo. No obstante, si la obra es lo suficientemente audaz, se constituirá en el punto de origen de una nueva serie».


Manuscrito Voynich

La presencia del pez, no sólo en el título del libro y en el arte de tapa, sino también en la estructura argumental de los «relatos» que lo integran no es fortuita. Quien haga un recorrido por las referencias propuestas, se encontrará con que todas ellas contienen una alegorización de los procesos de deglución y envoltura: la ballena de Jonás, Moby Dick, el axolotl de Cortázar. Pero también de la transmutación según la tradición alquímica, ya que el pez es la representación del oro filosófico si atendemos a los tratados de Ireneo Filaleteo y —más cerca de nosotros— Fulcanelli. Y quien habla de transmutación puede hablar, en términos más laicos, del devenir-otro. Como la mujer de «Nínive en las tripas», que huyendo de un destino de tedio y desesperación hace de mula en el mundo del narcotráfico y que, al «expulsar las bolsitas de cocaína que llevaba acumuladas en sus tripas (…), se sintió como una gallina que hubiera puesto unos cuantos huevos y emitió un cloqueo de agradecimiento». En ese devenir-otro está esa otra voz, ese otro metabolismo que genera una escritura nómade capaz de fugarse de cualquier intento de centralidad y que, por ende, dinamita —parafraseando a Nicolás Guigou y a Rubén Tani— cualquier postulado que procure el sentido y su máscara. Pues con Delbene empezamos a sospechar que no podemos más que trabajar ‘entre’ el sentido y sus cristalizaciones.




Lucía Delbene

Escritora y docente, editora e investigadora. Gestiona LittleGenova, canal youtube de performance y videopoesía en Mvd y el proyecto colectivo editorial de poesía La Coqueta.

Ha publicado «Garza en garza» (2009), «Taurolabia» (premio publicación 2012 de la revista Lo que vendrá ), «El libro de los peces» (Trópico sur, 2013), «El libro de los peces y otros relatos» (Trópico sur, 2014), «La tela maga» (Juana Ramírez editora, 2018) entre otros. Integra diversas antologías y ha sido publicada en múltiples revistas nacionales e internacionales, entre ellas: Transtierros (Perú), Enclave (USA), Poesía (Venezuela)

LOS INSILIOS DE LA PESTE

sobre «Confines. Antología en tiempo de riesgo» (Pixel Editora, La Plata, 2020)
por Martín Palacio Gamboa


Nadie pensó en un desenlace tan híbrido para las finanzas y
asimismo la globalización llamando con h de ay más bien
había
sí, todo s hunidos hermandad humanidad ahora olvidados
itálicamente de los campos hum… anos desde siempre
mientras
así vive y no ha muerto la historia en curso de reanimación.
—Roxana Páez—


Escribir desde el confinamiento terminó siendo, en estos últimos tiempos, una práctica de resonancias varias. Algunas de ellas nos hacen pensar en Tucídides y su «Historia de la guerra del Peloponeso», donde cuenta su aislamiento de la «plaga de Atenas» que devastó a buena parte de la población del Mediterráneo oriental a fines del siglo V a.C. También en «El Decamerón» de Bocaccio, elaborado durante el brote de la peste negra, al igual que los «Cuentos de Canterbury» de Geoffrey Chaucer. Edgar Allan Poe tampoco fue ajeno a ese tipo de acontecimientos: durante el azote del cólera que en Nueva York se llevó a miles de víctimas entre 1834 y 1837, escribió «El Rey Peste». Mientras tanto, con lo que implicó el avance del covid-19 y el desajuste socioeconómico, que tambaleó incluso a las grandes potencias, han proliferado narrativas y poéticas que dan cuenta de un proceso de doble reconfiguración: la de un mundo que todavía no acaba de morir y la de un mundo que no acaba de nacer. Se hace difícil evitar la vieja observación de Gramsci al afirmar que es cuando nos encontramos con ese espacio que funciona de bisagra, que surgen los monstruos.


