El silencio como danza

sobre «Marilyn» de Noelia Palma (Dínamo Editorial, Córdoba, 2020)
por Paula Novoa


Hay nombres que connotan mucho más de lo que su etimología indica. Marilyn es uno de ellos. Connota belleza y fragilidad, sensualidad e ingenuidad. Leemos el nombre “Marilyn” en el título de un libro y todos creemos saber de quién se trata. Pero Noelia Palma nos presenta a una Marilyn más cercana. En las antípodas del ícono de belleza pop, su Marilyn es una mujer del conurbano que sabe crear un pequeño paraíso entre los muros del hogar. Una mujer que parió a otra mujer, que parió a otra mujer, que parió a otra mujer. Marilyn es el origen de una genealogía de mujeres que se sostuvieron entre sí para sobrevivir.


La gracia del poema

En una entrevista, la poeta Alicia Genovese (Buenos Aires, 1953) afirma que existe el “espacio narrativo” y el “enlace lírico”, y asevera que ese enlace es la “gracia” del poema. Sin éste, el poema es menos que la prosa que se podría haber escrito. Respecto a esta idea, y como en cada libro de Noelia Palma, hay una narración que cohesiona los textos y Marilyn es la protagonista. Ella es observada por la voz poética; da la sensación de que esta mujer es espiada desde una ventana, una puerta o una cámara fotográfica. Es ahí en donde Palma coloca el “enlace lírico” del que habla Genovese. El yo poético observa el misterio de lo cotidiano a través de un cristal y así, cada gesto de Marilyn se transforma en encanto y en espejo, pues quien observa también repite y se refleja. Parafraseando a la poeta y ensayista bonaerense, en ese enlace está la “gracia” de los poemas que conforman este corpus:


Marilyn afirma algunas ramas del malvón rojo
mientras el sudor cae
sobre los pétalos.

¿La ves contra el viento
aferrada al pañuelo de seda?

Su cabello resplandece,
la tierra es toda devoción.
(“Seda”)


Al mismo tiempo que observa, el yo lírico hace cómplice al lector a través del uso de la segunda persona, comparte con él la belleza. Aunque no es sólo la belleza. Porque Marilyn también es oráculo y transforma el quehacer diario en el lugar desde donde se consulta el porvenir. Como a los griegos el oráculo de Delfos, Marilyn es quien señala las certezas:

Abro la ventana:
la miro tender la ropa, sujetar el balde.
Trabaja a la par de sus malvones: busca el mejor sol.

La humedad de sus manos frías me saluda.

Ahora entiendo, Marilyn:
una ventana abierta es siempre una plegaria.
(“La humedad de sus manos frías me saluda”)


El amor en Marilyn

Marilyn está formado por veintitrés poemas, el séptimo, “Tarde de sol”, es un punto de inflexión. Es el clímax del corpus y, sin dudas, el texto más hermético del libro. El yo lírico nos deja ir hacia el pasado y acercarnos a ese momento en el cual la vida de Marilyn se transforma. Hay una especie de flashback que intenta explicar el porqué de la soledad y el silencio de la mujer de las flores y el jardín:

¿Dónde menguó la cruz que sujetabas
el día que tuviste que pedir perdón?

Tu cabello todavía tiembla, Marilyn,
como el cuerpo
cuando obedece.


Marilyn también amó (¿o debería decir ama?), y ese amor aún la sostiene. Tal vez, cada poema hable de esto. Tal vez, cada gesto de Marilyn es la repetición de los gestos amatorios hacia el hombre que ya no está. Marilyn crea un ritual cotidiano: riega, planta, siembra, cuida y construye un paraíso en los metros cuadrados de su jardín. Como quien intenta replicar lo perfecto, el instante perdido cristalizado por el tiempo:


¿De qué color es el humo que sube por tu garganta?
¿Es cierto que tus huesos son más livianos
porque una sombra,
que no se corroe con el tiempo,
te sostiene?
(“El amor está en calma”)


Tiene el retrato
en la mesa de luz.
En blanco y negro, ama.