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La antología organizada por los escritores Carlos Aprea (Argentina) y Roberto Pasquali (Italia) da cuenta de esos monstruos. De hecho, el prologuista Bifo Berardi les da un nombre, cuyo origen se remonta a los personajes de una película de terror clase B de los ochenta, y que la filósofa y bióloga Donna Haraway desarrolla como concepto: «critters». O, para ser más específicos, «critters sim-poéticos». Berardi explica que los critters «son pequeñas entidades, criaturas sub-visibles que proliferan en cualquier parte y transforman la composición del mundo viviente, habilitando la mutación».


El hecho de considerar la poesía como el critter del lenguaje termina siendo esclarecedora, ya que «la construcción estructurada del lenguaje se está desmoronando, erosionada por la penetración de materia psíquica inexpresable en el espacio de la comunicación. En este punto, tenemos que poner en movimiento partículas lingüísticas para su disolución y recomposición».


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La antología, cuya consigna en el armado consistió en que los autores convocados estuvieran cerca o dentro de esa franja etaria considerada como «población de riesgo» y que sus textos fueran escritos recientes, surge ante la emergencia del covid-19 como acontecimiento discursivo. O sea, hablamos de esa instancia excepcional que permite pensar el tiempo presente e indagar sobre la irrupción/aparición de la enfermedad en lo que concierne a su carácter disruptivo, sorpresivo, inesperado.


Quien recorra los poemas de Carlos Battilana, Horacio Fiebelkorn, Paulina Vinderman, Ineke Holzhaus o Luis Pereira Severo, por citar a algunos de los 28 nombres que integran la lista de «Confines» -cuyo título no sólo juega con la palabra «confinamiento» sino también con que muchos de ellos proceden de distintos confines del planeta-, descubrirá un registro otro del escenario actual. Berardi nos recuerda que «el virus es un ejemplo de qué significa critter: un principio de simbiosis a-significante y de sim-poética creativa. El virus es a-significante: no intenta portar un significado, no es un signo sino un corpúsculo de micro-materia que lleva en sí mismo una información. La información inscripta en el virus actúa sobre el organismo pensante, hace peligrar no solo el sistema inmunológico del organismo, sino también el proceso de significación desarrollado por el organismo pensante. El virus es simbiótico, porque en orden de sobrevenir invade un organismo viviente, y es por eso que el organismo viviente es transformado (o aniquilado) por el agente simbiótico. Y el virus es sim-poético, en tanto está co-evolucionando simbólicamente con el organismo social del hombre. Haraway usa la palabra «sym-poiesis» (hacer-con) para definir el acto de la creación recíproca en un proceso que involucra diferentes entidades vivientes».

Si partimos de la idea de que la realidad es sígnica y se materializa en la escritura, atentos a la historicidad y al texto entendido como espacio que permite apreciar la pluralidad de las voces y las relaciones dialógicas entre ellas, la literatura posee un dinamismo que implica, necesariamente, la aceptación de su carácter abierto. Lo social ingresa al espacio de la literatura y la literatura se suma al gran coro de voces que dicen lo social. Por ende, los textos que conforman esta entrega dialogan con (y en) el espacio de una discursividad social que piensa el covid-19 en su carácter potencialmente mortífero, apocalíptico y catastrófico. De allí que más que escritura, excritura. Este neologismo no es nuevo: pertenece al filósofo Jean-Luc Nancy. Si la escritura comunica el sentido de ser ella un medio para el pensamiento convencional del mundo, la excritura comunica un sentido que es llevado a un límite y puesto fuera de sí para sentirnos tocados por su pasaje.

En otras palabras, la excritura inscribe en el texto una huella fuera de sus márgenes, un sentido-sentir que escapa a toda significación e interpretación convencional de su palabra frente al advenimiento de la peste:


«Este es el momento elegido por nadie para hablar/ de unas cuantas cosas, todas muy interesantes./ Como hay cantidad de tiempo para decirlas,/ el instante se vuelve una simple partícula/ de adhesión al infinito»

Mario Arteca, «Esperando al delivery»—

«no hay río/ no hay barranca/ ni viento/ no hay nada entonces/ yo no estoy/ hablando con nadie/ ahora puede ser/ hace un momento/ sí/ yo estaba hace un momento?/ no puede saber/ no hay nadie/ que se lo diga»

Eduardo D´Anna

«Para quien resiste a la prueba general/ la inexistencia es permanecer/ como la mirada del Resucitado en Santo Sepulcro/ en el silencio de una lengua nueva»

—Isabella Panfido, «Efectos colaterales»—


Por lo anterior, es presumible pensar que la excritura vendría a ser el lugar donde la palabra toca lo indescriptible y desde el cual el pensamiento puede fugazmente tocar el cuerpo de quien escribe y de quien lee. Que no sólo está situado sino sitiado, dejándolo en lo que es, dejándolo como alteridad. El lugar, la conjunción de los confines, es ese espacio en donde algo se hurta, se aparta, se expone.
Como un virus.


En pre-venta hasta el 30 de setiembre de 2020.
Solicita tu ejemplar impreso y digital en pixeleditora@gmail.com. Luego, disponible en librerías.



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CARLOS APREA (Argentina)

La Plata, Buenos Aires, 1955.
Es escritor, actor y director teatral. Desde 2014 es editor responsable de Pixel Editora, en su Serie Poesía. Durante los últimos cinco años coordinó el ciclo «Poesía en la terraza», en El Espacio (La Plata), donde participan poetas de distintos lugares de Argentina.

Publicó los libros de poesía: La intemperie, 1999; Abrigo, 2006; La camisa hawaiana, 2010; Pueblos fugaces, 2012; Villa Elvira, 2014; Escaleno, 2018; y las plaquetas Conociendo gente se viaja, El pájaro de las cinco y media, This is the end, week end, Política líquida y Teatros. Participó en varias antologías.


ROBERTO PASQUALI (Italia)

Bolonia, 1955.
Poeta, periodista, narrador, docente e investigador. Traductor de poesía hispanoamericana. Es responsable de talleres de poesía en las escuelas de Bolonia, Verona y Florencia. Organizador de festivales en Bolonia y presidente de la Asociación Intercultural (AIPI).

Su primer libro de poemas es La primavera de la mano (Campanotto, 2002). Es co-creador del archivo multimedia La Voz Reina, presente en varias bibliotecas de la Universidad y de los municipios de Bolonia y Ferrara, que incluye tres secciones con la voz original de los autores: la poesía sonora del siglo XX, la poesía italiana clásica en video y una selección de poesía hispanoamericana en audio. Colabora con revistas literarias italianas y extranjeras.

Una variante otra de la canción esteña

Sobre Querencia (Santas Palmeras, 2019) de Nicolás Molina
por Martín Palacio Gamboa


Las nominaciones del premio Grafitti 2020 han vuelto a poner en primer plano a una de las figuras más singulares del indie de tierra adentro. Hablamos de Nicolás Molina, líder de la banda Molina y los Cósmicos y oriundo de la ciudad de Castillos, Rocha. Quien recorra su historial encontrará dos excelentes trabajos realizados con su banda y producidos muy por fuera de los círculos de estudios habituales, como «El Desencanto» y «El Folk de la frontera». También encontrará que, en 2016, algunos medios norteamericanos como la revista Billboard y KEXP lo presentaron como uno de los artistas latinos del año. Por otra parte, en 2017 obtuvo dos Premios Graffiti en las categorías «Mejor álbum indie» y «Mejor solista masculino del año», así como un Premio Nacional de Música otorgado por el MEC a raíz de la canción “¿Qué pasó?”. En estos días nos enteramos de que su disco solista, «Querencia» tiene cinco nominaciones a los Graffiti del año: mejor álbum del año, álbum de rock alternativo, mejor compositor, productor y solista masculino.



El 16 de agosto de 2019 se publicó en el Semanario Brecha una reseña breve, de mi autoría: «La fábula y el paisaje». En aquel momento el disco se encontraba recién editado y el músico iba en bicicleta por todo Montevideo distribuyendo personalmente los ejemplares vendidos. Retomaremos aquí partes de aquel texto, con algunos agregados que en el trabajo de edición del semanario no fueron incluidos y que, a nuestro entender, colaboraban a una mejor comprensión del alcance de la propuesta del artista.