Para siempre ama
la que no supo calmar
el paso del tiempo.
(“En blanco y negro”)


A lo largo del libro, por un lado, podemos reconstruir algunos aspectos de la historia de Marilyn, el “espacio narrativo»; por otro lado, la gracia de estos poemas radica en la sutileza con que la autora fotografía instantes del presente y nos lleva hacia el pasado a través del “enlace lírico”. Así, presente y pasado son uno para Marilyn, que en silencio danza en su jardín, mientras es observada por esta voz que intenta ser también la voz de ese silencio:

La historia de Marilyn es esta:
un rosal blanco que ama,
calladito,
detrás del ventanal.
(“El silencio de Marilyn”)




Noelia Palma (Argentina)

Buenos Aires, en octubre de 1984
Textos de su autoría fueron publicados en diversas antologías y revistas digitales como Digo.palabra.txt, Letralia, entre otras. Realizó talleres literarios con Alberto Ramponelli y Eduardo Espósito. Su primer libro de poemas, Que la muerte nos ampare, fue editado por Francia Ediciones en 2017. Tradujo a Charles Bukowski desde 2011 y en 2017 publicó junto a Postales Japonesas su primera antología bilingüe: Solo con todo el mundo. En noviembre de 2018 editó 0034-Buitre hacia la nada por Ombligo Cuadrado Ediciones, que consta de dos libros en un solo ejemplar. Su último libro, La casa, fue editado en 2019 por la editorial cordobesa Mascarón de Proa.


Paula Novoa


San Antonio de Padua, Bs. As., 1976.
Es profesora en Lengua, Literatura y Latín y Licenciada en Lengua y Literatura.

Tiene tres libros publicados por Cave Librum Editorial: El año que fui homeless (2014), Hija de mala madre (2016), El paso de la babosa (2018) y Flores a mis muertos (2021).

Exequias cotidianas

sobre Flores a mis muertos (Cave Librum, Bs. As., 2021) de Paula Novoa
por Alejandro Méndez Casariego



Anoche lloré mientras dormía. Cuando desperté, mis plantas habían muerto. “Ahora llorá con motivo” decía mi madre. Siempre existe un tajo más profundo.
Paula Novoa


En “Flores a mi muertos” hay una gran intensidad poética, que se despliega en un espacio personal; algunos códigos que sólo pueden descifrarse mediante una destilación paciente, en la repetición perceptiva de la lectura, tomando cada elemento en su particularidad y en su conjunto. Porque así es como trabaja la memoria. La memoria no instala, de una vez y para siempre, sus eventos, en forma simétrica y ordenada; va dispersando retazos que nos constituyen y habitan paulatinamente, en una especie de caos íntimo que tiene su propia, nada casual, sabiduría. Este es el trabajo, este es el devanarse de cada hilo “de esos que otros apartan por las noches“ y con los que “ella, durante el día, teje todos mis abrigos”.

Me detuve en este poema, porque en él, más allá de la intención de la poeta, que obviamente desconozco, establece el doble y contrapuesto movimiento entre descarte y tejido, lo abandonado al olvido y lo recuperado, nada menos que para “tejer todos mis abrigos” (ninguna palabra aquí es arbitraria). Y este contraste entre lo perdido y lo recuperado está, de un modo u otro, presente en la mayoría de los textos. Desde la apertura, con el poema que le da título, donde “hago rituales cotidianos,/ como brotar gajos/en la lata de duraznos/y esperar”. Y así sucesivos rituales en los que, ya sea por la alquimia material de los olores, las texturas y las imágenes, como por la de la memoria o la asociación cotidiana, los muertos cobran esa cualidad de desdoblamiento permanente en ausencia y presencia, en duelo y en celebración.


Para mi lectura se trata, principalmente, de un acto de rebelión ante el “final” definitivo. Como diciendo “lo que se ha integrado en mí, no puede perderse del todo: ya me pertenece”. Esta es la línea que recorre el libro, desde el principio hasta su último poema; el pase a “La novia de Morrison”, inclusive, no constituye, para mí, un salto abrupto. En mi opinión es, más que nada, un cambio de escenario, expandir el tema hacia un muerto singular- muy significativo para la autora, sin duda- dándole una forma todavía más específica y nominal. En este caso el ritual se invoca desde los epígrafes, que son frases de las canciones, cuya intención es análoga a las “ceremonias de invocación”, las cuales no constituyen, como bien dice Carlos Battilana en el prólogo, “liturgias sobrecogedoras” sino a veces simples ceremonias cotidianas, pero de significado muy hondo. Lo que yo llamaría “invocación por evocación”.


PD: Uno se mete en recovecos que son personales, pero que al derramarse para quien lo lee, replicarán una y otra vez elementos de la propia memoria. Tal vez el gran mérito de esta poesía sea, justamente, poder despertar ecos sin perder la absoluta individualidad, la identidad indiscutidamente propia. Y nos deja esa sensación de haber sido testigos activos de una maravillosa creación poética.