Ahora bien, quien revise la entrada de «querencia» en el diccionario de María Moliner leerá que es la «inclinación afectiva hacia alguien o hacia algo; particularmente, tendencia de las personas o de los animales a volver al sitio en donde se han criado». Esta primera entrega de Molina en su condición solista, refleja de manera fidedigna ese concepto. A lo largo de siete canciones, se despliega una lírica sencilla y minimalista en la que el paisaje del palmar y la costa rochense aparece con nitidez. Sin que eso resulte en un exotismo de postal que la clase media montevideana cultiva como escape o como objeto de consumo, surge allí una secuencia de micronarrativas propias de quien comparte –o vivencia– ese espacio-tiempo que se parece a los viejos spaghettis de Sergio Leone. Allí está el viento polvoriento, allí está la parsimonia de esos personajes de pueblo que habitan Castillos y Aguas Dulces al igual que la frontera de un Chuy tan ominoso como improbable. Allí está ese calor que no encaja en ninguna propaganda de cerveza y que detiene el tiempo cronológico a partir del mediodía.


ph: Florencia Nuñez

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La vocalización cansina y la creación de atmósferas, basadas en densos acordes de guitarra que raras veces privilegian los riffs o los punteos (a excepción del primer tema y el tercero), la presencia de composiciones en las que rigen las armonías y el tratamiento de las texturas por encima de la creación melódica, dan cuerpo a un extrañamiento que oscila -más allá o más acá de cierto dejo irónico- entre la nostalgia y la saudade. Tal aspecto aleja a Molina de los parámetros discursivos de la escena indie, aunque no de sus propuestas estéticas o experimentales.


Si la enorme mayoría de los grupos e intérpretes que se hallan en esta vertiente juega con la dispersión referencial respecto a lo que sería un lugar de pertenencia o de enunciación, Molina pone a andar un imaginario geográfico y mítico que remite al rico anecdotario de la canción popular esteña (Solipalma, Los Zucará, Lucio Muniz). Sólo que ese anecdotario, o esa forma de contar, está mediado por quien se siente entre Rocha y Montevideo, entre la dinámica social propia de una ciudad del interior y la vorágine de la capital. De allí su oscilación entre la nostalgia y la saudade que, si bien pueden parecer sinónimos, tienen significados diferenciados en los departamentos fronterizos.

Según la etimología griega, la nostalgia es el «dolor por lo que el corazón siente». Es el creer en la posibilidad de un retorno a algo que se ha perdido y que, de un modo u otro, se lo siente vivo, ya sea en lo real o en la tensión que el deseo ejerce sobre cada una de nuestras pulsiones, aspecto que es evidente en la letra de «Volver al mar»: «Hoy te miro de lejos/ aunque aún te siento acá,/ hoy te escribo canciones/ que después voy a borrar./ Hablan de nuestra querencia, /de todo lo que ya no será,/ de esa necesidad/ de siempre volver al mar». La nostalgia llega a conectar, incluso, la memoria individual con la colectiva.

La saudade –en cambio– es la nostalgia de un pasado fabuloso, de su imposibilidad, y el anhelo de revertirse en la tierra, consecuentemente. Y porque anhela volver a algo que ya no es ni podrá ser jamás, la saudade viene a ser una manifestación del instinto de muerte: un deseo de retornar al regazo de la «gran madre». Esto se refleja en «El gran día» y sus reminiscencias apocalípticas: «Y me propongo salir,/ salir de mi habitación./ Pero no encuentro un lugar/ para poder escapar./ Es todo oscuridad./ Y el tiempo, el tiempo se fue/ y es lógico que no va a volver./ Es algo que se escapa de la piel./ Es todo oscuridad,/ es todo eternidad». Es sentimiento de soledad, vivencia sentimental –y extrema– de la soledad. Cuando el sentimiento de la soledad se hace inmanente al hombre, entramos en el campo de la verdadera saudade. Esa que no sólo duele, sino que también lastima. La saudade carece de significación psicológica; es puro sentimiento ontológico. No es que se sienta saudade: se «es saudade». En cambio la nostalgia, diría Tarkovski, «no descansa sobre nada; si existe, es en la medida en que la imagen poética existe».


ph: César Sanguinetti

Podríamos adaptar perfectamente la frase cambiando lo de «la imagen poética» por la forma en que la «querencia» es desplegada como concepto en este disco. Molina hace de cada tema una muestra –algo fractal, algo fragmentaria– de aquellos parajes a los que siempre se vuelve y que son el «principio de orden» (y quizás, de esperanza) de nuestras desordenadas identidades. Así es en «El marciano y el palmar» o las de «Los últimos hippies del verano». Esos parajes –Castillos, Aguas Dulces, el Chuy, el Mar Atlántico– son la marca del regreso y, a su vez, la constatación de la imposibilidad del regreso. Es que la comprensión del carácter radicalmente dinámico del espacio implica entender que no es posible volver a casa. O, al menos, no podemos hacerlo si imaginamos el hogar como un sitio perdurable a partir de dónde venimos.

La querencia es, pues, la medida de nuestras huidas y de nuestras fidelidades. También la referencia de todas nuestras distancias, nuestra “métrica” más personal. Una métrica que, incluso en la aparente irregularidad de los versos con que Molina teje sus canciones, deja su impronta en el escucha.


Discografía completa disponible en Bandcamp


El desencanto (2014)
El folk de la frontera (2016)
Querencia (2019)
Ese rayo (EP, 2020)

Los Reinos de Solveig

Semblanza poética de la poeta uruguaya Solveig Ibañez Iglesias
por Lilián Toledo



La poesía vuelve a vivir en la lectura siempre nueva de cada nuevo lector que se arriesga a mirar en las profundidades de su propia intimidad”.

Diana Bellessi, La pequeña voz del mundo


Su nombre podría ser un poema mínimo porque este vocablo de origen nórdico reúne, en un aliento único, las palabras sol y fuerte: Solveig. Seguramente, a la vez, un deseo y –quizás un sin querer– un encargo. Según otras etimologías y traducciones, también reúne las palabras casa y fuerte; quizás sea esta una pista para el enigma a resolver, acerca de por qué no tenemos entre manos más poemas suyos. Su familia cuenta que fue Roberto Ibañez quien eligió el nombre para su tercer hija, tomándolo de un personaje de la novela Peter Gynt (1876), de H. Ibsen, que es quien perdona los errores o pecados del aventurero protagonista.


Muchas de las referencias o etimologías de este nombre, nominan un camino complejo para la construcción de una propia identidad. ¿Así lo habrá vivido?


Solveig Ibañez Iglesias nació un 14 de noviembre de 1931 en la ciudad de Montevideo. Recibió la tarea de aprender a ser hija, hermana, compañera y madre de artistas: toda gente que se jugaba entera (ayer, sus padres Sara y Roberto y sus hermanas mayores, Ulalume y Suleika) y se juega (hoy, su descendencia) en el intento de desplegar sus aportes en las distintas artes, y generalmente de manera ejemplar. Todo un desafío para aprender a competir. Desde su lugar en la foto familiar queda sugerida una intensa lucha de contrastes para la construcción de esa identidad, donde lo esperado para cada género –como la maternidad– estuvo presente de manera muy fuerte, aunque no de un modo clásico. «Yo agradezco que haya sido mi madre», dice Patricia Silva.

De acuerdo a diversas fuentes (entre ellas, amigos y familiares) estudió en el Liceo Francés de Montevideo y residió en París, junto a sus padres y su hermana Suleika, en torno al año 1949. Esta estadía en Europa, al final de la Segunda Guerra, coincide con las afirmaciones del filósofo Theodor Adorno: «ya no será posible la poesía luego de Auschwitz». Mientras tanto, Simone de Beauvoir planteaba: «No se nace mujer, se llega a serlo», desde su recientemente publicado ensayo «El Segundo Sexo», instalando el desafío de reconocer(nos) a las mujeres en permanente proceso de invención: existencialistas y engeneradas.