Alejandro Méndez Casariego

Buenos Aires. Estudió Profesorado de Historia en la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Habiendo escrito prosa durante buena parte de su vida, sin llegar a publicar, encontró la poesía en los 90. Codirigió el ciclo de poesía “El Orate y la Musa”, junto a Gerardo Lewin y José Emilio Tallarico durante más de una década.

Publicó los poemarios El elefante de cartón (Ed. Patagonia, 2003), Los Réprobos (Ed. Patagonia, 2007), Los Dioses de Hogar (editorial Deacá, 2015), Pieles Rojas (Editorial Deacá 2017) y La mujer del Samurai (La Gran Nilson 2019). Se mantienen inéditos sus libros Persistencia y Error y Vivir con eso (más que nada por falta de urgencia). Es autor de numeroso ensayos y traducciones de poesía del y al inglés. Coordinó el taller de poesía de La Calle Larga de Avellaneda durante algunos años, y varios talleres y clínicas de poesía y traducción desde el año 2002 a la fecha.

El poeta obrero

sobre Lo que cae entre la niebla (El Elefante Negro, 2020) de Fabián Chazarreta
por Paula Novoa

portada Sofía Luna.

La poesía: el contorno de las cosas moviéndose en el agua
Eduardo Vardé


Lo que cae entre la niebla es el primer libro de Fabián Chazarreta y el primero de la editorial El Elefante Negro (La Matanza, Buenos Aires). Un libro muy esperado por quienes conocemos la poética del autor a través de las redes. Sin dudas, que el libro haya sido editado el año de la pandemia y por una editorial colectiva, popular y matancera no es casual. Hay una decisión política clara, así como también hay una mirada política en cada uno de los cuarenta y tres poemas de este libro.

En el prólogo, Eduardo Vardé dice que Chazarreta nombra el mundo como si no supiera describir, sobre el límite difuso del qué y el cómo. Afirma que a cada poema lo mueve el acontecimiento, el efecto estético, la apertura de sentidos y denomina “poesía telaraña” a la poética del autor conurbano. A nadie, creo, le es ajeno el asombro que genera una telaraña a contraluz, cada hilo unido a otro hilo formando un mandala casi imperceptible, delicado pero firme e hipnótico. Así, justo así, son los poemas de Fabián:


No sé ¿pero viste el cedrón?
Se hace el muerto
sólo para esperar la lluvia.
Morirse así, bajo el picoteo
de un gorrión
sin saber si sepulta o alimenta.
(…)


En este libro, la poesía es una especie de maquinaria y el poeta es el obrero que la hace funcionar. Fabián Chazarreta es metalúrgico, hijo de un hombre cuyo oficio es “armador de obra”. Hay en él una forma de trabajar la palabra, una técnica, esa a la que Vardé denomina “telaraña”, que deviene del obrero metalúrgico y del constructor. El autor hace de la poesía una máquina que construye y modifica. Una de las formas de hacerla funcionar es a través de un campo semántico, es decir, utiliza palabras que comparten rasgos en su significado: escombros, mezcladora, martillazo, plomada, cuchara, andamio, cal, espátula, herramienta, tornillo, entre otras. Así como el hombre con estos elementos modifica la materia, al leer un poema de Chazarreta, aunque sea por unos segundos, nos vemos modificados. Este fenómeno se debe, y luego lo intentaré demostrar, no sólo a un posicionamiento estético, sino también a un posicionamiento ético:


Portada del Libro. Foto: Paula Novoa

Que no venga el diablo a meter la cuchara
ahora que tu frente
suelta una plomada muy oscura
y clava tu sombra sobre el humus
justo donde tu mujer te está llorando.
(…)


En su texto “El autor como productor” (1934), Walter Benjamin señala un cambio en la función del arte y del artista, existe un desplazamiento del arte como ritual al arte como medio de revolución política, un giro del artista como genio al artista como productor. La poética del escritor morenense no es un objeto de consumo, por el contario, los textos de Lo que cae entre la niebla tienen una afirmación política con relación al mensaje y al contenido. Entonces, el autor es productor en los términos que planteó el filósofo y crítico alemán. De acuerdo con los conceptos benjaminianos, Chazarreta no es un poeta de carácter recreativo, se pone del lado del proletariado convirtiéndose en un “artista de tendencia” y esta tendencia política de la obra incluye su calidad literaria, pues incluye la tendencia literaria.


(…)
¿Quién podría acordarse
de una familia en una casilla
durmiendo
a la luz de un brasero?
Quién, sino nosotros mismos
en el sueño del otro.


En algunos poemas no hay acciones, sino que se exponen situaciones que dan cuenta de una clase social y lo hace sin romantizar la pobreza. Estos textos son los más áridos del libro, los que, como bien dice Vardé, “te tocan el músculo cardíaco”:


La inflación era un cinco
que raspaba.
Mis viejos le ponían el cuerpo.
Recuperaban, tocaban
y picaban al vacío.
Lejos en la tabla
jugaron el partido de su vida.
Hoy, en tiempos de descuento
todavía inventan
de la nada
una pared conmigo.
(…)


Pero no todos los poemas están anclados en lo social, dentro del corpus son interrumpidos por otros que generan ternura y en los que frecuentemente aparecen los vínculos afectivos, y esa fractura que descontextualiza provoca extrañamiento. En estas pausas, el poeta no pretende la compasión sino momentos para la reflexión y, sobre todo, la instancia crítica:


Al día de ayer le puse tu nombre
para no olvidarlo. Hubo un mañana.
Un remolino acariciando tu cuello.
El cielo limpiando nuestros espejos de sequía
(…)


Podemos, entonces, afirmar que Lo que cae entre la niebla con relación a sus condiciones de producción, a su mirada sobre lo social, a la manera de interpelar al lector, es un libro que, en términos benjaminianos, muestra una tendencia, tanto política como literaria. A la vez que ofrece acontecimientos mínimos que dan cuenta de una conciencia de clase, nos ofrenda poemas de una profunda ternura. Esta oscilación entre la aridez y la ternura, entre la señal de alerta y la posibilidad de respirar, hace que el lector pueda detenerse, reflexionar y continuar con la lectura. Esto transforma a Chazarreta en productor, tal como señala Benjamin.

Lo que cae entre la niebla nos recuerda de dónde venimos y cuál fue nuestra historia colectiva mostrándonos que “la música más hermosa viene de las ruinas”.


Francisco Álvarez, noviembre de 2020



Bibliografía:
CARBAJAL EDWARS, María Fernanda: Reseña de “El autor como productor”, Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2005.
BENJAMIN, Walter: El autor como productor, Epub libre, 2018 (traducción de Bolívar Echeverría).




Fabián Chazarreta

San Miguel, Argentina,1981.

Actualmente vive en La Reja, partido de Moreno, provincia de Buenos Aires. Docente, trabajador metalúrgico. Cantautor amante de la troya.

Lo que cae entre la niebla es su primer libro.

Un poeta, un pueblo y la construcción de un mito

sobre Osario de Pablo Albornoz (Al Filo Ediciones, 2018)
por Paula Novoa


Pablo Albornoz nació en Magdalena (Buenos Aires) y muy pocas veces salió de esta ciudad cercana a La Plata. Ahí, el poeta escribe y compone canciones como quien erige un refugio para protegerse del afuera. Siempre que converso con Pablo me habla de un «pueblito», un «librito» o un «disquito». Desconoce, tal vez, que a muchos nos hizo saber dónde queda Magdalena, desconoce que tendió caminos casi sin moverse y, sobre todo, desconoce que construyó un territorio poético.

Luego de Restos de fe (Ediciones de La Eterna, 2013) y de formar parte de la antología Los sobrinos bastardos de Arlt (Ediciones de La Eterna, 2014) y hasta el año 2018, Albornoz escribe textos que se pierden en la virtualidad. No es prolijo para difundirlos, tampoco le interesa serlo. Sube a las redes haikus, así los denominaré por ahora, y poemas breves. Sin embargo, una de las series comenzó a instalarse en el under de la poesía bonaerense antes de ser editado: Osario. En este libro me detendré, pero además en el poeta. Pues, en este caso, poeta y obra son indivisibles.

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Magdalena como territorio poético

Fernando Rodríguez Izquierdo en el artículo «Japón a través del Haiku»[1] intenta rastrear cómo el haiku describe el país que le dio origen, observa que en ellos predomina la concisión expresiva, la observación serena y el latido del instante. El investigador realiza una búsqueda exhaustiva y halla ideas propias de Japón en estos textos. Finalmente, afirma que «desde los inicios del haiku, los haijines han dado fe de una inmensa y sagrada imagen de su país donde –no en vano– el sol nace a diario en una fiesta de luz». En relación con estas ideas, ¿qué ocurre con los versos de Pablo Albornoz?