Imagen en la página http://elmontevideanolaboratoriodeartes.blogspot.com/

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Queda preguntarse cómo se enlazarían en las creaciones de la joven Solveig todos estos hilos de sostén. ¿Cuánto de su influencia? ¿Cómo cada contexto en cada creador toma forma en sus poemas?


Sus conocidos reconstruyen «su ir siendo mujer» hilvanando retazos de su andar en ese particular escenario y tiempo histórico. También nos acercan a ella los profesores Sylvia Puentes y Rubinstein Moreira al incluirla en sus escritos sobre autores (¿as?) uruguayos. Sabemos, de este modo, que inició su formación universitaria en Facultad de Humanidades aunque no la completó. Fue profesora de francés en algunos liceos pero que, al no manejarse bien con las bromas de los adolescentes, renunció para dedicarse a ser profesora de literatura particular, desarrollando esta tarea en el seno de su hogar. También sabemos que fue crítica literaria y ensayista en tanto transitaba su camino de poeta, aportando su particular mirada en el círculo del Ateneo, en AEDI (Asociación de Escritores del Interior) y en el Grupo Erato, además de publicar en numerosas revistas y periódicos. Ganó varios premios; entre otros, el primer lugar –compartido– del Premio a Poesía en la 1ª Feria Nacional de Libros y Grabados en el año 1961. Esa será una actividad fundante de lo que se volverá luego la inauguración de todos los veranos: la Feria de Libros y Grabados, «la Feria de Nancy» (que ocupa en mi memoria un lugar especial, el del reino de lo maravilloso: jazmines, artesanías, canciones y libros –en aquel entonces, muchos libros–). Finalmente, en 1998, se le concede una pensión graciable.

Así fue que desarrolló gran parte de su actividad en su ámbito privado: las clases particulares, el cuidado de sus hijos, la escritura de poemas. Su hija Patricia (también artista) nos dibuja algunos trazos de su compleja figura. “Lo que más recuerdo es su forma de alegrarse con las cosas inocentes de la vida, y a la vez sus miedos, su forma de ser arrolladora, seductora y segura, a la vez que insegura; de enseñar lo que se debe ser y transgredirlo a su vez…”. Sus creaciones transitaban su luz por diferentes ámbitos, incluyendo los del propio hogar en bares y tertulias literarias, junto a su novio y más tarde esposo. De hecho, después de su separación, seguiría compartiendo poemas que siempre estaban en proceso de elaboración.

Era el momento en que en Uruguay Carlos Quijano fundaba el «Semanario Marcha», Juan C. Onetti editaba su novela «El Pozo» (1939), Joaquín Torres García fundaba su taller de pintura, y en las mesas del Bar Metro o del Sorocabana, ellos -junto a otros- se reunían a polemizar y compartir sobre teorías literarias, entre otras cosas. Ya se ha señalado, en varias oportunidades, que las mujeres en esas mesas no eran mayoría y además tenían unos años más que Solveig: Idea Vilariño, Amanda Berenguer, Ida Vitale, entre otras. Los aspectos conservadores del Montevideo de ese tiempo eran conmovidos por los aportes de estos intelectuales que, igualmente, no dejaban de estar atravesados por las contradicciones propias del contexto. Con todo, y cercana en edad a la «Generación de los Alacranes», no aparece muchas veces compartiendo sus escenarios y tampoco su manera de decir: su estilo y abordaje de lo vital aparece poblado de imágenes sugerentes ligadas a la naturaleza. En especial, a su dimensión más sagrada y mística así como a los afectos más próximos. Tomemos como sencilla muestra la última estrofa de su poema Caleidoscopio del libro «Reino Furtivo»:

«Y aquel caleidoscopio me recoge
en su fiel torbellino
ya no miro por él y sus cristales
recrean a mis hijos.»