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En la primera parte del libro, «Pueblo de sapos», el poeta de Magdalena escribe poemas a los que denomina «bonsái», pues, si bien respeta la métrica de las diecisiete sílabas propias del haiku, tienen un innegable origen bonaerense. Lejos de la luz del sol naciente, en «Pueblo de sapos» predomina la oscuridad. Asimismo, tal como hizo Rodríguez Izquierdo con los haikus, podemos rastrear cómo se expresan los poemas bonsái en torno a Magdalena: «Pueblo de sapos/ aplastados/ sobre el asfalto». Mientras, Japón es respiración en los haikus, Magdalena es ahogo en los poemas bonsái. Mientras en unos se observa la pulsión vital, en los otros se percibe la pulsión de muerte.


En la constelación poética del autor, encontramos una construcción ficcional de su tierra natal y de su atmósfera. El pueblo es observado desde el cementerio que funciona como un panóptico[2]: «Frío de invierno/ barriendo los pasillos/ del cementerio», «En el crepúsculo/ los ángeles de mármol/ abren los ojos», «Volver a casa/ con barro del cementerio/ en mis zapatos». El frío, el barro, la luna, el mármol, las flores de plástico son algunas de las construcciones sustantivas que utiliza el poeta para ficcionalizar sobre Magdalena. Claramente, el campo semántico que recorre todo el corpus instala la opacidad.


.Osario o poemas como tajos

La segunda parte es la que le da título al libro, «Osario». Por un lado,  Albornoz utiliza el verso libre para continuar con la construcción literaria del pueblo. La oscuridad se presenta desde el título y recorre, otra vez, los versos. Por otro lado, en el pasaje de «Pueblo de sapos» a «Osario», el poeta utiliza la primera persona. Se aleja así de los poemas bonsái, pero no de una poética minimalista. La sencillez, la concisión  y el uso de la primera persona dan como resultado poemas que son tajos. El poeta «convierte sus poemas en una caída precisa de la mano, el filo del cuchillo en la carne»[3]

No tenía ganas
de nacer
con fórceps
me arrancaron
sin preguntar
un 14 de junio
de 1978
desde entonces

respiro al revés
cuando tengo
que hacer algo
que no me gusta.

Dentro de la cartografía poética del libro, el amor está ligado a la muerte y a la noche. La figura de la mujer aparece como metáfora de la ausencia en forma de ángel de mármol, de amor perdido e, incluso, idealizado por la voz poética, pero no  desde una cristalización amorosa, sino desde la misma opacidad que envuelve al pueblo. En el territorio lírico de Albornoz, el pueblo y la mujer se mimetizan, ambos tópicos se fusionan en lo sombrío. Entre la belleza y la sutileza, el yo lírico nos lleva a un mundo en donde la dicha es imposible.

Cerca del osario
aferrada a un amor
que nunca existió
una mujer de piedra
se convierte en ángel.
+++

Amé demasiado
y ahora las calles
de Magdalena
están vacías.
+++

Voy a chatear con una mujer
que ya no existe mientras
el pueblo duerme.

ph: Sofía Luna

De nuevo, el cementerio es el lugar desde donde se observa el mundo/ pueblo. La voz poética no sólo está encerrada en la construcción de Magdalena, sino también en la necrópolis y en un cuerpo al que le cuesta respirar[4]: «(…) Mañana cuando mis bronquios/ funcionen voy a escribir/ sobre el ángel que se/ entristece entre las piedras./ Mañana cuando vuelva el aire». En «Osario», los cortes de verso dan cuenta de esa respiración irregular. La lectura del libro exige especial atención en este aspecto, y no es casual, cierta incomodidad se impone ante la belleza:

Yo me sentí como un animal
frente a un plato caliente
y vacío.
Yo me sentí solo frente
a un pueblo oscuro
y le entregué mi alma
y mi apetito.

Albornoz es el poeta del cementerio, el poeta de Magdalena, el poeta de la noche y no reniega de eso, construye una voz que se reconoce como parte de esos espacios y, al mismo tiempo e inconscientemente, construye el mito de un poeta que funda una patria literaria replicando en su poética un pueblo del cual, en realidad, quiere escapar:

Yo pertenezco a un idioma olvidado
al viento en la calle de tierra
a la fosforescencia de las tumbas
al latido solitario de un ángel.

Francisco Álvarez, septiembre de 2020


[1] Kokoro: Revista para la difusión de la cultura japonesa, ISSN-e 2171-4959, Nº. Extra 3, 2016 (Ejemplar dedicado a: Japón a través de sus imágenes / coord. por Fernando Cid LucasAnjhara Gómez Aragón), pág. 9
[2] Pablo Albornoz trabaja en el cementerio municipal de Magdalena desde hace más de una década. Ahí se produce el proceso de producción de “Osario”.
[3] Fragmentos del epílogo de Natalia Litvinova
[4] Pablo Albornoz es asmático, su respiración está presente en los poemas cuando utiliza el verso libre.


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Pablo Albornoz (Argentina)

Magdalena, Buenos Aires, 1978.
Músico, poeta.

A través de Ediciones de La Eterna publicó Restos de fe (2013) y formó parte de la antología Los sobrinos bastardos de Arlt (2014) junto con Jotaele Andrade y Sergio Mattano, entre otros. En el año 2018 Al Filo Ediciones publica Osario, libro conformado por la serie homónima y por Pueblo de sapos.

Las diferentes formas de la ausencia

sobre «La casa» de Noelia Palma (Mascarón de Proa/poesía, 2019)
por Paula Novoa


A primera vista, la palabra “casa” parece simple. Cuando a mis estudiantes les pido que digan un sustantivo, este término es uno de los primeros que nombran: “perro, silla, mesa y casa”. Siempre, no falla. Sin embargo, detrás de este vocablo tan cotidiano hay una historia. En principio, casa/ae es una voz latina que significa cabaña, choza. Los romanos llamaban de esta manera a las construcciones más rudimentarias, mientras que para denominar lo que hoy conocemos como casa, usaban el término domus/us. En su diccionario de símbolos, Biedermann explica que desde el final del nomadismo, la casa es el símbolo del medio existencial para los hombres que se volvieron sedentarios. El filósofo vienés cita a Ernst Aeppli, que afirmaba que lo que ocurre en la casa, ocurre dentro de nosotros. Somos a menudo la casa. Ahora, ¿qué connotación tiene para Noelia Palma esta palabra?

La casa está organizado en tres momentos y en tres espacios geográficos: Buenos Aires, Barcelona y Millewa. La poeta construye una voz que no es sedentaria, por el contrario, es una voz que se traslada. Sin embargo, cada uno de los tres apartados comienza con el mismo poema. Mediante este recurso, el yo lírico retorna a la misma búsqueda para construir la casa en cada una de las ciudades:

¿Entonces era cierto?
La luz en esta casa
Filtrándose
por las pequeñas rendijas
rebuzna/ todo el silencio.

La traslación que propone Palma, en oposición al sedentarismo que da origen al símbolo mencionado, se debe a que la casa no siempre es habitable. Sin embargo, es una construcción en la que deseamos anclar por doloroso que sea. ¿Qué es lo que busca la voz poética? Cristalizar la esperanza. Continuando con el juego etimológico, la palabra “esperanza” deriva de esperar, del latín sperare. Entonces, cristalizarla significa terminar con esa espera. La búsqueda recorre todo el libro, los tres espacios, los tres momentos; pero la esperanza no logra nunca esa cristalización: “Esta casa no sostiene la esperanza” (poema 9 de “Buenos Aires”); “Querido, si la esperanza dijera/ todavía/ que está asustada, que no sabe cómo ejercer el rostro/ propio” (poema 14 de “Barcelona”); “esa esperanza/ que no sé contarte/ porque no es una leyenda” (poema 25 de “Millewa”).

Como sugerí en el primer párrafo, la casa es la voz poética: “Nada interrumpe el llanto./ Estoy lavando los ojos de la casa”. El yo lírico pareciera afirmar: “en donde yo esté, estará la casa”, aquí radica la posibilidad de traslación.

En los poemas de la primera parte, “Buenos Aires”, están presentes la madre y la hija. Estas figuras aparecen fusionadas con la voz poética:

Si mi madre muriera
yo también moriría.
¿Quién de nosotras
se atreverá
a inclinarse
para llorar sobre la tumba?

Ambas funcionan en espejo en relación con el yo lírico: “Las dos nacimos cortadas/ por una tijera,/ llenas de espuma y vérnix”. La figura del padre, en cambio, siempre es ausencia. Incluso su mención es a través de una sinécdoque que refuerza la idea de vacío: “floreció el hueso del padre/ (¿o era el pasado?)”.

En “Buenos Aires”, la casa está terminada, pero es un lugar inhabitable:

mientras cada lugar se transforma
en algo inhabitable
te pregunto:
¿por qué este fulgor
destruido,
este diente resquebrajándose,
este brazo haciendo señas
en un rincón?