Esos afectos marcan una serie de resonancias en su poesía de la misma manera que nos acercan algunos trazos de lo que podría haber sido su refugio y quizás, en algún sentido, también su trampa: «(…) su cuarto, libros y colillas de cigarrillos en el piso… y una taza de té con leche cerca», recuerda Patricia, nuevamente. «Nos leía cada poema que escribía, en medio de las tareas cotidianas, lavar la cocina, cocinar un guiso… nos leía y muchas veces le decíamos: ¿otra vez?…no!». Esta sencilla imagen sintetiza un andar suyo por varios reinos que escapaban de sus manos: reinos de crecimiento y de lucha para las mujeres de esa época, de formas de «ir siendo» en lo privado y de ir conquistando lo público.


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«La muerte llega en el borde
de los cristales del viento
que cortan a ras la imagen
solo virgen de un momento.
Allí las canciones tienen
eco fugaz y cortejo
de ángeles que piden paso
por la sangre transparente.
Allí los sueños del aire
de las lluvias y el silencio
Distancias que recomienzan
y caminos que se alejan.
Muerte del Toque de Queda
donde se cumple una meta:
La puerta que abres de pronto
es el reino sin fronteras.»

de Reino furtivo
Ed. Botella Al Mar, 2010


«Lo personal es político», proclamarían los movimientos feministas pocos años más tarde. Lo poético es político podríamos agregar, parafraseándolas, al leer sus poesías. Y jugando con las transposiciones da para afirmar que lo político es poético, en acto, cuando se puede hacer convivir la taza de té con leche junto a la crianza de los hijos y el gesto cotidiano de la escritura. Es una manera de «restaurar la voz femenina» en el ámbito del que estaba excluida, como afirma Natalia Romero en su libro «El otro lado de las cosas», acerca de la contemporánea Diana Bellessi.

Los reinos de Solveig, la poeta, se escriben en un estilo pleno de imágenes y símbolos, concebidos entre clases particulares y tazas de té con leche. Y en su recitado constante, en el redescubrimiento de su propia voz, iba siendo ella misma en su escritura.



L.T., Mayo de 2018

DEL DESAHUCIO Y OTROS DEMONIOS

sobre Muelle negro (Civiles iletrados, 2020) de Pablo Márquez
por Martín Palacio Gamboa


Acercarse a la poética de Pablo Márquez es adentrarse en un breviario del deseo y su vacío, ese vacío al que Violeta Parra comparó en una de sus últimas composiciones con «el hueco/ del mundo terrenal». Ya sea procedente de lo amoroso o de un conjunto de posicionamientos existenciales, el trazo de esa ausencia que delinea cada texto de «Muelle negro» se va estableciendo como un proceso fundamental de la realidad. Existe una dificultad para captar el sentido del vacío que el deseo instaura sin el riesgo de caer en la trampa de una interpretación de matriz nihilista. Con todo, Márquez no llega a sostener la no existencia de las cosas, sino que apunta a la imposibilidad de encontrar un referente original, definitivo, unívoco, dado que la lengua está compuesta de trazas de trazas, huellas de huellas, sustituciones de sustituciones que nos reenvían a una regresión infinita. Como el deseo mismo.

Dueño de un decir conciso, su recurrencia a la enumeración y a la musicalidad cadenciosa y coloquial de la anáfora lo hacen adoptar en sus poemas una forma fragmentaria. Tal vez por ser la única que puede dar cuenta a cabalidad del carácter intermitente e imprevisible del deseo, que es nuestra primera instancia de contacto con la realidad. Barthes anotaría en «El placer del texto» que «es la intermitencia, como bien ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica, es el centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición». Y esa «puesta en escena de una aparición-desaparición» en la que anida el deseo, sólo se logra plenamente a través de esa escritura fragmentaria que sabe recoger la experiencia inmediata y transmitirla como tal: en su carácter abrupto, repentino, accidentado, como un súbito impacto a los sentidos sin solución de continuidad posible.