Luego, en “Barcelona”, encontramos una de las formas del amor y también de la ausencia. Es a través del arte que el yo lírico pretende tapar las paredes manchadas por la humedad, la destrucción. Pero como ya indiqué, la esperanza no logra un rostro propio, la búsqueda continúa y “la noche cae sobre todo lo que vive”. Ya en “Millewa”, la ausencia toma la forma de un ángel que sobrevuela los poemas y la hija se presenta como última herida para retener el mundo. Palma confiesa que la casa es también huir. Es hacia Millewa que la voz poética huye. En donde, por fin, promete anclar:

El jardín de mi casa tiene menos color ahora, pensé,
mientras volvía descalza
con las manos entre los huesos del pecho
como si otra vez trajera el ángel conmigo
+++
Cómo es posible, Querido,
Haber habitado tantas casas,
Haber abierto sus puertas deplorables.
Tranquilo, voy a quedarme aquí.
Mi hija, la herida pequeña con la que retengo el mundo, llama.

La voz que Palma construye a lo largo de toda su obra nos cuenta siempre la misma historia, la de la ausencia. Ésta no le permite cristalizar la esperanza. La huida y la búsqueda indican el camino que realiza esa voz en este libro. Pero la espera no se detiene y nunca lo hará. Porque hay una única certeza: “las ausencias ocupan la materia, el oxígeno todo”.

Paula Novoa, Francisco Álvarez, julio de 2019


Noelia Palma (Argentina)

Buenos Aires, en octubre de 1984
Textos de su autoría fueron publicados en diversas antologías y revistas digitales como Digo.palabra.txt, Letralia, entre otras. Realizó talleres literarios con Alberto Ramponelli y Eduardo Espósito. Su primer libro de poemas, Que la muerte nos ampare, fue editado por Francia Ediciones en 2017. Tradujo a Charles Bukowski desde 2011 y en 2017 publicó junto a Postales Japonesas su primera antología bilingüe: Solo con todo el mundo. En noviembre de 2018 editó 0034-Buitre hacia la nada por Ombligo Cuadrado Ediciones, que consta de dos libros en un solo ejemplar. Su último libro, La casa, fue editado en 2019 por la editorial cordobesa Mascarón de Proa.

EL REGRESO A LA NOBLEZA DE LOS MATERIALES POÉTICOS

Sombra de dos colores de Joatele Andrade (Colección Pippa Passes, Buenos Aires Poetry, 2018)
por Paula Novoa

“La poesía sobrepasa a la filosofía porque es un lenguaje sustancial”, dice Jotaele Andrade en una entrevista para Telam. Pero en él no es mero decir, también es un hacer. En Sombra de dos colores Jotaele habla del paso del tiempo, de lo que pronto será extinto y de la desintegración dándole al lenguaje un uso que nos regresa a la nobleza de los materiales poéticos. En una charla, Andrade me confiesa que cada libro suyo dialoga con otro libro suyo y con otro libro suyo y con otro libro suyo, y así. Y lo compruebo. La rosa orgiástica (añosluz, 2016) fue una brújula, un mapa de símbolos para la lectura de Sombra de dos colores. No es que no se pueda leer un libro sin leer el otro. Pero hay entre los dos una especie de diálogo secreto. En La rosa orgiástica la voz poética es cercana; en Sombra de dos colores, en cambio, el poeta elige el distanciamiento mediante el uso de la segunda persona. De esta manera el yo lírico se enmascara, se invisibiliza y nos deja a nosotros, lectores, dentro del plano poético, con la más absoluta sensación de soledad frente a la desintegración del mundo y de la propia existencia:

Te quedas aquí
en el espacio blanco del blanco de la nieve
junto al arco donde se ha curvado
tanta vida
tanto follaje siendo otro follaje

Observemos algunos versos del poema que le da título a La rosa orgiástica, donde Andrade utiliza la primera persona del singular:

Yo parí a mi madre y retuve
entre mis manos
sus huesos de pájaro
(…)
nadie debió esperarme más que yo mismo
más que mi sombra escondida
todavía
en la memoria del mundo
(…)
Yo parí mi propio nacimiento
Soy de una edad labrada en el terror del pájaro
apedreado
MI pena es una rosa orgiástica

En Sombra de dos colores hay un pasaje del yo al tú. Mediante este movimiento la máscara de la voz poética provoca un profundo extrañamiento e intensifica el sentimiento de soledad. También se advierte una suerte de desdoblamiento: el tú es el yo lírico enmascarado y, al mismo tiempo, es el lector. Así, la aparente distancia del yo trae consigo una cercanía al otro que somos nosotros, los lectores:

Baja con tu hechura
el pájaro del aire
picándote los ojos

Otra forma de enmascarar la voz poética es la incorporación de una segunda voz a través del uso de la bastardilla en los versos de algunos poemas. Esta inclusión también genera un extrañamiento musical que nos pausa, que nos detiene en el cuerpo del texto:

El día
que pasa
y ondula y se deslía
como el humo

un dios pequeño y rugiente

y bajas y subes
en el vasto esfuerzo de atrapar el aire

Como ya adelanté, el poema “La rosa orgiástica” es faro para leer Sombra de dos colores, no sólo por la figura del pájaro que se repite en toda la obra de Jotaele, sino porque presenta en pocos versos los tópicos que atraviesan este último libro: la muerte, la desintegración, el tiempo, la existencia:

¿esto es nacer?:
¿ser arrastrado contra la orilla?
¿esto es la existencia?:
no llegar nunca

Volvamos al pájaro. En el primer poema del libro, el yo lírico enmascarado dice: tu existencia es un niño/ disfrazado de pájaro. Somos advertidos no sólo de la fragilidad con la cual ingresamos a esa existencia (un niño, un pájaro) sino también respecto de la libertad:

te vamos a meter
en una jaula
y la pondremos
en un patio
y te diremos
es el mundo este patio
y la jaula
es tu libertad
ahora: canta

¿Se puede hablar de libertad si se habla de una jaula en un patio? Sí, se puede, pero desde una perspectiva sartreana. “El hombre está condenado a ser libre”, dice Sartre. La libertad es una condena porque produce angustia. Andrade lo sustancializa en este poema con el que abre el libro. ¿Hay manera más hermosa de plasmar los límites de la existencia? A lo largo de Sombra de dos colores se construye una definición de la libertad desde esta perspectiva. Para hacerlo, el poeta utiliza la imagen del pájaro:

la libertad es un pájaro
que vuela con un ala quebrada
(…)
se abre
la jaula
y entras al día
Esta es tu cárcel

Antes dije que uno de los tópicos que atraviesa el libro es el tiempo y también sugerí que la poesía de Andrade es existencialista. Observemos otra afirmación de Sartre: “La temporalidad es una fuerza disolvente, pero en el seno de un acto unificador”. En Sombra de dos colores el tiempo es un animal “tan desmedido que cabe este astro y su maleza”.

Ah el tiempo
que se hunde hacia adentro y se desborda
el tiempo
donde arrojas tu piedra y ves un pájaro
hacerse polvo

         No quiero terminar esta presentación sin detenerme en el arte poética de Jotaele Andrade. Para el autor, el “verba dicendi” es la regla de oro de toda persona que pretenda poetizar. “El dios judeocristiano es el dios poeta por excelencia: hágase la luz y fue la luz. Es todo oralidad que crea vida, los seres y las cosas, el universo, sólo con decirlas”, manifiesta Jotaele y agrega: “¡Yo quisiera hacer eso cada vez que escribo! ¡Decir fuego y que suceda el fuego y todo lo inflamable! Así que la idea del aliento va atada a esa primordialidad; con las modestias del caso, quiero que todo lo que escribo tenga alma.”

En Sombra de dos colores, el poeta es un pequeño dios. El autor nos presenta su arte poética en algunos versos de este libro: 

esto es lo que haces
poeta:
intentas alimentarte con la manzana que nombras.
+++
la pena es un caballo que no se detiene a beber
si dices:
pena
vendrá un caballo oscuro
y pasarás por el día más brillante
como un destello
+++
¿dirás la piedra sin que pese en tu boca?
+++
¿existe uno como una lengua que construye
ladrillo
a ladrillo
su existencia?

Jotaele Andrade demuestra que el poeta dice aquello que no puede decir el filósofo. Porque el lenguaje poético amplía el horizonte conceptual de la filosofía. Según Heidegger, el poeta es un dasein (donde el ser se manifiesta), por eso puede comunicar aquello que la filosofía con herramientas estrictamente humanas no puede comunicar (Giraudo, 2019). Sombra de dos colores deja en un lugar privilegiado a la poesía, pues en términos heideggerianos la voz poética ocupa ese lugar en donde el ser se manifiesta. Por otro lado, y como se observa en los versos que preceden, el poeta es un pequeño dios que coloca el verbo entre el pensamiento y la existencia. La palabra en Jotaele es creación, dice piedra y pesa en su boca.

Francisco Álvarez, febrero de 2019

Jotaele Andrade (Argentina)
Poeta, nacido en La Plata en 1974.

Ha coordinado diversos ciclos de lectura y talleres de poesía, así como el Festival Internacional y Acampada poética de la Ciudad de Azul. Ha publicado varios poemarios entre ellos cabe destacar: El salto de los Antílopes (Ed. El mono armado, 2012), Los metales terrestres (Ed. AñosLuz, 2014), Psicólogo de Dios (Kintsugi Editora, 2016)