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De allí que Márquez afirme que «todo ha sido registrado/copiado/ publicado/ en los diarios de Babel./ La palabra se nos secó en la boca/ enarenada entre los dientes./ Solo/ nos queda/ encalar/ los huesos/ echarles sal/ prenderlos fuego/ poner a caminar/ esa lengua peregrina». Será esa lengua, entonces, la que no necesitará de nexos que subordinen un juicio a otro, que estructuren relaciones casuales entre dos o más ideas, que elaboren un arduo proceso de razonamiento desde una hipótesis inicial hasta una impecable demostración final.



El deseo, en sí, no busca demostrar nada: a lo sumo mostrar, a los ojos que lo miran, esa experiencia de placer (o de dolor, es igual) que la constituye. En una escritura trabada por la lógica de la razón, como esa palabra enarenada entre los dientes, el deseo moriría de asfixia. Su lógica es otra: tan sólo quiere acontecer. Y para ello, necesita de una escritura que lo muestre tal como es: en su imprevisibilidad, en su rareza, en su intermitencia, graficada en un uso que puede parecer, a primera vista, excesivo de los puntos suspensivos. Justamente allí, donde queda algo que decir y no se dice. Quizá por sobreentendimiento. Quizá por carencia, allí donde no haya «tal vez/ ni jueves/ ni parises/ ni huesos/ con memoria/ apenas/ la limosna/ de rumores obituarios…».

En Lacan, el deseo es siempre carencia, carencia de algo. Incluso cuando él señale la creación de objetos (fantasmas) como repertorio de imágenes que permitirían aplacar al deseo cuando el objeto de deseo no se logre obtener, los términos de la creación serán siempre negativos. La creación del fantasma supone un agujero en lo real, una representación sustitutiva que señala de manera aún más acusada el estado carencial. Y no sólo del mundo que nos rodea, sino de nosotros mismos. Cual si fuera un ejercicio de teología negativa, el yo lírico de «Muelle negro» escribirá que «quiero ser un ser sin smartphone. un ser sin objetivos, un ser sin objeto. un no-ser, bah. un ser por fuera de la señal de ajuste y las tarifas. un fulano de tal temido por su voluntad fulana. de tal sin cuál. veleta fija, apuntando siempre a un sureste intrascendente. sin Dios posible. vulgar posta, de vulgo gris rioba en el barro. sentarme, tan hueco de mí, como un telescopio sin cielo ni destino, en medio de la plaza. ya no quiero ser este sujeto de culpa que no es». Como es de suponer, será en ese ser sin ser donde vemos en qué medida nuestro dominio de la realidad se basa en la trabazón de los numerosos fantasmas con que hemos elaborado nuestro universo de referencias. Un universo de conjunción de signos o simulacros que se superponen a otros signos y que, en último término, relegan lo supuestamente verdadero, lo realmente apuntado por los discursos, a la inexistencia, al «desierto de lo real».


ph: Sofía Luna

Semejante transitoriedad de un estado a otro se corresponde con el sentido del muelle. Su función es permitir que barcos y embarcaciones atraquen a efectos de realizar las tareas de carga y descarga de pasajeros o mercancías. Es la metáfora del vacío como un «entre» constante. Es que en el atracadero de la enunciación no se pretende la sustitución del ser, sino que se nos entrega –casi resignadamente– su no ser: «Nunca seré Borges/ ni Groussac/ ni Bataille./ Menos aun Felisa/ claro está./ Solo seré/ quizás/ a lo mejor/ tal vez/ Nadie hundiendo/ su aguijón/ en el centro de Polifemo./ O ni eso».

«Muelle negro» pone en juego, por tanto, una dicotomía del deseo, dos versiones del deseo en donde una actúa como carencia y otra que nos conectaría con un posible infinito. Al fin y al cabo, se sabe, «los dioses mucho te honran cuando no te expulsan de su Olvido».




Pablo Márquez (Uruguay)

Salto, Uruguay (1976).

Ha sido profesor de aula de Literatura y de Historia en liceos públicos de Salto y en el CeRP del Litoral. Forma parte del Grupo de Estudios Autobiográficos (GEA), del CFE, fundado por la escritora Mag. Prof. Helena Corbellini.

Ha publicado artículos de crítica literaria en revistas de su departamento y en la Revista [sic], de la Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay (APLU). Muelle negro es su primera obra.